"Fouché. Retrato de un hombre político", de S.Zweig
Por Carlos Javier González Serrano.
Fouché. Retrato de un hombre político. Acantilado: Barcelona, 2011, 2ª edición, 2011. 288 pp., 20 €. Traducción de Carlos Fortea.
El hecho de que insuflaba una especie de temor a Napoleón no se manifestó de golpe. Este desconocido miembro de la Convención, uno de los hombres más extraordinarios y al tiempo peor valorados de su época, sólo al llegar las crisis se convirtió en lo que luego fue. […] Este hombre de pálido rostro, crecido bajo una disciplina monacal, conocer de todos los secretos del partido de los montañeses, al que perteneció en un principio, […] este hombre había estudiado lenta y silenciosamente los hombres, las cosas y las prácticas del escenario político; penetró los secretos de Napoleón, le dio útiles consejos y valiosas informaciones; ni sus nuevos colegas ni los antiguos intuyeron en ese momento el alcance de su genio, que era esencialmente el genio del gobierno: acertado en todas sus profecías y de increíble agudeza.
Balzac, Un asunto tenebroso
Os presentamos una excelente biografía de una de las personalidades políticas más atrevidas e irreverentes de finales del XVIII y principios del XIX, publicada por Acantilado ya en su segunda edición tras su éxito arrollador: Fouché. Retrato de un hombre político, escrita por un magnífico Stefan Zweig, muy popular en sus facetas de ensayista, biógrafo y novelista, con una capacidad narrativa que hace de sus obras biográficas auténticas novelas históricas. Joseph Fouché fue uno de los hombres más poderosos de su tiempo, pero que nunca encontró el amor de sus contemporáneos ni la justicia en la posteridad. Aquellos que se ocupaban de él en sus escritos no dejaron de tildarle de traidor empedernido, miserable intrigante, puro reptil, tránsfuga profesional, vil alma o deplorable inmoralista.
Fouché ha sido, a juicio de Zweig, un personaje tristemente olvidado a lo largo de los años; sólo Balzac, en el texto que encabeza esta entrada, supo ver en él su espíritu elevado y penetrante, y dio en él con uno de los hombres más interesantes de su siglo desde el punto de vista psicológico. Este hombre intelectualmente apasionado sólo mantuvo vivo un único sentimiento hasta el final de sus días: la esperanza de retornar al poder en política, una y otra vez. Un contemporáneo de Fouché describe en sus memorias de forma muy gráfica su situación postrera en uno de los numerosos bailes públicos a los que asistió:
Era de mediana estatura, fuerte, pero no grueso, y su rostro era feo. Aparecía en los bailes siempre de frac azul con botones de oro, calzones blancos y medias blancas. Llevaba la gran cruz de Leopold austríaca. Normalmente se situaba de pie junto a la estufa, solo, y contemplaba el baile. Al contemplar a este ataño todopoderoso ministro del Imperio francés, tan solitario y abandonado que parecía alegrarse cuando algún funcionario entablaba conversación con él o le invitaba a una partida de ajedrez, no podía por menos de pensar en la mutabilidad de todo poder y grandeza terrenas.
La ambición y la intriga son las únicas pasiones de este hombre político, al que sus contemporáneos tachaban de inmoral y carente de escrúpulos. Zweig explica, haciendo incluso filosofía de la historia, que «los gobiernos, las formas de Estado, las opiniones, los hombres cambian, todo se precipita y desaparece en ese furioso torbellino del cambio de siglo, sólo uno se queda siempre en el mismo sitio, al servicio de todos y de todas las ideas: Joseph Fouché». El mismísimo Napoleón llego a desconfiar de él cuando se encontraba a su servicio. El emperador se dirige en estos términos al jefe de su policía privada, Dubois: «Que no espere poder hacer conmigo lo que ha hecho con su Dios, con la Convención y con el Directorio, a los que traicionó y vendió miserablemente. Conmigo no se juega fácilmente, pero le aconsejo que esté alerta. Sé que tiene notas e instrucciones mías, insisto en que me las devuelva. Si se niega, entregadlo enseguida a dos gendarmes y llevadlo a prisión, y por Dios que le enseñaré lo rápido que se puede instruir un proceso».
Esta obra de Stefan Zweig, que resulta la culminación de su producción biográfica en términos tanto históricos como narrativos, cuenta con el atractivo de dar a conocer a un personaje denostado por la sociedad de su tiempo y olvidado en muchas ocasiones por los historiadores, muy ocupados por mostrar a los héroes más que a los anti-héroes: «nuestro tiempo quiere y ama hoy las biografías heroicas, porque dada la pobreza propia en figuras de liderazgo políticamente creativo busca ejemplos mejores en el pasado», explica Zweig en el «Prefacio». En definitiva, una seria y profunda reflexión sobre el poder político y su influjo en el devenir personal de un carácter tan atractivo como el de Fouché.