Haciendo amigos (12)

Por Pedro de Paz.

 

El otro lado.

 

Recuerdo que hace no demasiado tiempo, antes de dedicarme a esto de juntar letras y publicar algún que otro libro,  aguardada todos los años con expectación el momento en el que se inauguraba la Feria del Libro de Madrid. Recuerdo cómo deseaba que llegase el fin de semana para poder disfrutar de una mañana tibia de domingo paseando por entre las casetas, echar un vistazo a las novedades editoriales y, con suerte, tener la ocasión de saludar, estrechar la mano o llevarme la cordial dedicatoria de algún autor cuya obra admirase. Recuerdo el curioso y extraño placer que me producía comprobar cómo algunas de esas personas, que con sus textos habían logrado despertar en mí un amplio cúmulo de gratos momentos y sensaciones, se convertían por un momento en alguien real y palpable, de carne y hueso. Cercanos, accesibles en su gran mayoría. Recuerdo que era una sensación extraña pero, sobre todo, muy gratificante.

 

Desde hace unos años, he tenido la fortuna y el privilegio de pertenecer al otro lado, a ese lado que yo hace no tantos años contemplaba con rendida admiración y envida sana. Y una vez dentro, uno descubre cómo funciona la otra cara de la historia, la que se maneja desde la tramoya. Y aprende muchos de los trucos del oficio, esos que nunca deben desvelarse para no perder la magia. Y también advierte algunas de las miserias que se mueven sotto voce entre bambalinas. Y así, entrando en esa dinámica, uno termina por descubrir el odioso calor que puede llegar a pasarse dentro de una caseta cuando el sol cae a plomo por las tardes, las horas en blanco, la incertidumbre del firmante a la espera del firmado, la decepción en muchas de las ocasiones… Pero faltaría a la verdad si no dijese que todo eso se desvanece cuando se acerca hasta ti un lector agradecido que, tímidamente, te pregunta si puedes firmarle un ejemplar, te ofrece su mano para estrecharla y se detiene a charlar contigo durante unos minutos de tus personajes, de tus historias, de tus mentiras. Y percibes cómo esos momentos son para él algo muy especial sólo por el hecho de estar hablando contigo cuando, en el fondo, tú no eres más que el tipo que va justo detrás del último Don Nadie. Pero constatas que se siente igual que tú hace no demasiado tiempo. Y esa sensación, la de estar proporcionando a alguien la misma satisfacción que tú sentías, es realmente cautivadora.

 

Una de las magias de la literatura es que, fuera de un círculo estrecho e íntimo que se compone de un lector y libro, no necesita de nadie más para ser disfrutada. Y con el tiempo y, sobre todo, con la oportunidad adecuada de poder ver la perspectiva desde ambos lados del prisma, uno no puede por menos que coincidir plenamente en la afirmación de que, en el mundo de los libros, lo importante, lo que realmente debe tenerse en cuenta, es la obra y que el autor debe quedar relegado siempre a un segundo término. Sin excepciones. El cometido del autor no debería ser otro que poner negro sobre blanco lo que desea transmitir para luego desaparecer de escena. Pero hablando como el lector que fui más que como el autor-lector que soy, comprendo y respeto profundamente ese impulso, esa necesidad ocasional de poder trabar contacto con el artífice de esa realidad con la que nos gusta soñar. Brindemos pues por ello. Por esos mágicos lugares de encuentro. Por futuras ediciones de Ferias del Libro y porque a ellas, año tras año, sigan acudiendo, más que autores, lectores ilusionados. Por que lo cierto, la gran verdad, es que sin ellos, sin su presencia, nada de todo ese esfuerzo merecería la pena.

 

Parque Coimbra, junio de 2011

 

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