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Jaulas

Por Antonio J. Ubero.

 

El paseo de Rostock a Siracusa. Friedrich Christian Delius. Editorial Sajalín. 166 páginas. 15 €.

 

Quien no se haya sentido enjaulado alguna vez en su vida que levante el dedo. Nuestro cuerpo, celda seminal, azar genético, se debate a lo largo de la existencia en un perpetuo dilema determinado por las alternativas que impone el hábitat familiar y social que nos corresponde en el arcano reparto de papeles, y las circunstancias que modulan el comportamiento, los hábitos y el intelecto. El espacio limitado puede ser tan grande como queramos, pues es el deseo lo que establece sus dimensiones. Hay a quien los barrotes le quedan demasiado cerca y se convierten en opresivas barreras para sus aspiraciones, y otros a quienes la aceptación de su realidad vital les permite alejarlos tanto como su conformismo es capaz. Unos y otros, en cambio, conocen lo que hay al otro lado pero no todos creen que allí encuentren algo mejor y por eso no sienten la necesidad de traspasar sus límites. El alemán Friedrich Christian Delius (Roma, 1945) cuenta en ‘El paseo de Rostock a Siracusa’ la historia de uno de estos individuos que sí quiso abandonar la jaula.

 

El resultado es una de las novelas más intensas, tiernas y explícitas que he leído en los últimos tiempos; un auténtico regalo para el intelecto que no puede seguir deambulando de puntillas por el universo editorial de este país de enjaulados. Tiene esta obra la virtud de constituir un concentrado de sucesos tan bien hilvanados, que resulta muy difícil resumir su contenido sin riesgo a desentrañar alguna de las muchas claves que otorgan la originalidad que la convierten en una lectura extraordinaria. Es preferible dejar al lector que disfrute con las sorpresas que le reserva Delius y, por mi parte, preferíría remitir a la sinopsis de la contracubierta que proporciona los elementos básicos para captar la atención y acompañar al audaz protagonista en una aventura insólita, cargada de matices y de un ritmo armonioso que jamás abruma aunque sí estimula.

 

Mas por no abjurar de la clásica estructura de la reseña y aliviar a su lector del esfuerzo documental por sus propios medios, resumo: esta es la historia de Paul Gompitz, un camarero de Rostock empeñado en emular a su admirado Seume y viajar hasta Siracusa; el único problema es cómo abandonar la República Democrática Alemana en su fase crepuscular, pues agotadas todas las vías legales sólo le resta la opción de huir; Gompitz, a diferencia de otros de sus compatriotas, no pretende más que realizar un viaje, con su ida y con su vuelta, como cualquier persona; aún así, y tras muchos años de preparativos, logra cumplir su sueño sin saber que el curso de los acontecimientos históricos se ha conjurado para darle a su periplo un matiz imprevisible. Y hasta ahí prefiero contar.

 

Ahora bien, merece la pena destacar algunos rasgos que convierten a esta novela en un trabajo memorable y, a la vez, digno de ser reivindicado. En primer lugar, narrar una historia de estas dimensiones en tan pocas páginas es ya un logro destacable, y un reto para cualquier editor que se debate en un universo de estadísticas y rentabilidad. Una peripecia a la otro escritor hubiese dedicado algunos cientos de páginas más, en manos de Delius se convierte en un relato sencillo y directo que no esconde tanto un ejercicio de síntesis como de certera concisión, deteniéndose en los momentos realmente necesarios para dotar a la narración del sustrato emocional preciso y pasando fugaz por aquellos otros que sólo sirven para apuntalar el discurso. Esta estructura otorga a la historia una enorme agilidad, que sabiamente mezclada con dosis de tensión e intriga da como resultado una lectura gratificante a la vez que absorbente, hasta lograr eso que sólo las novelas más extraordinarias son capaces: cautivar al lector hasta el extremo de convertir el abandono temporal de la lectura en un esfuerzo.

 

Esta no es sólo una historia cargada de esos elementos que encantan al lector, sino que propone una interesante reflexión acerca de las relaciones humanas y, sobre todo, sobre la percepción del extraño. Delius propone una curiosa visión del entorno vital, al enfrentar a su personaje ya no sólo a los rigores de su particular cautiverio sino a los que se esconden bajo la capa de la presunta libertad. Plantea así un universo de jaulas que se disponen como las celdas de un inmensurable panal, cuyos barrotes se yuxtaponen en una forma absolutamente dúctil escondiendo tras ellos miserias y prejuicios que el imaginario popular se encarga de mantener a raya. Así, hasta que Gompitz no empieza a establecer contacto con sus semejantes del otro lado del muro es incapaz de advertir que tras él no encontrará ni mucho menos ese mundo imaginado de libertad y solidaridad, sino más bien recelo, desprecio y soledad. Otras formas de opresión desconocidas o bien relativizadas que Delius expone con naturalidad, sin enjuiciarlas y sin un atisbo de intencionalidad crítica, proporcionando al lector sencillos hechos que le permitan hacerse una opinión al respecto. Esa descripción desapasionada de la condición humana en un contexto de aparente libertad es, a mi juicio, el principal valor de esta novela.

 

Coda trágica. Viene a cuento reseñar una novela de temporadas pasadas por el hecho de que su autor haya recibido recientemente el premio Georg Büchner, máximo galardón de las letras alemanas, lo cual debería colocarle en una posición mucho más visible para aquellos que deberían valorar el buen hacer literario como paradigma de una oferta editorial de calidad. Sin embargo, de Delius sólo se conoce en nuestro cultísimo país el libro que me ocupa, a pesar de su prolija y premiada producción literaria, traducida a más de 20 lenguas. Desde luego, con ejemplos así me abruma pensar la cantidad de obras que nos estamos perdiendo y, por otro lado, me consuela saber que hay una nueva casta de editores capaces y audaces que, como los de Sajalín, se han empeñado en desvelar al lector español toda esa magnífica literatura que permanece alejada de nuestras librerías por obra y gracia de un mercado tan implacable como conformista. Sería de ley que, al menos, les diésemos una oportunidad y como Paul Gompitz pudiéramos abandonar nuestra jaula. Aunque sólo sea un rato.

 

 

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