París, para los amantes de la literatura
Por Johari Gautier Carmona.
Hace unos pocos años se pusieron de moda los viajes literarios y la búsqueda de lugares en los que los escritores más famosos se hospedaron o crearon un escenario de gran éxito. Así es cómo escenas de las novelas de Juan Marsé, la sepultura de Antonio Machado o incluso la obra de Carlos Ruiz Zafón ––La sombra del viento–– han inspirado todo tipo de rutas turísticas para los amantes de la literatura.
París es una de esas ciudades que ofrece un listado interminable de intelectuales excepcionales que acudieron a ella con el fin de mejorar su arte y que acabaron revolucionando el mundo de contar historias. Entre ellos destacamos dos de los escritores más reconocidos de la literatura francesa del siglo XIX: Víctor Hugo y Honoré de Balzac. Ambos marcaron una época convulsa en la que el compromiso político y social se conjugaba con el oficio de escribir.
El piso de Víctor Hugo
Ubicado en el número 6 de la plaza de Vosges, una de las más bellas de la capital, frente a un jardín de estilo inglés con fuentes y zonas verdes, el apartamento de Víctor Hugo es uno de los lugares más buscados por los amantes de la literatura francesa.
Allí se estableció el escritor francés en 1832 con su mujer, Adèle Foucher, y sus cuatro hijos. En aquel entonces sólo tenía 30 años pero ya estaba en su época más productiva que se concretaría más adelante con obras maestras como “Ruy Blas”, “Las voces interiores”, “La leyenda de los siglos y de las contemplaciones” y “Los Miserables”.
En una vida especialmente marcada por el exilio y el cambio constante de vivienda, este piso fue donde se hospedó más tiempo: 16 años en total. Aquí fue ascendiendo socialmente, haciendo contactos con los principales autores del país y cogiendo peso a nivel político. En su piso recibía con frecuencia a escritores ilustres como Alejandro Dumas, Proper Mérimée, Téophile Gautier o Lamartine a quienes consideraba amigos.
Con una superficie de 280 metros cuadrados, la vivienda recoge diversos momentos de su existencia pero también expone unas facetas desconocidas del escritor como algunos mobiliarios hechos por él mismo. Evidentemente, su capacidad creativa no sólo se limitaba a crear historias sino también a moldear la madera y la cerámica.
A partir de 1848, su activismo político y el consecuente alejamiento con el partido conservador le obligaron a alejarse de Paris para coger en 1951 el camino de Bélgica.
La casa de Honoré de Balzac
En la zona de Passy, en lo que otrora era la periferia de París, se encuentra la casa de Balzac. Esa casita bordeada de un hermoso jardín se asemeja ahora a un espacio abierto en el corazón de la capital. Un postal de otra época. El tiempo detenido.
En el interior de la casa descubrimos algunos de los años más intensos de ese hombre obsesionado con la perfección. Cartas que mantuvo con su esposa, la señora Hanska, o correspondencia con otros escritores de la época. Honoré de Balzac solo permaneció siete años en esta casa (entre 1840 y 1847) usando el seudónimo de “Monsieur de Breugnol” para escapar de los cobradores. Aún así, el entorno agradable y resguardado le permitió escribir sin descansar. Hasta la extenuación. Movido por un deseo de superación o simplemente de escapar de la miseria que le acechaba.
En este lugar, el autor trabajaba entre quince a dieciocho horas diarias y podía reescribir dieciséis veces la misma hoja. El café era en esos momentos su única distracción. Un consuelo. Una adicción que le permitía seguir adelante pero que también le destruía por dentro y le hacía caer en periodos de profundo malestar.
En una de las cartas que dirigió a su esposa, Balzac describe una rutina destructora: “Trabajar, consiste en levantarme todos los días a media noche, escribir hasta las ocho, desayunar en una cuarto de hora, trabajar hasta las cinco, cenar, acostarme, y volver a empezar el día siguiente”.