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Un catalán en la Feria del Libro

Un catalán en la Corte de la Feria del Libro de Madrid

 

Por José Vaccaro Ruiz


Fotografía de Pablo Álvarez

 

El pasado día nueve de junio estuve compartiendo cartel de firma de mi última novela La Granja con la buena amiga y escritora Carmen Baena Salamanca (Descansen en Paz, Ediciones Atlantis) en la caseta de la librería Lé, en la Feria del Libro de Madrid.

 

Y no me resisto a hacer una breve reseña de lo que ví y percibí en la Villa y Corte.


En primer lugar destacar que en esa Feria hay de todo y para todos los gustos. La caseta del Boletín Oficial del Estado fue la única que estaba abierta a su hora, a las diez y media de la mañana, para que luego digan que los funcionarios no trabajan. La caseta del BOE puerta con puerta con la Librería Cocodrilo y con la de La Casa del Ajedrez. Lo del ajedrez lo entiendo (para descifrar el artículado de los reglamentos o de las leyes hay que saber ajedrez, parchís, y hasta mus), pero lo del cocodrilo me dejó indeciso: ¿será por hermanamiento con el pozo de los reptiles?

 

 

Un detalle excelso de la Feria es que en lugar de los tradicionales carteles de Hombres y Mujeres para los aseos, o de esos jeroglíficos de diseño que no los entiende ni quien los ha parido, y que por mucha atención que pongas te hacen equivocarte de mingitorio, figuraban sendos indicativos con la rotulación de Lectores y Lectoras. ¡Oh, mademoiselle, que sensibilidad!, solo faltaba que el rollo de papel higiénico estuviera impreso con madrigales! Aunque, pregunta impertinente: y los analfabetos, ¿dónde hacen sus necesidades?

 

 

Otra caseta curiosa: Librería Malatesta. ¡Qué hermoso nombre con efluvios de mafia napolitana! Ahí sí que yo, como buen catalán al día de los sucesos próximos, me sentí identificado. Hasta pregunté por Pretoria, Millet y el Palau de la Música, incluso por el teléfono de algún conseguidor, pero no me supieron dar razón.

 

 

Mientras estaba dedicado a inventarme esas dedicatorias de amor eterno que los escritores sentimos por nuestros lectores, me admiraba la simbiosis perfecta del Retiro con aquella riada de gente curiosa y paseadora. No podía por menos de recordar a las Ramblas de Barcelona en el día de San Jorge con esa tradición tan hermosa de regalar una rosa a las damas, y éstas un libro a los caballeros: seis euros a cambio de veinte, ¡qué bochorno!

 

 

Ya he citado varios nombres de las casetas, pero no renuncio a mencionar otras que, a los sentidos de alguien del mundo de las palabras no pueden dejar de causarle emoción: Barataria, Encuentro, Palabra, Traspiés, Funambulista, Viceversa, Entrelíneas, Mundo negro. Pero quizá, la que me despertó una emoción especial fue Caballo de Troya, porque eso debe ser un libro, un envoltorio de celulosa conteniendo en su interior la semilla de la cultura, que es tanto como decir de la tolerancia, el saber y el intelecto.

 

Por fin, cumplido el objetivo, a las nueve de la noche dejaba el recinto. Antes de ir al hotel me acerqué a la Puerta del Sol. Allí, cruzándome con los hombres-anuncio de compra de oro y joyas, los loteros  y las estatuas vivientes (Bob Esponja, Micky Mouse, Toro Sentado) volví a encontrarme con palabras y frases que me hicieron pensar: La piedad es una consecuencia de la revolución y no un método para llegar a ella. No sobrevivas: ¡vive! Se acabó tener miedo.

 

Ha coincidido prácticamente en el mismo día el desmantelamiento de la Feria del libro y del llamado Movimiento de los Indignados. Como si, extraña pero astralmente, existiera a un tiempo una diferencia radical y una conexión entre ambas cosas tan diferentes y a la vez tan semejantes. La una anárquica, individualista, contradictoria, asamblearia, la otra medida, reglada, unitaria, integrada en el sistema, preguntándome en qué parámetros se movía cada uno de esos estamentos, los Indignados y la Feria, buscaba yo un concepto que los situara a un lado y otro en mi mente. Y mientras cogía la llave de mi habitación y llamaba al ascensor, sin saber demasiado el porqué, me vino a la mente la distinción de Antonio Machado cuando nos advierte de que no hay que confundir valor y precio.

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