CreaciónNo ficción

"Eloísa y Abelardo", Régine Pernoud. Elogio del género epistolar


Por Carlos Javier González Serrano.
 
Eloísa y Abelardo. Régine Pernoud. Acantilado: Barcelona, 2011, 288 pp., 22 €. Traducción de José Ramón Monreal.
 

¿Cómo se puede llamar penitencia de los pecados –por mucha que sea la mortificación del cuerpo– si el ánimo retiene todavía la voluntad de pecar y arde en los viejos deseos? Es muy fácil acusarse a sí mismo confesando los propios pecados, así como afligir el cuerpo con una manifestación externa de penitencia. Pero es muchísimo más difícil aparta el alma del deseo de las pasiones que más nos agradan.

Eloísa a Abelardo (carta)

 

La editorial barcelonesa Acantilado nos presenta una biografía muy amena de dos personajes generalmente poco conocidos, cuyos avatares suelen perderse en el limbo de la historia de autores cristianos que parecen no tener mucho que ofrecer al marco vital de nuestro tiempo –por razón de su adscripción religiosa: Abelardo. Éste se convirtió exclusivamente, para desgracia de los lectores de generaciones posteriores, en una suerte de precursor de las Sumas teológicas que algunos años más tarde le seguirían; él fue quien presentó, como nos explica Régine Pernoud, «la ciencia sagrada como una exposición sistemática de doctrinas, con definiciones y demostraciones […] Y es lo que a partir de ahora se designará con ese término de teología del que le somos deudores: una exposición doctrinal».

 

Sin embargo, los sucesos ocurridos (a veces tomados por leyenda) en la vida de Abelardo y Eloísa tuvieron, por ejemplo, una gran relevancia en la poesía de la Edad Media; empero, nunca el Romanticismo ni la novela histórica lograron poner de manifiesto la importancia de esta historia de amor, tan bien documentada gracias al prolijo cultivo del género epistolar que tuvo lugar por parte de ambos. La curiosidad intelectual de Abelardo y Eloísa no conoce límites desde su más pronta juventud. Además, «la gente –afirma la autora– la mira con tanto más gusto cuanto que Eloísa es hermosa. Abelardo escribiría más tarde que «reunía todo cuanto puede incitar a amar». […] Hay que hacer notar, por otra parte, que, aunque con gusto practica la lítote al referirse a los otros, los elogios son expresados más claramente cuando habla de él mismo. «Era tal entonces mi renombre –escribía Abelardo en sus primeros años de profesor– y tanto descollaba por mi juventud y belleza que no temía el rechazo de ninguna mujer a quien ofreciera mi amor». Pues he aquí el filósofo, al que hasta ese momento no había atormentado más que el demonio de la dialéctica, dominado de repente por los apetitos sensuales que le habían traído sin cuidado hasta entonces».

 

Ningún alimento, pues, mancha el alma sino la apetencia del alimento prohibido. Así como el cuerpo no se mancha más que con inmundicias corporales, de la misma manera el alma no se mancha más que con lo espiritual. No hay que temer que se haga en el cuerpo si no se arrastra al alma a consentir. Ni hay que confiar en la limpieza de la carne, si la mente se corrompe por la voluntad. Del corazón depende, pues, toda la muerte y la vida del alma.

Abelardo a Eloísa, Carta de dirección espiritual

¿Cómo surge el amor entre Abelardo y Eloísa, la historia en la que vivieron, amaron y aprendieron juntos? Régine Pernoud lo relata de esta manera: «»Primero nos juntamos en casa; después de juntaron nuestras almas». El relato de Abelardo es aquí expresivo por su brevedad misma: Eloísa, aparentemente, no le opuso ninguna resistencia. Desde el primer momento, desde el primer minuto en que sus miradas se encontraron, ella fue suya. ¿Podía ser acaso de otro modo? Eloísa tiene diecisiete a dieciocho años. […] Es, más que cualquier otra, sensible al prestigio de la inteligencia y del saber; también ella se ha consagrado al estudio, y renunciando, como Abelardo lo había hecho a su edad, a los placeres frívolos y a las diversiones permitidas a una muchacha de su condición para consagrar todo su tiempo a las letras, a la dialéctica y a la filosofía». De esta manera Abelardo entra en casa de Eloísa como profesor suyo, bajo la aprobación del tío de aquella, Fulberto. Por aquel tiempo Abelardo pasaba por ser el maestro más escuchado de su tiempo, el que reina sobre las escuelas de Notre-Dame y atrae a una ingente muchedumbre como nunca antes se había visto. «Es –escribe R. Pernoud– desde el mismo instante de su primer encuentro cuando Eloísa le profesa ese amor exclusivo que será el suyo hasta el último aliento. Amor apasionado que nada podrá entibiar a debilitar. […] Abelardo va a pasar por fases distintas y a vivir una evolución en su manera de amar. Pero no Eloísa. Será su grandeza y, por momentos, su flaqueza; en ella el amor es un amor sin matices, pero también sin puntos flacos: es el Amor».

