Latinoamérica

Las entrañas de la Divina Comedia (1 de 2)

Por Pamela S. Terlizzi Prina.

 

MISTERIOS Y VERDADES DE LA CONSTRUCCIÓN DEL PALACIO BAROLO


“Dicen que el edificio es Satánico”, comentan unos turistas, en un español neutro, originario de algún páramo centroamericano que no me animo a adivinar. Además, se ven otros idiomas paseando frente a su puerta, con mapas, igual de intrigados. Todos hablan del emblemático Palacio Barolo, o Galerías Barolo. Un fastuoso ejemplar de columnas, oropeles, vitraux y leyendas; un elefante de misterio al 1300 de la bellísima Avenida de Mayo.

La historia, allá lejos y hace tiempo, empieza así: Luis Barolo, progresista y poderoso productor agropecuario, llego a la Argentina en 1890. Fue el primero que trajo máquinas para hilar el algodón y se dedicó a la importación de tejidos. Instaló las primeras hilanderías de lana peinada del país e inició los primeros cultivos de algodón en el Chaco. En el centenario de la revolución de Mayo, conoció al Arquitecto Mario Palanti (1885-1979), a quien contrató para realizar el proyecto de un edificio que tenía en mente. Luis Barolo pensaba, como todos los europeos instalados en Argentina, que Europa sufriría numerosas guerras que destruirían todo el continente.


Desesperado por conservar las cenizas del famoso Dante Alighieri, quiso construir un edificio inspirado en la obra del poeta, “La Divina Comedia”. El terreno elegido fue el de Avenida de Mayo 1370 y Victoria (hoy llamada Hipólito Yrigoyen), en el corazón urbano de Buenos Aires. En 1919 comenzó la edificación del palacio que se convirtió en el más alto de Latinoamérica, y en uno de los más altos del mundo en hormigón armado. Con un total de 24 plantas (22 pisos y 2 subsuelos), 100 metros de altura se hicieron posibles gracias a una concesión especial otorgada por el intendente Luis Cantilo en 1921, ya que superaba en casi cuatro veces la máxima permitida para la avenida. Hasta el punto más alto de la cúpula mide 90 metros, llegando a los 100 con un gran faro giratorio de 300.000 bujías que lo hacía visible desde el Uruguay. Una usina propia la autoabastecía en energía. En la década del ´20, esto lo convertiría en lo que hoy denominaríamos un “edificio inteligente”. Desde entonces existen 2 montacargas y 9 ascensores, de los cuales, dos están ocultos. Estos últimos respondían a las actividades comerciales de Barolo. Al llegar la mercadería ingresaba desde los montacargas ubicados en el acceso de lo que hoy es Hipólito Yrigoyen hacia los 2 subsuelos, de 1.500 m2 cada uno. Barolo utilizaba los ascensores ocultos para desplazarse de sus oficinas en planta baja, 1° y 2° piso, hasta los subsuelos evitando el contacto con sus inquilinos, que ocupaban las dependencias a partir del tercer piso.

Desde un inicio el Palacio provocó cierta perplejidad, se habló de estilo “remordimiento italiano”, gótico romántico, castillo de arena, o cuasi gótico veneciano. La construcción finalizó en 1923 siendo bendecida el 7 de junio por el nuncio apostólico Monseñor Giovanni Beda Cardinali, obsequiándole a la ciudad un espectáculo arquitectónico escandaloso y lleno de esplendor.
Ahora hay dos gringos que no se deciden a entrar. Uno quiere convencer al otro, y encuentra el mejor dato: “Someone told me that the building has strange inscriptions in latin”, dice. Y el otro no duda, entran.

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