Amy, ojalá no hubieras sido tan rebelde
Por Alicia Valeria Alonso.
Amy era una chica diferente. Una de esas personas de extrema sensibilidad que no soportan la carga de una vida vacía. Una vida que no les corresponde, que no sienten propia, que les devasta y le consume por dentro. Quién sabe si fue la fama o es que Amy no encontraba su sitio. El caso es que se derrumbó casi antes de empezar. Con sólo 27 años, la joven fue hallada muerta en su casa, en el barrio londinense de Camden Town, pasando a engrosar la lista de Club de los 27, formado por artistas como Jimi Hendrix, Jim Morrison, Janis Joplin, o Kurt Cobain. Todos ellos llevaron una vida marcada por los excesos con las drogas y el alcohol; por la depresión, el abatimiento y el nihilismo existencial.
Esto me lleva a preguntarme ¿Por qué los genios viven una existencia tan amarga? ¿Por qué no lo soportan? Creo que tengo la respuesta: porque no encontraron una razón por la que seguir adelante. No encontraron un sentido a la vida. Se vieron rodeados de banalidades que no te satisfacían. Vieron que la gente de su alrededor se conformaba, y ellos no fueron capaces. Creo que esto fue lo que le pasó a Amy. Pero a ella además le ofrecieron una bandeja llena de droga, que le permitía olvidar. Hasta que hace dos días olvidó para siempre.
Y es que Amy era de esas chicas que no se conformaba. Ni con el amor, ni con la sociedad…con nada de lo que la concernía. Era rebelde, irreverente, excéntrica…Su ex-marido, Blake Fielder-Civil fue una de las principales causas de su agonía. Con él comenzó a consumir droga, y los problemas de la relación le causaron constantes depresiones que le llevaron a sufrir desarreglos alimenticios y continuas recaídas en sus adicciones. Más tarde Blake ingresó en prisión, y entonces fue su ex-novio Reg Traviss, el motivo de sus tristeza. De hecho, se ha llegado a barajar que la causa de la sobredosis que le pudo llevar a la muerte fuera una discusión con Traviss.
Pero lejos del terreno sentimental, Amy también era una mujer todo terreno. Fuera donde fuera, le gustaba romper con las convenciones sociales, con lo establecido. Su genuina estética, a medio camino entre sex-symbol y chica mala, dejaba claro que no era una más de tantas cantantes monas de melena doraba y coreografía prefabricada. Y su voz…. su despampanante y poderosa voz. Repleta de elegancia, de sensibilidad. Cuando Amy Winehouse irrumpió en el mundo de la música quedó claro que no habría otra igual. En 2003, con sólo 20 años, sacó su primer disco, Frank, un asombroso éxito entre la crítica y el público. Su single “Stronger than Me” fue el pistoletazo de salida de quien ya se había convertido en una genial artista. Más tarde vino Back to Black, álbum que la catapultaría directamente al la cima de la industria musical. Innumerables reconocimientos, entre ellos cinco Grammys, y records de ventas en todo el mundo, hicieron de Amy la cantante del momento. Temas como “Black to Black”, “Rehab”, y “Love is a Losing Game” demostraron definitivamente el talento de la rebelde chica judía.
Dentro de un panorama musical donde el soul estaba olvidado, ella resucitó le elegancia de aquellas voces clásicas de la música negra de los 60. Inevitable es recordar a Billy Hollyday o Nina Simone cuando escuchamos la voz de Amy. Y de hecho, ella fue la gran impulsora de otras voces femeninas británicas cercanas al soul, el R&B, el jazz, el ska o el rock & Roll, como Duffy o Adele.
Pero no fue únicamente su talento lo que la convirtió en un icono de nuestros días. Fue su comportamiento. Su arrogancia. Su desobediencia. Ya lo dijo en su canción “Rehab”: “Me quieren llevar a rehabilitación y yo digo no, no, no”. Y de tanto decir no, al final ocurrió lo peor. Dejó a dos padres destrozados, a sus amigos y compañeros con enorme tristeza, y a todos sus seguidores llorando la pérdida de quien ya pasará a la historia como un mito de la música del siglo XXI. Algunos dicen que su muerte era de esperar, pero otros como yo, teníamos esperanza en que saliera de ese enorme agujero en el que se había caído hacía ya mucho tiempo. Ojalá hubieras dicho sí, Amy, ojalá no hubieras sido tan rebelde.