Arte, manual de instrucciones

Por Alberto Peñalver Menéndez
 
Do It Yourself Art
Fundación Canal
C/ Mateo Inurria, 2. Madrid
Comisario: Klaus Littman
Hasta el 24 de julio
 
 

“Se ruega tocar”, dicen las cartelas. Sin embargo, y como era de esperar, las primeras reacciones son tímidas: décadas de pedagogía museística y auxiliares de mirada severa nos han inculcado aquella ley ya casi infalible del cordón rojo. Pero tras los primeros momentos de inseguridad, una pareja se decide finalmente a accionar el motor de Insekt, una especie de cigarra mecánica creada por Daniel Imboden que frota sus patas contra una hoja de papel mientras dibuja con un rotulador lineas como cardiogramas. La pareja asiste escéptica al ritual, que finaliza con un chasquido abrupto: la cigarra se echó a dormir. La chica entonces recoge el folio y lo dobla limpiamente para guardarlo en su bolsillo.

 

Un poco más adelante, un niño mucho menos cohibido presiona con el pie un botón rojo que hacer girar una pluma de ave a mil revoluciones sobre su eje vertical: las vibraciones acaban por dibujar en el aire el fantasma de una escultura. La obra se llama Édition MAT, y ha sido creada por el suizo Jean Tinguely, toda una eminencia de la metamecánica, como a él gustaba llamar a sus esculturas cinéticas. Pero ello no parece importar al chaval, que se divierte en seguir con los ojos el movimiento de la pluma. Cuando el torno cesa de rotar, el niño comienza a manipular el contraposto de la pluma con el fin de modelar una nueva estatua una vez accionado de nuevo el botón. Sin embargo, sus esfuerzos plásticos son interrumpidos por el chisteo de un guardia: al parecer, el “se ruega tocar” tiene ciertas limitaciones.

 

El plagio consentido: readymades y kits

 

Muy posiblemente, Tinguely hubiera aprobado la creatividad del chico. “Todo ser humano es un artista”, afirmaba también el alemán Beuys – que por cierto dió clases a Klaus Littman, comisario de la exposición – y los más de sesenta objetos que componen Do It Yourself Art reivindican esta condición al exigir la participación activa del público. Aunque ello requiera desmitificar el proceso creativo y en cierta manera, el suicidio del artista: el arte ha muerto, viva la artisticidad. El primer homicida reconocido fue Duchamp, que en 1917 colocó una letrina blanco en los libros de historia del arte universal: el ‘readymade’ no fue del todo aceptado por la Sociedad de Artistas Independientes, que decidió retirarlo de la vista del público por el paradójico motivo de la higiene, en este caso moral. Entre los argumentos debatidos, no nos habría extrañado escuchar la archiconocido letanía de “eso lo puede hacer mi sobrino de tres años”. A lo cual, Duchamp posiblemente hubiera asentido complacido ante una descripción tan exacta de lo que suponía su trabajo: la democratización del arte.

La muestra se desarrolla a lo largo de cuatro ejes que explorarn las diferentes maneras de ceder el bastón de mando de lo estético: máquinas, readymades, kits y manuales. El kit se erige también como una forma alternativa de creación. En la era de Ikea, la homogeneización de los métodos de construcción permite reproducir las condiciones artísticas de los artistas. Con la industrialización, desaparece la autoría: Naroa Lizar Redrado propone con Iartistslondon un kit con el que replicar en plástico la calavera diamantina de Damien Hirst; el mismo Hirst, enfant terrible de los británicos 90, nos invita a falsificar sus conocidas pinturas de puntos gracias a un pack que incluye lienzo, pinceles y pigmentos.

 

Instrucciones para ser un artista

 

El manual de instrucciones, paradigma del siglo pasado, transciende de su condición industrial para introducirse con humor e ironía en el mundo del arte. Imposible no rememorar los intentos literarios de un Cortázar – recuérdense sus instrucciones para subir escaleras, por poner un ejemplo. De la misma manera, Tacita Dean describe en una sencilla lista cómo encontrar tréboles de cuatro hojas; Louis Bourgeois sustituye sus desconcertantes arañas gigantes por una discreta instrucción, “Durante un paseo, deténgase y sonría a un extraño”, y que causa un efecto igual de grotesco; Lewitt o Malevich, Marina Abramovich, el poeta Joan Brossa o la sexóloga Shere Hite, todos ellos discurren por el delicado arte del manual de instrucciones.

 

Al acabar el recorrido, la exposición interroga al visitante con una pregunta: ¿puede sobrevivir el arte sin artistas? La respuesta nos la da el chileno Antonio Skármeta en 1985:”la poesía no es de quien la escribe, sino de quien la necesita”.

www.fundacioncanal.es

 

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