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Entrevista a Alberto Torres Blandina

Por María Anaya

Fotografías de Editorial Siruela


“mapa desplegable del laberinto” nos habla de tres vidas, tres historias, tres voces que son una. Los tres acaban descubriendo que tras los distintos nombres, rostros y recuerdos, todos somos la misma persona.

 

Alberto Torres Blandina, Valencia 1976, escritor desde los siete años. Nos habla de esta nueva novela, de cómo entiende el amor y de los rincones del mundo donde han nacido sus personajes.

 

 

–          En mapa desplegable del laberinto apenas hay paisajes… Es curioso, después de leer tu blog, donde hablas de viajes, paisajes formados por horizontes y por el carácter de la gente… En el libro hay algunos lugares muy concretos: el interior de una casa, una acera en un polígono, el interior de una discoteca… pero casi no los dibujas. ¿El amor hace desaparecer el entorno?

 

Nunca me ha interesado la descripción ni los espacios concretos. Me interesan las historias desnudas y más aún en esta novela, donde afirmo que, en el fondo, todos somos la misma persona, en el sentido de que todos pasamos por las mismas cosas: a veces somos abandonados, a veces abandonadores, a veces el bueno y a veces el malo de la película. No me interesaban los detalles concretos, más bien el mundo interior de los personajes que acaban convirtiéndose en el “otro”, en quien creyeron que jamás serían, para descubrir entonces que nunca hubo diferencia, que los contrarios son a veces lo mismo visto desde una perspectiva diferente.

 

–          Espero que tomes esto como un cumplido. La estructura del libro, compuesta por varias voces, es algo que ya has usado anteriormente. Es una forma de contar que recuerda a Faulkner. ¿Te ves tejiendo un universo de personajes que se crucen entre tus novelas pasadas y futuras? (En el libro incluyes una poesía que escribiste en 2006, “La repetición de los matices”)

 

No suelo repetir personajes y no creo que lo haga, con la excepción de Jussi Latvala, un poeta finlandés que es citado a veces en mis textos y que es mi alter ego poético. Pero sí me interesa el juego de perspectivas, matizado en este caso por el hecho de que los tres personajes tienen una voz similar, como si las tres vidas fuesen un continuum, como si al pasar de una mente a otra nos diésemos cuenta de que apenas ha cambiado nada: las preocupaciones y las alegrías son semejantes en cada uno de nosotros. Solo cambian los matices.

 

–          Siguiendo con la pregunta anterior. Hoy en día viajamos mucho, tu blog habla de viajes a Malí, Japón, Estados Unidos, Alemania… cualquier rincón de la Tierra parece a nuestro alcance. Un universo “al estilo Faulkner” actual, ¿tendría más sentido olvidando las fronteras geográficas? ¿o tal vez la globalización hace necesario reflexionar sobre culturas y espacios geográficos concretos?

 

Se están diluyendo las fronteras espaciales, pero hay otras mucho más importantes. Es verdad que hoy en día podemos viajar a cualquier lugar, pero de una forma superficial. No es posible hacerlo de otra manera que no sea como turistas, mal que les pese a algunos que se autodenominan travelers (hasta en esto de viajar hay clases y clases). Como español, me asomo al mundo desde el punto de vista occidental: desde éticas judeocristianas, revoluciones francesas e industriales, ilustraciones y teorías de la relatividad. Desde Jesucristo, Lutero, Descartes, Rousseau, Darwin, Adam Smith, Einstein, Lorca, Extremoduro y un largo etcétera. Así que somos capaces de viajar y tomar fotos, pero es difícil entender los lugares visitados y captar los matices de la cultura visitada. Las fronteras siguen ahí.

 

–          De todos los lugares que has visitado como turista desordenado, ¿Dónde llevarías a tus personajes de vacaciones? ¿y para perderse o vivir aventuras?

 

Me he enamorado en Edimburgo, he hecho el amor sobre la arena de una isla tailandesa, he vomitado tras una borrachera de sake en un taxi tokiota, me he escondido de la mafia india en Jaipur, he roto mi copa brindando por el año nuevo en un pueblo de Rumanía, he tenido que disculparme ante algunos dogones por fotografiar (y por ello enfadar) a la lluvia, he bailado pasodobles con una anciana en un parque de Pekín, he pintado huevos de pascua en Noruega, he conducido por el desierto del Sahara con un utilitario y un sacerdote maya de Maximón me ha dicho: tu chica tiene a otro hombre, mientras me tiraba humo de puro en el rostro. De todas esas vivencias nacen mis personajes. No podría ser de otra manera.

 

–          El libro es muy ágil y consigue golpear al lector con la crudeza de las tres historias. Pero la tragedia es desbordante. Rilke decía que el tema más difícil sobre el que se puede escribir es el amor. A mí me da la sensación de que lo difícil es escribir sobre el amor pacífico, hacer que el cariño que se construye año a año, con altibajos pero sin grandes dramas, resulte un tema apasionante. ¿Escribirías una novela sobre eso? ¿Crees que sería más difícil que escribir una gran tragedia o que simplemente carecería de interés?

 

Imaginemos que Romeo y Julieta no mueren. Imaginémoslos cinco años después, discutiendo por quién baja la basura o por qué canal de televisión ver. Julieta diciendo eso de: cualquier día de estos cojo la maleta y ya no me ves. Romeo babeando por el escote de la vecina. ¿Recordarían entonces la gran historia de amor que vivieron? ¿No quedaría degradada por las rutinas y las zapatillas de ir por casa? En fin, creo que el amor necesita de un componente trágico para ser novelable, porque el amor, si dura mucho tiempo, se convierte en otra cosa, muy bonita, en algunas ocasiones más quizá, pero sin demasiado interés narrativo. En la novela hablo sobre ello: un personaje teoriza que tal vez Orfeo, tras bajar al inframundo a rescatar a su amada Euridice, se giró y la miró a propósito, a sabiendas de que al hacerlo ella desaparecería, con la intención de congelar la historia en el momento álgido…

 

–          ¿Qué ideas compartes con tus personajes de este libro? ¿Las parejas se aburren necesariamente con el paso del tiempo hasta abandonarse con una nota en la nevera?

 

Muchas son ideas mías y otras de la gente con la que me relaciono, pero creo que son ideas más o menos universales. Es difícil no sentirse identificado con los tres personajes protagonistas: Jaime es como Fausto, al que le aprieta su vida como si fuese de una talla menos y desearía vivir mil vidas distintas; Alberto es como Hamlet, paralizado por las circunstancias, desconociéndose en cada acto, lo que le hace dejar de actuar para no seguir traicionándose; Elisa sería Orfeo, como ya he dicho, haciendo desaparecer a los amantes para mantener intacto el Amor. Me interesa la esencia, que todos nos podamos sentir un poco reconocidos en ellos.

 

Y no sé qué decirte de las parejas. Mi experiencia me dice que el amor se acaba casi siempre. Por eso quizás, como decía en otra novela, “cada mañana me despierto, la miro y decido estar un día más a su lado”. Pensar que habrá un fin es un buen antídoto contra las inercias.

 

–          Para terminar y ser terriblemente predecibles. ¿Qué hay que estudiar para ser un joven escritor de éxito? ¿Personas, destinos internacionales, ortografía, sexo, películas?

 

Supongo que la única fórmula secreta es el trabajo. Yo llevo toda la vida escribiendo. No me recuerdo sin escribir. Todavía conservo un libro de cuentos ilustrados que hice a los 7 u 8 años. Mi primera novela la acabé a los 13 y la quemé varias semanas más tarde, en una crisis melodramática muy adolescente. Más tarde escribí 5 o 6 novelas hasta que llegó el primer premio y la primera publicación que, para ser sinceros, tomé con más alivio que alegría: el tiempo dedicado al fin daba sus frutos, no lo había malgastado. Pero, de todos modos, todavía me queda mucho camino por andar. Todavía soy un desconocido en esto de las letras y sigo trabajando para abrirme un hueco. Porque un artista no deja de ser un trabajador. Eso del genio y el aura es una tontería romántica.

 

 

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