El carácter es el destino
Por Alfredo Llopico.
¿Cómo es posible que el tiempo pase tan deprisa y yo no me dé cuenta?. Lolo Rico. Plaza & Janés. 392 páginas. 17,90 €.
Existe la creencia entre los brahmanes indios de que en el otro mundo los hombres serán comidos por todo lo que han comido aquí. Que serán troceados y devorados por los corderos, las aves y las plantas que en la tierra les sirvieron de alimento. Pero a los artistas se les reserva un suplicio especial. Porque serán devorados por las obras que no concluyeron, por las obras que sólo soñaron, por las obras que murieron en un boceto sobre la mesa.
Por eso, Lolo Rico teme ser devorada por las múltiples ideas que se han quedado en nada por no tener la voluntad o la paciencia de plasmarlas, por la televisión que no grabó, por el cine que no filmó y por los libros que no escribió. Y pronostica para ella misma un duro infierno, a pesar de haber trampeado con la vida; a pesar de que nunca ha perjudicado a nadie; a pesar de no haber quitado dinero, empleo, marido, ni jamás haber dañado el buen nombre de quien lo merecía; a pesar de no haber adulado al poderoso, ni despreciado al desposeído; a pesar de no haberse vendido, ni admitido jamás, dinero que no fuera el pago justo a su trabajo; a pesar de no haber cambiado, tampoco, de chaqueta.
Viene a colación tras leer sus memorias ¿Cómo es posible que el tiempo pase tan deprisa y yo no me dé cuenta?, la autobiografía de una mujer adelantada a su tiempo. Niña de posguerra, educada en el seno de una familia que pretendía a toda costa mantener un estatus que escapaba a sus posibilidades que, aunque tarde, acabó dándose cuenta del miedo de una sociedad acostubrada a callar, que no quería comprometerse, y menos correr riesgos. Perturbada por la idea de ser diferente aspiró a ser igual que todo el mundo. Pero se separó cuando los matrimonios no se separaban. Sacó adelante a sus siete hijos, mientras escribía por las noches. Y dirigió en televisión cuando no había mujeres que lo hicieran. Una crónica de la evolución de nuestra sociedad desde la grisura del franquismo hasta los efervescentes años 80.
Afirma Lolo Rico que «un intelectual comprometido es siempre un disidente», y que para mantener la cordura se vio obligada a escoger entre los libros y la vida: «el mundo comenzó a resultarme hostil y tomé partido; las palabras de los libros, de mis libros, y de la gente, mi gente, no tenían por qué ser distintas». Toda una declaración de principios de la creadora de La bola de cristal, el inolvidable programa que dirigió en los años 80 que marcó un antes y después en la televisión pública. Y todo ello sin perder una imaginación que los adultos no suelen cultivar.
Si existe el Destino entonces no existen ni el mérito ni la culpa.