"Sobre el ser humano y el capital", por Herbert Marcuse.
La institución capitalista «convierte al individuo completo – cuerpo y mente- en un instrumento o, incluso, en parte de un instrumento: activo o pasivo, productivo o receptivo, a la hora del trabajo o en su tiempo libre, siempre está sirviendo al sistema. La división técnica del trabajo divide también al ser humano en operaciones y funciones parciales dirigidas por los coordinadores del proceso capitalista. Esta tecnoestructura de la explotación es la que organiza la vasta red de instrumentos humanos que produce y sostiene una sociedad rica, puesto que el individuo, a menos que pertenezca a una minoría implacablemente atacada, también se beneficia de su riqueza»
(…)«El capital ya no produce tanto privaciones materiales cuanto una satisfacción dirigida de las necesidades materiales; pero al mismo tiempo, convierte al ser humano completo – inteligencia y sentidos- en un objeto de administración manejado de forma que produzca y reproduzca no sólo las metas, sino también los valores y promesas del sistema, su paraíso ideológico. Pero detrás del velo tecnológico, detrás del velo político de la democracia, está la realidad, la servidumbre universal, la pérdida de esta dignidad humana en una libertad de elección prefabricada. Y la estructura de poder ya no se «sublima» como lo hacían las culturas liberales, ya no es siquiera hipócrita (con lo cual se conservarían por lo menos las «formas» o una máscara de dignidad), sino que brutalmente descarta toda pretensión de verdad y de justicia.»
[Marcuse, 1973 : 24-25]