En la luz inmóvil
Por Francisco Balbuena.
En la luz inmóvil. Ramón Pernas. XI Premio Internacional de Novela “Emilio Alarcos Llorach”. Algaida Editores, 2011. 260 páginas.
Llámase luz a la radiación portadora de la máxima velocidad y que, sin embargo, perdura estacionada como espectro visible. Ésta, la primigenia paradoja que nos acompaña desde la alborada de los tiempos, inspira el título de la presente gran novela de Ramón Pernas, autor laureado como narrador, poeta y articulista.
Porque la obra En la luz inmóvil trata, como la luz del mundo, acerca de lo que permanece por siempre igual dentro de la absoluta movilidad: el recuerdo, la memoria y la evocación. Es el pasado que cuenta y que nos alumbra lo vivido, que nos hace viajar por el tiempo mutable y perecedero, que nos transforma desde su ubicuidad, pero que simultáneamente nos sujeta con raíces abismales a la condición trascendente del ser humano. Dicho con otras palabras: En la luz inmóvil se revive toda una existencia, la del propio narrador ya en la madurez, y lo hace desde los años de su primera juventud hasta los presentimientos de su fin, de tal manera que en ese viaje de la remembranza encuentra su justificación de haber sido y de haber hecho.
Con esta novela Ramón Pernas eleva una poderosa mirada narrativa sobre un panorama actual de las letras, a menudo carente de ambición y de riesgo. En primer y destacado lugar, desde la primera frase hasta el último párrafo se propone narrar, y lo logra, con el tono que la propia historia exigía y no otro, eso que a menudo es tan difícil de conseguir en la novelística. Es un tono alusivo, personal, cálido y entrañable, el cual produce en el lector un efecto de cercanía con la voz narrativa. Por medio de la digresión y la sugerencia, deja que la historia fluya con naturalidad y sin que parezca unas memorias impostadas. Ya que En la luz inmóvil se cuenta el testimonio personal de un hombre en sus diversas edades, y a la vez las vicisitudes de una sociedad mudable en innumerables conflictos. El testimonio es la visión intransferible del protagonista; las vicisitudes son las vividas por España y Europa en las últimas décadas. El poso que ambos factores dejan es un rico mundo de referencias literarias, entre las que sobresale la obra de Cesare Pavese.
Este tono demandaba una narración sin diálogos. El resultado es que Pernas, consciente de ello, se arriesga a desafiar a la moda de lo fácil y nos ofrece un parloteo incesante del discernimiento, el perorar sincero y descarnado que todo hombre lleva en su interior. Huye pues de la teatralidad de los diálogos, dejando correr el recuerdo y los hechos recordados a través de la conciencia unívoca. No obstante, los múltiples personajes sí hablan y se manifiestan. De continuo hacen sentir su presencia a través de esa luz que van emitiendo en diversas longitudes de onda y que se reflejan en la voz omnipresente e íntima del protagonista innominado, que se manifiesta, valga el símil, como un destello continuo. El conjunto es como un zootropo, ese tambor que gira y que con la luz va proyectando una única imagen en movimiento, pero que también deja ver a poco que nos fijemos las distintas formas individualizadas que lo componen.
Ahí tenemos a el Mudo, en un brillante hallazgo, que es como el Pepito Grillo del protagonista. Ahí está el Rubio, marino mercante de aciago devenir, o Coqué, el intelectual comprometido pero a la postre será traidor a sus ideales. Y, sobre todo, la mujer sin nombre, el primer amor, que casi siempre es el más fugaz pero que nunca se olvida, de modo que marcará al protagonista hasta el momento en que echa la mirada hacia atrás. Subrayemos las palabras de él cuando recuerda los momentos de su primer encuentro sexual: “…pues es bien sabido que el mundo está escrito en el cielo y que para interpretarlo hay que cerrar los ojos y dejar que mire el corazón.” Su mirada interior se nos aparece taumatúrgica.
Esta novela, escrita con un estilo finamente depurado y que a menudo alcanza registros de intenso lirismo -y no es poco en estos tiempos destacar el estilo de una narración-, transcurre con una rapidez trepidante de episodios, dibujados con pincel sutil y con tonos muy vívidos, no en vano plasma el espíritu de una época en toda su complejidad pero eludiendo el agobio documental. Con amenidad somos testigos de la crónica de España en las últimas décadas. A través de un incesante ir y venir temporal, vamos de un pueblo marítimo de Galicia a Madrid, y de aquí a París o a Roma, y pasamos por Buenos Aires, el Peloponeso, Lisboa o Hamburgo. Asistimos a debates intelectuales, a conspiraciones y luchas políticas, a amistades que perduran y a amistades que se destruyen, a amores que confinan en la locura y a desamores que forjan la sabiduría. Todo pasa y todo queda En la luz inmóvil; esta es su hermosa paradoja.