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No te signifiques (28)

Por Jorge Díaz.

 

No sé desde cuándo voy a la feria del libro. Supongo que desde que llegué a vivir a Madrid, cuando empecé la carrera, allá por los años 80 del siglo pasado. Me gusta que sea junio y entrar en el Retiro por la puerta de enfrente de las Escuelas Aguirre, pasar deprisa por las primeras casetas, las de los ministerios y los organismos institucionales; llegar a la parte de las fotos y dudar entre mirar los libros o la exposición, incapaz de ver ambas a la vez; escuchar por megafonía quiénes firman y en qué casetas, sin entender ni los nombres ni los números; acercarme donde hay tanta cola que los de seguridad han puesto vallas para ordenarla y descubrir que pertenece a una presentadora de la tele que firma libros de recetas de cocina; indignarme al ver que hay autores buenos sin nadie delante mientras cualquier famosillo de tres al cuarto se hincha a estampar dedicatorias en un libro que no ha escrito porque no sabe hacerlo…

 

No creo que más del veinte por ciento de los libros que se venden en la feria se lean, algunos no los ha leído ni su supuesto autor. Es normal que firme más una pelandusca que se ha liado con un torero que un premio nacional de las letras.

 

–          ¿Es un ejemplo?

 

–          Sí, inventado. Las pelanduscas ni siquiera tienen firma. Los representantes se encargan de todo para que no se entere nadie. Ellas piden toallas blancas en el camerino porque escucharon que Paris Hilton, o quizá fuera Beyoncé, las pedía.

 

Paris mola mucho y su vídeo porno más aún. Beyoncé también. Y Lady Gaga, es tan decadente…

 

Las familias van a la feria para educar a los niños. Enseñarles que hay que comprar un libro al año, de alguien que sea lo más famoso posible, acercarse a él, saludarle con campechana confianza pero con respeto… El niño debe saber que algunos de esos señores con canas son importantes. Claro que más importantes somos nosotros que pagamos el libro…

 

–          Don Antonio, no sé si se acuerda de que ya nos firmó usted una novela, hace tres o cuatro años… No recuerdo el título, una que salía usted muy elegante con un bastón en la foto…

 

Qué creído se lo tienen algunos, mira que no acordarse, el año que viene no le compramos… Si está ese peruano, cómo se llama, Mario García Márquez o algo así, le compramos a él.

 

El libro va a parar al mueble del salón, para que lo vean las visitas, firmado por el autor. Con el del año pasado y el del anterior, con tantos como años dure el matrimonio. En caso de separación no hay conflicto, los custodia el mismo que a los niños. Permanecen nuevos.

 

–          Es que al chaval no le gusta leer. Es muy listo, me lo dicen todos sus profesores, pero un vago, no se esfuerza nada. Eso sí, con el ordenador se las sabe todas, cualquier cosa que se enchufe la entiende mejor que su padre y que yo.

 

He firmado alguna vez, bueno, una vez. Está muy bien: charlas con tu compañero de caseta, te visitan los amigos, la chica de la editorial te ofrece botellitas de agua, una señora se acerca para que le digas el precio de un libro, otra se te queda mirando y te dice que no sabe quién eres, una más quiere que le firmes un libro de Paulo Coelho y lo haces, se acerca un conocido y descubres que te has quedado en blanco y no recuerdas cómo se llama, te esfuerzas sin éxito en no se dé cuenta…

 

–          ¿A quién se lo dedico? (¿Cómo se llamaba este tío? Venga, piensa)


–          A mí, claro…

 

–          (Por favor, di algo, haz que me acuerde, si sé perfectamente quién eres). Para mi buen amigo… (joder, ¿cómo era?)


Y me gusta ver a todos esos autores que ni imaginabas que existían: serios, simulando que no les importa que nadie se acerque a curiosear su historia de los trenes articulados, su colección de relatos solidarios o su poemario inspirado en la flora de su comarca. También a los novelistas famosos que siguen firmando el mismo libro que el primer año que visité la feria, aquél de la historia mágica que tuvo tanto éxito aunque pocos lo leyeran.

 

–          ¿Sigue firmando ésa?

 

–          Estaba él y la tenía, pero nadie se acercó, al menos durante el rato que yo me quedé mirando.

 

Me gusta también que una tarde llueva como si se fuera a romper el cielo. Que la gente se guarezca debajo de los toldos y que haya una chica guapa, en patines, desafiando la lluvia.

 

Lo que viene siendo una feria del libro. Vamos, que me gusta ir de feria.

 

One thought on “No te signifiques (28)

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