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"A todo riesgo", de Lucía Feliú Zamora


 
“A todo riesgo”, un relato de Lucía Feliú Zamora.
 

Abandonó la sala bajándose el puño de la camisa, era ya la sexta sesión que le metían en vena, se colocó la gorra mientras con un gesto decía adiós a la enfermera de turno. Dentro de muy poco comenzaría el cansancio, las nauseas y ese maldito malestar de estómago que le traería a orza casi una semana, no fallaba, ¡así era! y luego… otra vez a empezar hasta la siguiente quimioterapia, aunque en esta ocasión algo iba a cambiar…

 

Abrió la puerta de su apartamento en pleno centro de Madrid, y se miró de soslayo en el espejo. No le quedaba un pelo en la cabeza, se detuvo entonces y desanduvo el camino hasta ponerse de nuevo frente al espejo, ¡claro que no estaba tan mal!, tanto tiempo llevando barba y luciendo una buena melena y ahora ya no se veía tan mal, pensándolo bien, incluso tenía cierto aire a ese famoso actor americano de películas de acción que también lucía bola.

 

Recogió la maleta de su habitación y en un taxi tomó rumbo al aeropuerto, allí esperó a su mejor amigo;  al verle llegar con una sonrisa de oreja a oreja, chanclas y bermudas de flores rosas se sintió de repente mejor.

 

– Todavía estás a tiempo de volverte por donde has llegado – le advirtió devolviéndole la sonrisa a su amigo.

– ¡Ni loco, chaval!

 

Y los dos se dirigieron entre bromas hacia la puerta de embarque con destino a Australia.

 

Los cuatro días siguientes los pasó hecho un asco encerrado en la habitación del hotel, su amigo intentaba entretenerlo con historias suyas, de la oficina, de sus ligues de fin de semana y de tonterías por el estilo mientras le echaba una mano para comer porque, eso sí, aunque no le apeteciera debía alimentarse bien para sentirse después con más fuerza.

 

Aquellos días se sucedieron lentos, como siempre entre dudas, con muchos bajones y muy pocos subidones pero con una sola constante, un hermoso sonido de fondo que le hacía recordar cada instante que la vida se vivía solamente una vez, y que a él le había tocado vivirla con riesgo, con un riesgo que acojonaba; la enfermedad y ahora el mar así se lo habían metido en la cabeza. El retumbar de las gigantescas olas rompiendo a menos de quinientos metros de allí le hacía aferrarse cada vez con más fuerza a la idea  que le había traído hasta Duranbah Beach. Las rítmicas y tremendas oscilaciones marinas eran parecidas a la vida que él debía vivir, ratos buenos y ratos muy malos, ratos buenos, ratos malos… Era curioso pero desde el mismo instante en que le diagnosticaron la leucemia, como por arte de magia, desaparecieron de su cabeza toda preocupación por la engorrosa hipoteca del piso, el fabuloso coche que estuvo a punto de comprase una vez e incluso la lista de chicas a las que siempre se proponía seducir.  Ahora, gracias al pirado de su amigo y a cuatro duros meses de entrenamiento estaba a punto de conseguir  lo único que le había mantenido vivo hasta el momento y mientras tanto, la imagen de la playa de Duranbah, que aún no había podido visitar, la tenía tan fija en la retina que sólo soñaba con estar algo mejor para ir en busca de ella.

 

Al quinto día comenzó a encontrarse bien, con ganas de charlar e incluso de irse de juerga con su colega aunque esta vez ahorraría energías para el gran día. Y fue entonces cuando con los primeros rayos de sol saltó de la cama, se colocó su traje de neopreno y tras recoger de la camioneta alquilada las tablas se lanzaron hacia las inmensas dunas en busca del mar. Su amigo corría más que él, así que tuvo que meterle el borde de la tabla entre las piernas para hacerle caer. Desoyendo los gritos de su amigo desde la arena buscó la playa hasta que llegó a lo más alto de las dunas y de repente se le cortó la respiración. Abajo la playa y el mar se juntaban en un revuelo de olas de angustiosa altura, la visión era tan hermosa como aterradora. No había ni un solo surfista, su amigo se acercó a él.

 

– Todavía estás a tiempo de volverte por donde has llegado – le recordó con sorna.

 

Lo miró con una sonrisa.

 

– ¡No sabes con quién estás hablando, tío! – y tras estas palabras llenas de nerviosas carcajadas salió corriendo hacia el agua.

– Recuerda, súbete a la segunda o tercera ola – le gritó -, así tendrás tiempo de que la siguiente no te atrape.

 

Mientras lo contemplaba en la distancia, pensó que era cierto que no conocía del todo a su amigo. Lo vio adentrarse con decisión, el pecho pegado a la tabla, nadando con fuerza para cruzar el rompeolas y de repente le perdió de vista. El corazón le dio un brinco pero al momento lo vio salir a flote y nadar de nuevo hasta erguirse encima de la tabla. Una ola azul que en pocos segundos llegaría a alcanzar los seis metros se había convertido en su objetivo, recordó entonces todas las horas que había pasado entrenándolo, enseñándole todo lo que sabía de una tabla y del mar y sintió un escalofrío que le subió hasta la nuca.

 

– Date más prisa o esa maldita bestia te engullirá – murmuró entre dientes.

 

El joven se posicionó ágilmente en la cresta y comenzó a deslizarse en zigzag por el interior del bucle, sin tan siquiera dejarse rozar por la lengua de espuma que la rabiosa ola acababa de lanzar contra él. Mientras lo seguía con la mirada dejó escapar una palabrota hasta que al fin terminó sonriendo.

 

– ¡Serás majadero, chaval!

 

Él continuaba deslizándose en la inmensidad azul de la ola, manteniéndose clavado en la tabla en perfecto equilibrio con los brazos y con el tronco bien inclinado. Aquel monstruo igual que la enfermedad que padecía no podía con él, ¡no había podido con él! Y la ola, vencida en la fanática carrera, lo trajo mansamente hasta la orilla.

 

Con el sol a su espalda, la silueta se acercó triunfal por la arena para reunirse con el compañero; durante unos segundos los dos amigos contemplaron en silencio el mar.

 

– ¡Lo has conseguido, chaval, lo has conseguido! – musitó con la mirada puesta en el horizonte y sin abandonar aquella sonrisa de pirado le palmeó el hombro.

 

Él asintió con la cabeza hasta que finalmente sonrió satisfecho.

 
Dedicado a mi amiga Mamen.

2 thoughts on “"A todo riesgo", de Lucía Feliú Zamora

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