Caoba
Por Eva González Vellón.
Caoba. Boris Pilniak. Veintisiete Letras.
En el volumen titulado Caoba, Veintisieteletras recupera cuatro cuentos y una novela corta del escritor ruso Boris Pilniak (1894-1938), traducida y prologada por Sergio Pitol. En “Un cuento sobre cómo se escriben los cuentos” asistimos a un juego metaliterario en el que, con una estructura de cajas chinas, la historia de Sofía Vasilievna, casada con el escritor Tagakisan y emigrada a Japón, se abre ante nuestros ojos como si de una matriuska se tratase, en un relato en el que Pilniak maneja con habilidad el extrañamiento y la multiplicidad de puntos de vista, que ensamblan en una sorprendente unidad. “La ciudad de Ordynin” podría leerse como una apología de “los inocentes”; esos “hijos de la Santa Rusia”, idiotas de nacimiento, considerados por el pueblo como santos e investidos de cualidades mágicas y proféticas. “El milenio” desgrana una cierta nostalgia de lo atávico, de las fuerzas telúricas y de la Naturaleza, con mayúscula; de lo salvaje que, como la Revolución, logre despertar de su letargo de siglos al pueblo ruso. En “Al Viejo Queso de Cheshire”, la prosa de Pilniak, elegante, sensorial, poblada de imágenes poderosas, nos muestra los excesos de un ejército de kirguises, que descargan sus instintos violentos sobre una familia de colonos de la estepa rusa, destruyendo a golpe de asesinatos y de violaciones su idílica existencia. Tras la publicación de Caoba en 1929 en la ciudad de Berlín, Pilniak fue acusado de contrarrevolucionario. Sus esfuerzos por recobrar el beneplácito del régimen fueron en vano y el autor, pese a su prestigio, fue arrestado, acusado de espionaje y fusilado en 1933. Caoba es, en palabras de Pitol, la más lograda de las novelas de Pilniak. En ella están presentes muchos de los elementos que pueblan esos cuatro relatos y, en especial, la tensión entre civilización y barbarie, Naturaleza y Progreso, locura y razón. “Los uniformaba el delirio. Todos ellos vivían a la sombra de la paz bulbiforme y azul del asiático imperio ruso”. En Caoba, junto al amor por la Revolución, que sigue vivo tan solo entre los locos y los desarrapados, fieles a sus ideas hasta el final, late la profunda decepción de lo que no fue y pudo haber sido: “… los idiotas del subterráneo evocaban junto a las calderas con ojos y voces de locos el año diecinueve, cuando todo se poseía en común, tanto el pan como el trabajo, cuando no existía ni pasado ni futuro, cuando reinaban las ideas y no el dinero; un periodo histórico vuelto de pronto inútil”. Con honestidad y una mirada profundamente humana, Pilniak narra lo que se va transformando en un lamento por el envilecimiento de la causa de la Revolución. “Desde un punto de vista estructural –escribe Pitol en el prólogo–, la labor más importante de Pilniak consistió en un continuo ejercicio por desmontar la novela”. Con un estilo vanguardista, en el que el extrañamiento hace también acto de presencia, el autor nos desgrana la intrahistoria de la Rusia posrevolucionaria con la fragmentación de un relato cinematográfico. En ella, los objetos de la época anterior se compran y se venden, en medio del delirio y del hambre. “Aquellos que después de las tormentas de la revolución compraban objetos antiguos, aquellos que vivían enamorados del pasado respiraban después en sus casas la vida de las cosas muertas”. Pilniak nos muestra una galería de personajes decadentes, a través de lo que podría constituir casi un tratado de Sociología. “La ciudad es una Brujas rusa, una Kamakura rusa”. Como un mantra, el autor articula alrededor de esa idea la crónica de una ciudad de provincias de la Rusia posrevolucionaria, que asiste al comercio de la caoba como símbolo de su propia decadencia. A lo largo de la novela, Pilniak nos conduce con una prosa eléctrica y poderosa a través de un inventario de compra-venta, desgracias, ruina, declive y decepción; fiel, en todo momento, a la honestidad de una escritura que le costó la vida y que en Caoba reflexiona sobre sí misma: “Lo que alimenta a la civilización es la memoria”.