En busca de una sincera identidad
Por Mario Sánchez Arsenal
Sin ánimo de lucro ni de pretensiones exacerbadas, con un punto de moderación constante y de homenaje a un gesto, este artículo crítico se detiene –en presente– a valorar de manera injustificada lo que podríamos calificar de un acto altruista. Porque no deja de ser extraordinario sacar las telarañas de casa y congregarlas en un mismo sitio para intentar formar un bello entramado de seda artístico tan sólo con la ayuda y la presencia de unos pocos amantes del arte y la vida. También lo es por canalizar los esfuerzos sin pensar en un concepto tan presente como el egoísmo y dar cabida a propuestas que hace no mucho tiempo hubiéramos considerado imposibles. Todo ello significa Calipsofacto y nosotros no pronunciaremos una sola palabra gratuita.
En este caso, tuvimos oportunidad de acudir a una cita en extremo efímera, como ellos gustaron de llamarla, pues se presentaba tan profundamente superficial como lo que en realidad fue. Fotografía, vídeo, dibujo y performance se daban la mano en un espacio harto reducido, tan reducido como una vivienda particular y, tan lleno de magia y de personas, que fue de un particular privilegio contarnos entre los asistentes. Desde los primeros herrajes que permitían la entrada al primer espacio hasta salvar esa segunda muralla doméstica llamada puerta, el camino no era en esencia singular pero sí la atmósfera que se respiraba desde que –como Stoker puso en boca de su conde– la penetramos por voluntad propia.
Ante todo y siempre de manera accidentada, allí olía a altruismo, al abandono de uno mismo, al dejamiento del egoísmo, al completo rechazo de la vanidad. El ambiente, que estaba cargado de un aroma familiar y cercano, regado con mucho arte y excelente limonada casera –tomen nota los campus de excelencia hoy tan en boga, por qué callarlo–, nos daba la bienvenida a una morada que, desde ese mismo momento, pasaba a ser un bien común en usufructo. Nadie pedía insistentemente un ticket de entrada, nadie reparaba en una aparición insólita, a nadie se le pasaba por la cabeza la capacidad de aforo que podía llegar a abrazar tan íntimo espacio… Y es que quizás íntima sea la palabra más adecuada para calificar este experimento lingüístico en manos de cinco jóvenes emprendedores con más ganas que medios, pero siempre en clave de identidad sincera. Este era el primer revoloteo de Calipsofacto Exprés, y no defraudaron, al menos si hablamos de conceptos tan comprometidos como identidad. Nos sigue pareciendo admirable y ejemplar la inspiración de la que se siente imbuido este colectivo, sin más intención –si se me permite la expresión– que la de mostrar. ¿Pero mostrar qué?, se preguntarán.
La existencia de varios lenguajes o plataformas lingüísticas en un mismo espacio dan la facultad de contrastar de manera inmediata sus propios efectos, y, aunque quisiéramos cegar nuestros ojos en la inapetencia artística, no podríamos dar la espalda a guiños tan sinceros y desvinculados de todo aparato como éste. Porque la verdad es que, sin entrar a valorar todavía la cuestión artística (que por otra parte nos resulta un acto de supererogación), se aloja un mensaje que trasciende cualquier materia de arte. Este mensaje no es otro que la donación de una ilusión, la entrega de un ideal, el obsequio de la alegría. Y materializado en una cita, en un encuentro, en una sinergia. El vehículo: el Arte. El motor: las personas. El mensaje: reconocernos en nosotros mismos para dar nuestro mejor pedazo al mundo exterior.
Las propuestas fueron óbice para adentrarse en aquel lugar, y si no teníamos bastante con los dibujos y las fotografías o el vídeo, la tarde se coloreaba con tintes performáticos y un sorbete musical de alto prestigio. Si bien las obras inmóviles (si podemos concederle a un televisor esa condición) de Alba Rincón, Rosana Antolí, Dácil Granados y Elena Lavellés fueron del agrado de los asistentes, el dinamismo fue cosa de la performance a cargo de César Barló que trató un conflicto latente como es la lucha por la supremacía de género y la legitimidad de la castración o la posesión del deseo. Muy lograda a nuestro parecer, no se puede ofrecer tanto con tan poco y el resultado fue fantástico, sin olvidar el gesto verdaderamente encantador de provocación directa hacia el espectador. Un interesante manjar que nos abría las puertas de la clausura de esta opera prima exprés. Raposo se encargó de poner el ritmo a la merienda-cena con una guitarra en préstamo y sus canciones por bandera, de tal modo que el apartamento sufrió uno de esos momentos de éxtasis, en equivalencia proporcional a la temperatura generada en el lugar. No sabemos de qué manera Fernando Epelde salió con vida de allí ni en qué condiciones. Si ustedes quieren averiguar la fórmula vengan con nosotros un día. Quizás podremos brindar de nuevo por el éxito de un acontecimiento que desborda arte, vida, música y cultura con ojos propios y sinceros.