"Lo que no está", de Cristià Serrano
«Lo que no está», un relato de Cristià Serrano.
Sus padres siempre habían insistido en que los sueños no eran muy aconsejables. Ya a muy temprana edad habían intentado inculcarle que caer al suelo dolía extraordinariamente y que, por consiguiente, cuanto más temprano supiese la dureza de todo mejor resultaría su progresión en el mundo. Sin embargo, por fortuna de ella y de muchos otros seres humanos, nadie aún había dado con la fórmula para adentrarse en la mente de las personas y borrar una idea por completo. Muy contrariamente a lo que sus padres habrían deseado, ella fue la persona más soñadora que jamás pudo existir en el mundo. Gracias a su pronta madurez, supo engañar a sus padres y asentar la cabeza cada vez que le pedían sentido común, serenidad y objetivos claros. Pero en lo más recóndito de su alma guardó aquellos anhelos más personales y ficticios a los que jamás nadie pudo acceder.
Bueno, nadie… menos uno. Hubo un chico muy especial que la acompañó todos los días desde su casa hasta el colegio andando y con el que mantuvo una relación muy especial. Su nombre era Andrés. Alto, respingado, nervioso, atento, fue un chico que siempre la atrajo pero que jamás la hizo desear una relación más allá de la amistad. A pesar de que sus recuerdos son algo borrosos en la actualidad, ella le recuerda también apuesto y con garbo. Trajo locas a muchas chicas y supo ella de primera mano que él declinó muchas invitaciones al cine o a cenar. Recuerda también cómo él le contaba anécdotas con chicas y las penurias que había tenido que pasar para declinar una invitación educadamente.
No obstante, de todos los recuerdos que podrían haberse esfumado, había uno que jamás se le iría de la cabeza: juntos se contaron muchos sueños y juntos viajaron con ellos.
Si bien marcada por la rígida mano dura de sus padres, consiguió burlarse de la realidad cuando, juntándose con Andrés, se distanciaban de las calles húmedas, estrechas y aglutinadas. Siempre fue Andrés, nunca ninguna otra chica o ningún otro chico. Cuando buscaba otras formas de entretenimientos, entonces se escapaba de Andrés y llamaba a alguna amiga con la que partirse de risa. Mas a propósito de los sueños, Andrés representó el único que logró comprenderla y que la abrazó con los brazos abiertos. Ya desde el primer momento que se conocieron, él le contó un sueño que siempre le había embargado y ella, toda risueña, había comprendido que si le explicaba sus sueños, no se sentiría rechazada ni apodada con alguna palabra malsonante. A partir de entonces ella dio rienda suelta a todos sus sueños y él jamás soltó prenda, siempre prometiendo, mano en alza, que de su boca jamás saldría traición alguna. Y efectivamente, jamás soltó prenda.
Nunca se preguntó por qué no podía confiar sus sueños a otras personas. Tampoco le convino. Con soñar le bastó. Soñó con cosas variopintas: un día bien soñó con convertirse en actriz de Hollywood como otro día le dio por querer viajar y perderse por el Amazonas. Exploradora, pirata, manager, deportista, escritora… No hubo personaje que se le escapase. Siempre provista de mucha imaginación, devoró libros, películas, historias, empapándose de su fragancia tentadora, una fragancia que, con los ojos cerrados, la llevó a sitios insospechados. Rió con ellos, disfrutó con ellos. No obstante, tuvo que andarse con cuidado, porque los lobos-ladrones del sueño siempre andan con el ojo avizor e hincan el diente a todo aquel que se atreva a soñar y vivir de ello. Reprimiéndose, salía de donde lo había estado soñando y acudía a Andrés, quien, ansioso por escucharla e intercambiar sueños y mundos ficticios, la aguardaba impaciente, moviendo el pie como si de un martillo se tratase. Entonces se fundían en un cálido y agradable abrazo para, a continuación, viajar bien lejos entre risas (o risotadas, como a ellos les gustó decir).
El mundo a ella le pareció perfecto, dentro de lo que cabe, claro está. Inconformista a veces, supo discernir que la perfección no existía ni en los sueños. Pudo quejarse alguna que otra vez, pero siempre se mantuvo serena, siempre hasta que tocaba soñar con Andrés. ¡Qué momentos más dulces! Fueron como explosiones de júbilo, momentos en los que nada más importó. Ella siempre lo describe como un mundo azul con playas por doquier, y con pequeñas mariposas cosquilleándote por todas las partes del cuerpo. Realmente se trataron de momentos relajantes, distendidos, que la curaron de una larga sombra que cada día la acosaba. Flotó en muchos de ellos, en casi todos, y cuando se los contaba a Andrés podía imaginarse a sí misma tal cual se había imaginado, incluso mirándose al espejo. ¡Cuántas veces no saltó, cuántas veces no brincó y casi se dio contra el techo! Moratones, heridas, cardenales,… qué más dio: si total, los sueños la purificaron y la ayudaron a sobrevivir.
