¿Qué quieres de ti?

Por Gonzalo Muñoz Barallobre.

 

Un orador. Un mensaje: “Sí, el arte es algo inútil y ahí reside su valor, su grandeza. El arte está por encima de la lógica de la utilidad, o mejor, va en paralelo a ella, es un fin en sí mismo.” Bonitas palabras, aladas incluso, pero diría que mienten. Y es que para mí hay dos matrimonios imposibles. El primero, y a pesar de Marx, sería entre justicia y verdad. El segundo, del que aquí voy a hablar, sería entre lo bello y lo inútil. Y es que si algo es bello ya es útil. Lo que me parece es que nuestro divino orador comulga con los criterios de utilidad de los que quiere salvar al arte. Él cree lo que ellos dicen. Y toda su urgencia, todo su deseo de arrastrar al arte a un limbo, a una zona libre de las manos hábiles de los utilitaristas, es el fruto de un acto de fe. Su gesto le delata. Piensa como ellos, con sus categorías, y a través de ellas afina su relación con la realidad. Su mensaje sólo es una nota al pié de página del discurso de los mercaderes.

 

¿Es el arte un fin en sí mismo? Jamás. El arte nace de alguien, de sus necesidades vitales y es, por tanto, canalización y expresión de éstas. El artista se sirve de su creación. A través de ella se habla, se busca, se constituye. Y luego, y sólo luego, la arroja al mundo. Y aquí entra el ojo que mira. Es decir, la obra termina de nacer cuando se encuentra con alguien. Y de ese encuentro nace una experiencia artística. Y sin ella sólo hay obra, pero no obra de arte.

 

¿Cómo suena un rayo que cae en mitad de un bosque y nadie escucha? Simplemente, no suena. Y es que el sonido es el fruto de dos partes: el rayo al caer y el oído que lo escucha. Si uno falta no hay fruto. No hay emergencia. No hay acontecimiento.

 

El arte no sólo no es un fin en sí mismo, sino que es, además, y por dos veces, un ser-para-otro: artista y observador.

 

¿Pero el arte sólo se mueve al servicio de la belleza? No. Tiene tantos fines como emociones pueden sacudirnos. Entonces, ¿cuál es el valor de la obra de arte? Despertar en nosotros las emociones que pretendía, que deseaba para nosotros. Ahora bien, hay que distinguir, y más en estos tiempos, la obra de arte del chiste. Y la clave nos la da el siguiente aforismo de Dávila: “la obra de arte cuanto más se mira más nos gusta, el chiste, en cambio, cuantas más veces se oye menos gracia tiene”.

 

Y estas palabras que hoy dedicamos al arte se pueden aplicar, sin apenas modificación, a la Filosofía. Ella no es un fin en sí misma. Nace de una biografía que busca explicarse y también busca seducir a otros. No es un huevo dorado. Nace abierta y en corriente. Requiere del otro y lo busca, lo insta a participar de sus hallazgos y a sorprenderse con las respuestas dadas, con los enigmas descifrados y con los nuevos que propone. Y es que toda filosofía quiere ser escuchada, acogida.

 

Nosotros, nos conformamos y nos guiamos en la vida a través de ideas. Y ése es el material con el que la filosofía trabaja. Así, no sólo no es inútil sino que ella es la actividad más valiosa en la que un hombre puede invertir su tiempo. Y es que saber trabajar con las ideas es poder descifrar su genealogía, es decir, saber de quién son hijas, a qué obedecen, y así poder ensayar sus consecuencias, y según el resultado hacerlas nuestras o desprendernos de ellas.

 

A través de la Filosofía conquistamos un ethos crítico que nos permite hacernos cargo de una pregunta fundamental: “¿qué quieres de ti?”. Y puede que a primera vista no produzca mucho vértigo, pero os invito a que hagáis la siguiente prueba: dejadla en el paladar de vuestra memoria y a medida que avance la semana, según os vayáis rozando con vuestra rutina, atreveos a saborearla. Y si os lo tomáis en serio, es decir, si lo hacéis de una manera honesta, vuestro suelo vital comenzará a moverse y lo que creías seguro se volverá frágil y quebradizo: lo que era para vosotros “real” se volverá un simple decorado. Y, por fin, encontrareis el vértigo prometido.

 

Para Foucault este ethos crítico, su conquista, sería el logro de la famosa autonomía que para nosotros desearon los ilustrados, por eso, cuando alguien tacha a este pensador francés de irracionalista denota no saber mucho de su búsqueda filosófica. Pero para mí la clave de ese ethos crítico no es que nos entregue la autonomía sino que nos entrega la autenticidad, es decir, nos hace vivir sin falsificaciones vitales, nos hace entendernos, visualizarnos, como lo que realmente somos: un animal excéntrico, anómalo, que se revuelve en el barro del tiempo.

 

Pero la pregunta que hoy traemos no sólo tiene una utilidad negativa, es decir, no sólo sirve para sumergirnos en la profundidad de nuestra existencia, en su oscuridad oceánica, también tiene un uso positivo, ya que estamos ante una pregunta-timón: a través de ella podemos guiar nuestra vida y elegirnos. Y es que esta pregunta es el cincel idóneo con el que trabajarnos, con el que esculpirnos. Sí, aquí nos unimos con Nietzsche, con su idea de filósofo artista. Creemos que toda vida debe ser trabajada como se trabaja una obra de arte. ¿De qué sirve haber escrito unas páginas sublimes sobre el amor si luego somos incapaces de vivir según nuestras palabras? Es un vicio común pensar y luego no aplicar el resultado a nuestra vida. La obra de un pensador no puede ser lo que escribe, este no debe ser el fin de su quehacer, tan sólo debe ser el medio del que se sirve para elaborar su propuesta y comunicarla al resto, porque el verdadero sentido de su búsqueda será aplicar su fruto al día a día. De esta manera, podemos afirmar que la obra de un filósofo debe ser su propia vida. ¿Y esta obra será un fin en sí mismo? No, ya que será una actitud ante la existencia que servirá para moverse dentro de su estructura laberíntica y para ayudar a los que nos rodean en su viaje vital.

 

Pensamos para vivir y no para matar el tiempo. Y aquí reside la distinción entre Filosofía y Metafilosofía. El objeto de la primera es la vida y el objeto de la segunda la filosofía misma. Y la diferencia, sobre todo si tomamos sus frutos, es abismal. Aunque a pesar de ello asistimos, con desesperación y pena, a su confusión o lo que es peor: parece que la Academia apuesta más por la segunda. Hecho que no debe sorprendernos tanto ya que la primera exige todo lo que somos, es decir, vivir comprometidos, y la segunda, en cambio, sólo exige memoria y estar inscrito en un “club”, y hay tantos como filosofías. Esta es nuestra opinión: uno no debe ser kantiano, nietzscheano, aristotélico, espinosista… debe aprender de los grandes autores y poner sus enseñanzas al servicio de una búsqueda personal e intransferible. Nada de “religiones”, de ídolos, de gurús… sólo hay hombres y mujeres que pensaron para hacer pié en su propia existencia. Y sus formulas no pueden ser credos, sólo ejemplos magníficos en los que apoyarnos para hacer nuestro propio camino.

 

Coge tu vida y hazla pasar tantas veces como días la constituyan por el arco de la pregunta que hoy hemos traído: “¿qué quieres de ti?”. Y así, haz de ella, si te atreves, y puedes, algo digno de ser vivido.

 

 

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