"Las otras" y "La muerte de las gotas", de Pamela S. Terlizzi Prina
Pamela S. Terlizzi Prina ha publicada algunos de sus textos en su país natal, Argentina, en la prestigiosa Antología Homenaje titulada «Borges Cortázar – Ad Litteram»; también ha publicado cuentos a través de Ruinas Circulares, habiendo sido premiada en un certamen de Cuento Erótico Breve convocado por una Revista Valenciana (Editorial Argot) y también en el VII Concurso Bonaventuriano de Cuento y Poesía de la Universidad de San Buenaventura, de Cali, Colombia (relatos que os presentamos hoy en Culturamas).
Las Otras
© Pamela S. Terlizzi Prina
Las dos amasábamos pan para la noche. Ninguna tenía experiencia, ni en el pan ni en lo otro. La casa habitada sólo por nuestro castigo sobre la masa, por el paquete de harina, yendo de mis manos a las suyas para secar la humedad entre los bollos y la mesa. No supimos hasta después que sería en vano. Sus labios rebotaban, entreabiertos, a la vez que sus senos se dibujaban bajo la blusa. La paz se me acabó en sus pezones y me llamó a lamer por dentro el calor que me crecía bajo el ombligo. Nos mirábamos de reojo, poniendo en la espesura tibia que teníamos entre manos, la cadencia con que nos hubiéramos besado el cuerpo. Con más torpeza que disimulo hundí mis dedos en su pan, todavía crudo, con las palabras atoradas, pero la lengua presta. Supe que me aceptaba cuando los botones fueron cediendo bajo sus manos sucias. Rodeando la mesa llegué a su boca, a sus pechos desnudos, a besarle el vientre y hundir mis dedos en una tibieza, ahora viva y madura. Ella, presa del método rítmico de mi lengua, tembló y echó a andar un río mezcla de ácido y dulzor. Después, como una sombra creció sobre mí; con mi cabellera en un puño me besó con una indecencia imperturbable. Todo fue gozo y pecado y sabor. Emanamos de la piel un aroma amarillo y agudo, y abrigadas en la desnudez, aguardamos sobre la mesa que el pan saliera del horno. Cómplices, lo saboreamos en silencio en una mesa llena de ignorantes. Nadie supo jamás que en la cocina fuimos otras. Más mujeres y más diosas. Más libres en la cocina que nos encarcela; más ella, y más yo.
(Nadie, excepto el mirón que en el estupor y el ansia, imagino,
olvidó su sombrero de paja, al pie del ventanal).
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La Muerte de las Gotas
© Pamela S. Terlizzi Prina
Una gota cae, insalvable. Tan alto es su abismo que los ojos mortales no ven su origen. Cae irremediable. Y la muerte la hermana a otro millón de gotas, tan muertas e irremediables como ella, en destino, en caída y en desconsuelo. Ni un segundo deja de caer. Llueve.
Llueve y nada se revela. Todo llueve en una armonía bucólica. Los objetos y los seres, como corresponde, llueven. Sin queja, con aplomo y verdadero compromiso de lluvia, como adueñándose de unos brazos abiertos, llueven y se dejan llover, porque el mundo así funciona.
En busca de su muerte van, como todo aquí. Como vos. Con el método abreviado del amor (que ama sin más ni más) hallan su lecho. Una en la estatua, perpetrará el musgo. Se hará abrigo en el yeso y aire de dejadez. Vejará el blanco solemne y ahuyentará las manos delicadas.
El agua y los malvones, quietos por igual, encarcelados por igual, yacen inmersos en sus verdugos. Amurallados, aguardan dentro de la fuente y de la maceta la lluvia que les toca. Las gotas, sin efusión, allí morirán rápidamente. Pronto habrá una dispersión unánime. La uniformidad será voraz e incurable.
Llueve sobre mí y sobre el bote escondido adrede, para que no escapes. Sobre los juncos, que me son cómplices, y sobre el rencor lento y húmedo que me recorre todo el cuerpo. Sobre la fotografía deshecha en mi manos, sobre tu rostro, regado en los fragmentos. Llueve también en la distancia que me separa del techo que te guarece, en el muelle atorado de agua. Y cada paso será un espasmo, una muerte propia y ajena, mía y de las gotas. Yo hacia la verdad, ellas hacia el cauce, moriremos presas de la misma fatalidad.
Allí, en el único lugar donde no llueve, un hombre penetra tu cuerpo y pare un río. Te corroe como la lluvia a las tinajas, te crece adentro como un miedo o una fe. Te profana con permiso y sin pudor. Adentro tus gemidos, y afuera la lluvia ensordecen mis pasos y mi furia. Igualados en el destino, las gotas y yo, nos escurriremos hasta esa habitación donde no llueve, y haremos justicia. Yo te mataré y las gotas mojarán la alfombra.