Novela

Ricardo Piglia reconstruye el mapa de la literatura latinoamericana

Por Johari Gautier Carmona.

 

La literatura latinoamericana de los últimos cien años se ha transformado en muchas ocasiones pero también ha sabido mantener algunos de sus características más representativas. Sobre esas “persistencias” habló Ricardo Piglia, el ganador del premio Rómulos Gallegos 2011, en un acto organizado por Casa América y, al mismo tiempo, reconstruyó un mapa literario cada vez más complejo.

 

 

Los personajes de la novela

 

Especialmente conocido en España por su última novela “Blanco Nocturno”, el escritor argentino se centró en el perfil de los personajes de los últimos años para justificar la idea de que los años 1911 y 2011 “son más cercanos en términos literarios de lo que podríamos imaginar”.

 

Los personajes que marcan las novelas hispanoamericanas se fundan sobre un elemento que les diferencia de otros géneros: el libre albedrío. A través de las problemáticas y los conflictos a los que se enfrentan, los protagonistas tratan de dar un sentido a sus vidas, sus vacíos, sus obsesiones o incongruencias. Participan en una exploración en la que todo es posible y en el que la moral tiene cada vez menos peso.

 

Los oráculos o convenciones rígidas que aparecen en las tragedias desaparecen sustancialmente de la novela para favorecer la creación de un espacio real en el que los personajes son libres de decidir.

 

Así pues, el trayecto de la novela sigue el camino de la persistencia de sus personajes. “La novela no cambia en la medida en que no cambie esa forma de construir nuevas figuras que funcionan como el espejo de nuestra experiencia”, sostiene Ricardo Piglia.

 

Más allá de los personajes, también persiste un cierto tipo de problema vertical (los lazos de poder o la sucesión familiar) que también puede ligarse a otros elementos como el contexto histórico u otras temáticas.

 

La influencia de otros modos de narración


En el siglo XIX la novela era sin lugar a dudas el género más popular pero, con las innovaciones tecnológicas y las consecuentes explotaciones comerciales, el público fue desplazándose paulatinamente hacia el cine que se convirtió en el gran modo narrativo del siglo XX.

 

“Paradójicamente, cuando el público se desplaza a ese nuevo género, la novela se enriquece con la experiencia de Joyce, de Proust y de Faulkner”, explica Piglia. Visto de este modo, la pérdida de peso de la novela en la sociedad permite una renovación de los estándares y de las voces.

 

“Lo mismo sucede cuando la televisión sustituye al cine como medio de masas ––comenta el escritor argentino––. El cine se convierte entonces en un elemento más artístico y más considerado. Hacia 1950, cuando la televisión empieza a ocupar ese lugar de nuestro estrato social, el cine es recuperado como una de las formas artísticas más relevantes y, entonces, narradores como Hitchcok empiezan a ser considerados como artistas”.

 

La importancia del factor universal

 

Otro punto que debe recalcarse es la relación de la novela con la traducción. La novela es un género que, según Piglia, nació para ser traducido y, por lo tanto, encontró siempre públicos de distintos universos más allá de la lengua propia.

 

“Yo recuerdo siempre una observación de Virginia Woolf  que  se sorprendía porque sus amigos consideraban que “Guerra y Paz” era la mejor novela que se había escrito en aquellos tiempos y, sin embargo, todos ellos la habían leído en versión traducida. Ninguno entendía ruso”, explica el autor.

 

Efectivamente, hay algo en la narración que va más allá del lenguaje y que nos empuja a conocer otras realidades, a viajar y descubrir otras culturas. “Por eso la traducción debe incorporarse en la historia de los últimos 100 años de la novela latinoamericana ––sostiene Piglia––. ¡Los  latinoamericanos no nos leemos solamente a nosotros mismos!”.

 

Las distintas vías literarias

 

“Yo tengo la sensación que los hispanoamericanos aspiramos a la unidad política pero culturalmente hemos empezado a percibir las diferencias”, comenta el autor y ésa es una realidad cada vez más palpable.

 

El continente latinoamericano es mucho más visible para el público europeo. Su conocimiento ha aumentado notablemente gracias a los medios de comunicación, por eso, es ahora posible establecer una clasificación exhaustiva de los recursos literarios en los que el “Realismo mágico” pierde peso. El Caribe que describen Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez o incluso Faulkner, corresponde al espacio donde nació lo real maravilloso (siguiendo el modo que los cronistas españoles habían empleado para describir esa realidad que no conocían).

 

Pero también existe otra alternativa poética que ha cogido peso en los últimos años: la vía fantástica que Borges empieza a construir a partir de los años 40. Es un tipo de narración que tiende a valorar los elementos inesperados de la realidad pero con un criterio muy distinto al realismo mágico porque aquí se construye con un especial enfoque en la fantasía que existe en la realidad (y no tanto en la realidad de lo mágico). El otro distintivo con el “Realismo mágico” es la presencia de un narrador incierto, un narrador que vacila. “Es un narrador muy común en Borges”, sostiene Ricardo Piglia.

 

Finalmente, existe una última vía que se hace cargo de las diferentes realidades pre-hispánicas. Es una prosa que, además de una mirada antropológica, incluye un uso muy moderno de las técnicas narrativas. Un ejemplo perfecto es el de Juan Rulfo.

 

Con todo esto, entendemos que los últimos cien años de la literatura hispanoamericana han sido ricos en innovaciones y han consolidado un paisaje extremadamente denso. Pero, en el fondo, la química sigue siendo la misma y sus personajes persiguen el mismo fin: vivir lo nuestro, la realidad.

 

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