Antihéroe atiborrado de droga

Por Guille Ortiz.

“Esta es una nota de suicidio comercial. Por favor, bórrame de tu memoria”, una y otra vez en la vuelta de Almirante hacia Barquillo y luego Barquillo arriba hasta el cruce con Fernando VI. En una entrevista me preguntaron por mi fascinación con el Toni 2 y me limité a contestar: “El Toni 2 es solo un reflejo de lo que uno siente cuando llega. Te devuelve tu imagen: si tú estás entusiasmado, te parecerá un lugar lleno de entusiasmo; si estás deprimido, te parecerá deprimente; si crees que has cerrado un ciclo y te estás regodeando en la nostalgia, probablemente te resulte un templo de la decadencia”.

Un espejo raro, esta noche: una imagen llena de grietas. Uno no puede entrar en un sitio y que estén tocando “Pero sigo siendo el rey”; eso lo canta uno al final de la noche y se va a casa a dormir la mona. Reglas son reglas. Mi amigo propone cantar “Como una ola” y se apresura hacia el pianista albino emocionado, borracho, inmortal. Yo solo percibo violencia. Según mi propia teoría, eso quiere decir que el violento soy yo. Es probable. En cualquier caso, me siento a disgusto.

Mi amigo habla de putas y de follarse a putas. Yo pienso en una noche que salí detrás de una chica que salió llorando del bar y cómo pasamos dos horas en una plaza sin hablarnos. Apenas la conocía. Apenas me conocía ella a mí. Era algo así como el Mr. Singer de “El corazón es un cazador solitario”, un personaje a tener en cuenta. Ella lloraba a intervalos y los chinos nos ofrecían cerveza y solo podía intentar comprender por qué suceden cosas terribles mientras dormimos.

Hay dos clases de tipos, al menos por las noches: los que hablan de putas y los que acompañan a chicas que no conocen y las miran de lejos. A los segundos no nos deberían dejar entrar en los bares de moda.

El otro día, en Twitter, alguien me preguntaba si iba a escribir algo sobre “Midnight in Paris”, una película deliciosa. Le había encantado lo que había escrito sobre “Conocerás al hombre de tus sueños”, pero yo no recordaba haber escrito nada sobre esa película. “Sí, escribiste una crítica y por eso fui a verla”, me dijo y así quedé yo, como el hombre que pregunta por sí mismo. Oleadas de inseguridad y violencia delante del ordenador y en medio de un pasillo atestado, siguiendo al camarero con uniforme de los 50 que nos abre camino con su bandeja llena de copas. El hombre borracho que me empuja a la derecha. La mujer sesentona que quiere pasar para cantar ella primero.

Competiciones.

Mi amigo llega por fin al micrófono y mira a su alrededor para encontrarme -“Como una ola, tu amor llegó a mi vida…”- pero yo ya no estoy, empujado por la resaca, asustado por las profundidades, incapaz de seguir nadando porque cubre y temo ahogarme. El Toni 2 no es exactamente, por tanto, un lugar violento, sino peligroso. ¿En qué me convierte eso a mí? No lo sé. Entre los dos hay ahora mismo cinco metros y unas cincuenta personas de distancia. No voy a volver atrás, es decir, no voy a volver hacia adelante: calle Almirante y calle Barquillo y Miguel Ángel Hernando, Lichis, en el iPod. “No fui un gran amante, no fui nadie especial, antihéroe atiborrado de droga”. Exacto. Pero no importa. La chica dejó de llorar y nos encontramos a una pareja de huerfanitos franceses que no tenían donde dormir. “Some people have real problems”, pensé, porque todos mis pensamientos, si se fijan, tienen nombre de canción o como poco de disco.

Y eso me consoló un poco, porque me di cuenta de que no hacía falta lamentarse, solo disfrutar los viajes de vuelta. Disfrutar la comodidad y los espejos. Sin prisas. Sin resacas. Sin jaulas ni peceras.

 

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