 

Dios sabe que, en todas las ocasiones de mi vida, temí ofenderte a ti más que a Él y que quise agradarte a ti más que a Él. Fue tu amor, no el de Dios, el que me mandó tomar el hábito religioso.

Eloísa a Abelardo, (carta)

La historia entre Abelardo y Eloísa esconde una vida propia, alejada de relatos más o menos míticos (Romeo y Julieta, Werther y Carlota, etc.), y por tanto, mucho más real que cualquier otra protagonizada por personajes de novela. Abelardo, ya lo hemos dicho, es el hombre más excelso de su siglo, formado en dialéctica, filosofía y teología. Sin embargo, Eloísa no está menos dotada que el maestro, y muy pronto se verá confundido por su alumna. La armonía que surge entre ellos va más allá, sin embargo, de este mutuo interés por la verdad y el desarrollo de la inteligencia: son, respectivamente, al primer hombre y a la primera mujer a los que aman, por lo que el amor cobra una dimensión de novedad en sus vidas. Ambos llegan a confesar que cuanto menos habían gustado de tales delicias amorosas, con más ardor se enfrascaban en ellas y sin llegar nunca al hastío.

 

 

Con pretexto de la ciencia nos entregábamos totalmente al amor. Y el estudio de la lección nos ofrecía los encuentros secretos que el amor deseaba. Abríamos los libros, pero pasaban ante nosotros más palabras de amor que de la lección. Había más besos que palabras. Mis manos se dirigían más fácilmente a sus pechos que a los libros. Con mucha más frecuencia el amor dirigía nuestras miradas hacia nosotros mismos que la lectura las fijaba en las páginas. […] Ninguna gama o grado del amor se nos pasó por alto.

Abelardo (carta)

 

Empero, la vida de Abelardo, tal es uno de sus atractivos, se ve sacudida desde el principio por la tragedia. Nuestro personaje no conoce el amor hasta que cae en los brazos de Eloísa, muchacha tímida y deseosa de aprender. La relación entre maestro y alumna llega a su punto álgido cuando Eloísa espera un hijo al que llamarán Astrolabio; entonces se casan en secreto temiendo que la boda dañase la carrera de Abelardo. Eloísa es enviada por su tío a un convento, cerca de París, mientras que Abelardo intenta ocultar lo que todos ya conocen, manteniendo una prudente distancia respecto a su amada, lo que es interpretado por el tío mencionado como una suerte de abandono. Éste zanja la cuestión de una manera vil y cruel: bajo el amparo de la noche, contrata a hombres a sueldo que, sorprendiendo a Abelardo en su lecho de descanso, le castran. En este momento nuestro protagonista ingresa en la abadía de San Dionisio de París. Así, hasta el final de sus días, la figura de Abelardo despertará por igual odios y admiraciones. Eloísa, por su parte, nunca aceptaría en su fuero interno el convento como una verdadera vocación que llenara totalmente su vida, y de seguro hubiera preferido una vida común con su amado en busca de la sabiduría de lso filósofos e incluso de la santidad, entregados a un amor desinteresado: un amor pasional que, como vemos, queda truncado por tales circunstancias.

 

Una obra imprescindible para comprender una de las historias de amor más comentadas por los especialistas y que, sin duda, ayudará a sacar a la luz los entresijos de una relación que merece ser conocida por una época (la actual) en la que, tristemente, el género epistolar y las relaciones sociales sufren un decaimiento y envenenamiento producido por las nuevas y engañosas formas de comunicación.

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