Esa larga sombra… se convirtió en su terrible y particular pesadilla. Por mucho que se esforzó en desdibujarla, su mente siempre encontró la forma de proyectarla en la realidad y de plantarla en cada una de la esquinas de esas calles húmedas, estrechas y aglutinadas. Los sueños evitaron que enloqueciese y se viniese abajo. Se sirvió de su elemento curativo y estimulante para combatir contra aquel ser negro que, en realidad, no tenía forma definida. Cada vez que sintió el pavor recorrer sus venas, o un mal escalofrío agarrotar sus músculos, cerró los ojos y se imaginó lejos. Así de sencillo. De hecho, al respecto, ella siempre ha afirmado lo siguiente: «Soñar es como respirar o comer; no te enseñan. Ya naces sabiéndolo hacer».
Esa larga sombra la persiguió, nunca con la misma forma. Tanto un día se la pudo encontrar con forma de profesor como otro día con forma de porra. Por muy bien que se portase, esa sombra buscaba barrerle el paso. Alguna vez incluso buscó agredirle. Pero ella jamás permitió que acabase con ella, y aguantó. Andrés no fue tan fuerte, en cambio. Muchas veces ella se lo había encontrado al borde de las lágrimas. Los numeritos rojos sobre un papel le amargaron durante años, hasta que un sueño le llevó a abrir una puerta y cerrarla sin volver la vista atrás. Ella quiso acompañarle en ese sueño, pero éste le susurró a Andrés que debía partir solo.
Así fue cómo la larga sombra la dejó prácticamente desamparada, sola con el poder de los sueños. Cuando Andrés desapareció de su vida diaria, cercó la satisfacción y la alegría en chicas, todas ellas ya formadas físicamente y con motores bajo sus pies para acomodarlas en sus peticiones. Nada. Ni siquiera esa carne tan apetecible con la que Dios la regaló y que tantas veces se exhibió en lo alto de una plataforma que muchos llamaban pódium la ayudó a sacar una sonrisa y esbozarla con cierto tiempo seguido. Muchos la sacaron a bailar, muchos le regalaron flores y piropos; pero ninguno alcanzó al nivel de un sueño. Y lo curioso de todo fue que en ninguno de esos sueños – múltiples y variados, todos diferentes entre sí, ninguno asemejándose en absolutamente nada – apareció la figura de un chica. No creyó jamás en príncipes, por extraño e impactante que parezca. ¿El motivo? Ella lo tuvo claro: han hecho mucho daño a muchas chicas en el pasado y ella no puede aceptar en sus sueños gente tan dañina.
Aunque cauta, recomendó soñar siempre que se le presentó la oportunidad. Sólo se encontró con un problema: su propia voz, débil, baja, ausente… Por eso quizá nadie escuchó sus sueños, desafortunadamente. Empero, ¿qué daño puede haber causado en ella? ¡Miradla ahora! Aún vivita y coleando, enfrentándose a la larga sombra, tozuda e indestructible, pero ahí.
Podríamos continuar hablando de ella, de sus sueños. Pero ella no quiere. Ahora se esconde. Algo así como un coscorrón le ha venido encima y un chichón muy grande y rojizo bombea cerca de su sien. Su mejor amiga (aunque no se sabe si se le puede mencionar así porque no le confía sus sueños) tiene prohibido entrar en su casa. Una excusa: el piso es un mar que ha arrastrado todo su mueblaje y ha bloqueado la entrada. Sus padres están algo preocupados; temen que algo así como un acceso de fiebre la haya golpeado. Han probado visitarla pero ella siempre ha rechazado abrir la puerta.
Alguien cuenta que ha podido ver poca luz dentro de la habitación, si es que ella ha dado opción a subir las persianas. Alguno se atreve a añadir que por la noche no se encienden las luces. Su piso se ha convertido en algo prácticamente simbólico, y leyendas empiezan a inundar la calle. ¿Alguien la ve? Muy esporádicamente. ¿Alguien se acerca para hablarle? Nadie.
A mí me gustaría saber qué le ha pasado, pero, por desgracia, no tengo acceso a semejante privilegio. Yo sólo he escuchado sus palabras con Andrés, sus acciones, sus salidas, sus fiestas. ¿Pero sus sueños? Sólo cuando los desvela…
Quizá esa larga sombra la ha acechado al fin. Porque, después de todos, los sueños jamás han sido aconsejables.