Harry Brown, avatar británico de “el Sucio”

Por Graciela Rodríguez Alonso.

 

Foto: Michael Caine.

Londres. Una banda callejera capta esbirros a base de crack y pistolas. Esbirros que asesinan, trafican y violan. Todo por diversión. Primera escena: una joven pasea a su bebé por el parque, dos de la banda merodean en moto a toda velocidad, la rodean como hienas, gritan. Hija de puta vamos a por ti, ¡joder!, un disparo fallido, dos, pero al tercero le revientan la cabeza. Por diversión, ya digo. El anciano Harry, nuestro protagonista, pulcro ex militar de la Royal Navy y condecorado en Irlanda del Norte, que perdió a su hija Rachel,  que acaba de quedarse viudo y que sólo tiene un amigo en el mundo, Led, se entera del crimen por la radio. La policía confirma que la joven Karen fue víctima de un acto de violencia “aleatoria”. Aleatoria es la posibilidad de supervivencia en el barrio: un mero juego de azar, un suceso fortuito. Si estás en el lugar inadecuado, si eres viejo o muy joven o mujer o pasas por allí cuando los chavales del túnel están aburridos, te la juegas.

Eso le ocurre al bueno de  Led, el único amigo de Harry. Led se convierte en el juguete favorito de los animales de la banda y pierde. Su asesinato transforma a Harry, ese anciano que recomendaba a Led mantener la calma y avisar a la policía y que jamás se había acercado al túnel fortaleza de los malos —ni siquiera para acortar el camino cuando avisan del hospital para decirle que su mujer ha muerto—, y convierte al apacible Harry en una máquina de matar idéntica a su tocayo apodado “el Sucio”.

¿Y la policía a qué se dedica? La policía es un absoluto desastre más ocupada en hacer comunicados de prensa que preocupada por las aterrorizadas vidas de los vecinos del barrio. La policía parece de cartón piedra pero también juega: a polis y malos, claro. Pero hete aquí que los malos siempre ganan. La única inspectora que se huele el pastel es ninguneada por el jefe, siempre repeinado y luciendo uniforme. Un desastre: los crímenes se acumulan, muchos sospechosos pero ninguna prueba. Los malos se van de rositas y continúan con sus jueguecitos sangrientos. Calma, no importa.

No importa porque, menos mal, tenemos a Michael Caine para salvar no sólo al barrio, sino también la película. Si no fuera por su interpretación (brutal la escena en la que “hace negocios” con los traficantes), la película de Daniel Barber no alcanzaría el aprobado: todo termina convirtiéndose en tópico, los malos tan malos, los polis tan tontos y tan desalmados, la chica tan buena (y tan torpe que siendo inspectora se olvida la pistola, digo yo, porque no encuentro otra razón para que ocurra lo que no pienso desvelar y quede totalmente indefensa ante uno de esos bestias). La historia es buena, a lo Gran Torino, pero no está bien contada. Los acontecimientos se precipitan, la revuelta callejera no tiene sentido (más allá, supongo, de que Barber se lo haya pasado pipa organizándola),  el abrupto final desmerece y los intentos de crítica social son vanos. Pero, insisto, el gran Caine está ahí para evitar que esto se hunda hasta el fondo.

(Harry Brown, una película de Daniel Barber, DVD de Versus entertainment)

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