La virtud del equilibrio
Por Antonio J. Ubero.
Solar. Ian McEwan. Anagrama. 356 páginas. 19’50 €.
Reseñar la nueva novela de un icono de la narrativa actual como Ian McEwan tiene algo de inquietante, no tanto por el inevitable prurito de coincidir con la general consideración que se tiene de su obra como por desenredar la compleja urdimbre de ideas, sensaciones y experiencias que alimenta lo que cuenta en ‘Solar’.
A McEwan (Aldershot, 1948) le han cargado con la pesada etiqueta de escritor controvertido cuando, en realidad, el único pecado que comete con sus obras es ofrecerlas a una sociedad amedrentada, puritana e hipócrita dirigida por charlatanes cínicos que encumbran a analfabetos intelectuales siempre obedientes a intereses personales o corporativos pretendidamente inconfesables, aunque demasiado evidentes. El literato asume su responsabilidad de corporeizar a esos espectros nocivos que deambulan por doquier y, a cambio, recibe el recelo cuando no el desprecio de los guardianes de la ortodoxia a la vez que el elogio de los no menos sospechosos adalides de la progresía militante.
‘Solar’ es quizás la novela de McEwan más combativa en ese sentido, pues si en ‘Chesil Beach’ y ‘Expiación’ le zurraba a conciencia a los convencionalismos sociales representados en unos personajes de emociones cautivas, aquí irrumpe en el caos de las relaciones humanas e intelectuales convertido en Michael Beard, científico cínico, ambicioso y mujeriego, ganador del Nobel por sus trabajos sobre la energía fotovoltáica lo que le permite vivir cómodamente dictando conferencias y dirigiendo sin mucho esfuerzo ni interés un centro de investigación sobre nuevas fuentes de energía.
Todo cambiará cuando tras un viaje a la Antártida junto a un grupo de artistas para observar los efectos del cambio climático, descubre que su quinta mujer no sólo le engaña con su amante habitual, un fornido y violento constructor, sino que ha iniciado una relación con Tom Aldous, uno de sus asistentes en el laboratorio. El encuentro resulta fatal y Beard urde una treta para cargarle el muerto al albañil, quien acaba en la cárcel. Antes, Aldous había legado a su mentor todas sus investigaciones sobre un revolucionario mecanismo para producir energía limpia y barata a partir del proceso natural de la fotosíntesis, y Beard lo hace suyo al descubrir interesantes y rentables posibilidades en él. A partir de ese momento, el genio ocioso y hedonista se convertirá en un infatigable activista contra el calentamiento global del planeta. Sin embargo, su natural negligencia sentimental y las cuentas pendientes con el pasado le pasarán una factura demasiado alta.
McEwan utiliza a Beard, personaje insigne y respetable, para demostrar la insignificancia del ser humano, sometido a sus necesidades, instintos y ambiciones, conduciéndolo desde la contrariedad doméstica a la más terrible autodestrucción a través de un paisaje de imposturas, en una peripecia narrada con un cierto desenfado que, sin embargo, acarrea un poso de amargura que se evidencia no tanto en la actitud del protagonista como en las circunstancias con las que ha de enfrentarse. Y si bien es cierto que algunas de las peripecias de Beard no están exentas de comicidad, no puedo convenir que ‘Solar’ sea una novela cómica tal y como se empeñan algunos en presentarla (a no ser que sea incapaz de encontrarle la gracia a las tribulaciones del protagonista con su bragueta o esa suerte de vodevil trágico con la que culmina su aventura).
Observador impenitente, el literato británico lleva al papel experiencias propias adaptándolas con esmero a una ficción que rezuma realismo por todos sus poros. Beard se convierte así en un avatar caricaturesco de la vivencia del autor, quizás como vía de escape a la solemnidad de un asunto como la aniquilación deliberada de nuestro planeta que no debería abordarse con la frivolidad con que algunos se empeñan en hacerlo. Para ello, McEwan se pertrecha de una ingente documentación –proporcionada por ínclitos especialistas en la materia, tal y como consta en el inevitable apartado de agradecimientos- y, sin ocultar su intención pedagógica, inunda al lector con un aluvión narrativo que combina con destreza ficción literaria y ensayo científico.
A nadie que haya leído antes a McEwan o sepa de las densidades de su prosa le sorprenderá que ‘Solar’ sea un alarde de narrativa compleja y, a la vez, fluida con la que logra mantener con buena salud la atención del lector sin que le abrume la inclemente retahíla de tecnicismos con los que llena sin saturar su intricado estilo. El resultado es, como viene siendo habitual en las obras de este autor, una novela con enjundia que abre un sinfín de frentes para la reflexión a la vez que transmite un mensaje de alerta ante las trivialidades del ser humano cuando se enfrenta a su propia destrucción.