Más cultura

Quevedo en Baltasar Magro

Por Chus Sanesteban Iglesias.
La Torre de Juan Abad, Ciudad Real, agosto de 2011. Pintor de noticias reales, la ausencia de tiempo en medio de la nada meten de nuevo a Baltasar Magro en la piel de Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos para relatarnos páginas sobre su vida, pero sobre todo sobre la obra de este creador genial, de un escritor irrepetible.
 
Pregunta: ¿Crees que Quevedo, detrás de sus contradicciones, esconde un poeta sentimental?
Desde luego. Lo creo y llevo mucho tiempo, en diversos foros, insistiendo sobre este aspecto. Una gran parte del público tiene una imagen deformada de Quevedo, construida según los gustos particulares de cada uno y por los perfiles tópicos con los que se dibuja habitualmente al personaje. Más allá de lo anecdótico, de su poemario jocoso, excelente por otra parte como todo lo que sale de su imaginación creadora, el poemario amoroso, lírico, es extraordinario y menos divulgado. Así mismo, subyace en toda su obra una preocupación sentimental por el devenir del tiempo, existencialista si se quiere aplicar una denominación más actual, que caracteriza su propio hálito.
 
Pregunta: El poema que le dedicó Jorge Guillén llamado “Quevedo” (1) comienza:
¿ Este nombre designa sólo un hombre ?
¿ Cuántos “Quevedos” podrías describirnos?
Quevedo es superior. No es abarcable fácilmente, de ahí el gran error en ceñirle una identidad única, un perfil más o menos conveniente según los parámetros de una época o de un biógrafo de turno. Lo vivió todo y se entregó, en cuerpo y alma, a la experiencia de la vida y a la creación literaria. Fue poeta, novelista, político, amante, amigo, vividor, espía, aventurero… ¡yo qué sé cuántos personajes hay en Quevedo! Innumerables.
 
Pregunta: En el soneto “ Amor constante más allá de la muerte” se contrasta lo eterno y lo temporal. ¿ Podemos relacionarlo con la tradición del amor cortés?
Quevedo era un hombre enamorado y con un concepto tan elevado y perdurable del amor que no pudo encontrarlo fácilmente. El soneto “Amor constante más allá de la muerte” es una joya de la lírica quevediana y resalta esa visión. Recordemos: “serán ceniza, mas tendrá sentido,/polvo serán, mas polvo enamorado”. Por supuesto, es un amor idealizado que lo relaciona con la tradición del amor cortés. Este es uno de sus sonetos más famosos y se le han buscado diversos antecedentes hasta vincularlo con Garcilaso, Cetina, con Dante, Petrarca, Virgilio y como lejano precursor con los elegiacos romanos. A la postre, la perduración de amor más allá de la muerte nos lleva a las doctrinas neoplatónicas.
 
Pregunta: Como es lógico, por la obra de Quevedo se asoman numerosos personajes, desde amantes hasta pícaros, ¿cuál te hubiese gustado ser?
Gustarme, gustarme ninguno; hubiera deseado estar cerca de su mejor amigo, el duque de Osuna, y contemplarles a los dos llevando las riendas del virreinato de Nápoles.
 
Pregunta: Además de Quevedo, ¿cuáles son tus poetas de cabecera?
Aleixandre, Juan Ramón Jiménez, san Juan de la Cruz, Lorca, Miguel Hernández…
 
Pregunta: En La hora de Quevedo (2) te metes magistralmente dentro del poeta y nos muestras ese Sancho y ese Quijote que todos llevamos dentro, ¿es real el arrepentimiento que muestra?
En un hombre de su inteligencia se le supone una revisión autocrítica de los pasos que ha dado a través de una vida tan turbulenta y repleta de experiencias que no se puede contemplar con facilidad. No podemos olvidar que estuvo metido en todos los conflictos de su época, que abarca tres reinados: en parte los de Felipe II y el de Felipe IV y todo el reinado de Felipe III.
 
Pregunta: “Descubriste” a Quevedo en tu segunda novela, La sangrienta luna ,¿ Cuánto tiempo tardaste entre conocerlo, decidirte, documentarte , escribirlo y publicarlo?
Fueron unos cinco años hasta que pude adentrarme en él con la seguridad de que al intentar la osadía de escribir en su nombre, ningún lector pensaría que le estaba suplantando de mala manera. Y sí, estoy satisfecho de ello porque los lectores siempre me han dicho que creían estar leyendo al propio Quevedo y que esa era mi mayor virtud en la novela.
 
Pregunta: En tu última obra, En el corazón de la ciudad Levítica, el propio nombre hace referencia a Toledo. En La hora de Quevedo se vincula con esta ciudad a través del padre Juan de Mariana. ¿Qué aporta este personaje a Quevedo?
Quevedo pasó muchas veces por Toledo, de regreso a Madrid o camino de La Torre de Juan Abad. “…una ciudad de puntillas/y fabricada en un huso;/que si en ella bajo, ruedo;/y trepo en ella, si subo”. Allí estaba encerrado, en la casa profesa de los jesuitas, el venerable padre Mariana contra el que Quevedo se despachó en su momento por sus análisis sobre la historia de España y los personajes principales de la misma. Juan de Mariana también había denunciado la corrupción del valido Lerma y la malicia de los gobernantes que tenía España. Quevedo le visitó varias veces en su prisión toledana y al conocerle modificó su postura sobre el acusado y las razones que esgrimía para denunciar la corrupción que se había apoderado de la corte. Sin entrar en el detalle, podemos afirmar que la relación personal influyó en ambos y que Quevedo modificó su postura sobre el jesuita aceptando muchos de sus puntos de vista sobre la situación que se vivía en la Corte y sobre el pasado de la historia común de los españoles.
 
Pregunta: El misterio del principio de la obra, el porqué ha estado encarcelado, se resuelve al final. Cuéntenoslo, Don Francisco.
 
”Las miserias de la política y sus turbios manejos me hicieron morir en vida. El privado Olivares, ¡nunca hubo en España un personaje tan ciego y cruel junto al de Lerma!, aprovechó la oportunidad cebada por los franceses para castigarme y hacerme callar. Algunos de mis amigos me abandonaron y el desmán se cumplió para que yo me pudriera en una cloaca”.
 
Pregunta: Baltasar, nos trasladamos en el tiempo y en el espacio. Hemos llegado al convento de Santo Domingo, en Villanueva de los Infantes. Cuéntenos qué ve desde allí, qué oye, qué siente…
Un nuevo corazón, un hombre nuevo
ha menester, señor, la ánima mía;
desnúdame de mí, que ser podría
que a tu piedad pagase lo que debo.
Notas:
(1)-Del libro Y otros poemas, Buenos Aires, Muchnik, 1973, páginas 252-253.
(2)-BALTASAR ,M.; La hora de Quevedo; Rocaeditorial, Madrid, 2008.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *