"Poemas de amor efébico", Akal
Por Carlos Javier González Serrano.
Poemas de amor efébico. Antología Palatina, libro XII. Akal: Madrid, 2011. 208 pp., 7,50 €. Edición de Ramiro González Delgado.
En la «Introducción» de esta interesante obra, leemos que «la pederastia fue una institución arraigada en diversos ámbitos de la sociedad griega y su rasgo definitorio fundamental era la «pedagogía» del joven amado (erómenos) por parte del amante (erastés) adulto». Ya en la filosofía griega (Platón, Sócrates o los estoicos) se evocaba una imagen idealizada de la pederastia como un impulso puro y benéfico, libre de contacto sexual. Los epigramas recogidos en este volumen reflexionan sobre el poder de Eros y analizan diversos aspectos de la divinidad: gozo y belleza, pero también un sufrimiento que reconoce la debilidad del individuo ante su poder y las fuerzas que éste y su círculo desencadenan. El tempus fugit de la adolescencia y el disfrute inmediato o carpe diem aparecen asociados en varios de los epigramas; la exhortación al goce ante la brevedad de la existencia o, especialmente, ante la pérdida de la belleza, es un tópico literario que se remonta a épocas y civilizaciones muy antiguas. Se puede decir que la pederastia fue una relación educativa entre hombres libres que terminaría convirtiéndose en un ideal estético: la belleza del joven torna en un alto valor, y prueba de ello es que, por ejemplo, el amor platónico que observamos en los diálogos no es más que una sublimación filosófica del eros pedagógico ateniense.
De Estratón
Me complace el muchacho de doce años; pero más deseable que éste es con mucho el de trece. El que tiene catorce es la más dulce flor de los amores, pero más encantador es el que acaba de cumplir los quince. El año decimosexto es propio de dioses. Al de diecisiete no me toca a mi buscarlo, sino a Zeus. S alguno desea un muchacho de más edad, ya no juguetea, sino que busca «responde dándose la vuelta».
El título de la Antología Palatina en su libro XII reza La musa de los muchachos, nombre de la obra de Estratón de Sardes, principal poeta de este libro que contiene poemas de amor pederástico. Sin embargo, ya nos avisa el editor en la «Introducción», este tema, fuera del contexto helénico de la Antigüedad, puede ser malinterpretado, pues «la pederastia en la antigua Grecia no se refería al abuso sexual cometido contra un niño, sino la relación de índole sexual entre un adolescente de familia de buena posición social y un varón adulto (pedagogo, maestro, amigo del padre…)». La pederastia fue una institución arraigada, decíamos, y en Sócrates, Platón y los estoicos aparecía como una auténtica guía de los jóvenes hacia la virtud por medio de la amistad.
De Alceo
Protarco es bello, pero no quiere; ya querrá luego: la edad hermosa con su antorcha apura.
De esta manera, la obra que nos presenta Akal supone un acercamiento al erotismo homosexual que siempre estuvo en Grecia muy condicionado culturalmente, siempre preñado de un fuerte componente pedagógico asumido y justificado. En El Banquete, diálogo platónico, observamos cómo en el dominio de la paideia (o educación) aristocrática, el amante (siempre superior en edad y con experiencia de la vida noble) instruye al joven amado, normalmente adolescente e inexperto. En este sentido, la mujer se halla encaminada al matrimonio y a la producción de hijos legítimos, o bien al concubinato, mientras que queda excluida del eros elevado. Ramiro González Delgado explica en la «Introducción» que «socialmente la pederastia estaba tan bien vista por los griegos que éstos se jactaban de que fuera una institución típicamente helénica. Incluso dioses griegos como Zeus, Apolo o Dioniso la practicaron. Por eso, hemos considerado conveniente subtitular el libro XII de la Antología Palatina como «Poemas de amor efébico». Efébico en griego […] es un adjetivo que describe y denomina a un adolescente físicamente muy bello y los griegos, por encima de todo, amaban la juventud y la belleza».
De Meleagro
Alma que lloras lágrimas amargas, ¿por qué la herida de Ros ya cicatrizada de nuevo en tus entrañas se enciende? No, no, por Zeus, por Zeus, insensata, no alientes el fuego que bajo las cenizas brilla. Pronto, olvidadiza de desdichas, otra vez, si mientras le rehúyes te atrapa Eros, te maltratará como si encontrara a un fugitivo.
Así, este libro XII es la colección más amplia conservada de epigramas dedicados a la pederastia, término con el que en la Grecia antigua se hacía referencia a la relación de índole sexual más arriba explicitada y que socialmente era totalmente aceptada. Los poemas contenidos en esta obra ineludible para los interesados en conocer las costumbres de aquel tiempo, abarcan un gran segmento tanto espacial (de la Grecia de Asia Menor a la Roma helenizada) como temporal (del siglo VI a.C. al II d.C.), por lo que ya algunos autores no sienten el componente educativo de la pederastia, presente en sus orígenes, y escriben epigramas abiertamente homosexuales. Los breves poemas muestran la adoración por la belleza masculina, los desengaños amorosos y la exhortación a los jóvenes a que aprovechen su esplendor juvenil antes de que les salga el vello, pues este hecho supone el ocaso de la belleza y el fin de la condición de erómenos (adolescente de familia de buena posición social. La pederastia y la pasión amorosa se conjugan en algunos casos con temas pornográficos que reflejan una sociedad urbana, tolerante y hedonista en la que el placer sexual no estaba vetado.
En definitiva, una ocasión única para acercarse a la homosexualidad en la Grecia antigua, pues los griegos, como ningún otro pueblo, elevaron al máximo rango moral y social la pederastia, que se convirtió en toda una institución, sobre todo bajo el dictamen de Solón. En Atenas el muchacho que entraba en relación con un adulto, leemos en la «Introducción», aprendía las virtudes y los deberes del ciudadano: «era de muy buen gusto y de alto valor ético que un erastés (así se le consideraba a partir de los veinticinco años), con su reglamentaria barba en pico, se encaprichase de un erómenos o efebo, que según la legalidad vigente había de estar entre los doce y dieciocho años. El mayor se hacía cargo de la educación y de la orientación en la vida del joven y, entre tanto, intercambiarían ambos amor y goces carnales como titos de paso preparatorios para la edad adulta».