FLM. Día 2
Por María Anaya
Ya empezamos con los carteles que levantan rumores y revuelo de curiosos. Sentar a Eduardo Punset en la caseta 55 a media mañana, es como dejar una lata de coca cola abierta en el jardín un día de verano, en pocos minutos tienes asegurado el tráfico de bichos amontonados y crispados con tanto hidrato de carbono.
Poner además a la misma hora a Elena Ochoa, Fernando Savater, Rosa Montero, Juan José Millás y un largo etcétera de esos nombres que muchos visitantes conocen tanto (o más) por la tele que por sus renglones escritos, parece una llamada a la catarsis por la segunda definición de la RAE, Catarsis: 2. Efecto que causa la tragedia en el espectador al suscitar y purificar la compasión, el temor u horror y otras emociones.
Imaginen la catarsis resultante de pasar por una pacífica caseta en la que se venden cuidadas ediciones de poesía bilingüe y poco después darse de frente con la atracción provocada por Risto Mejide. El temor, horror y otras emociones indescriptibles puede resultar difícil de asumir para los más sensibles.
Nuestro alcalde ya dijo en la presentación de esta feria que los encuentros con los escritores no siempre son lo que uno espera de ellos, aunque siempre merecen la pena. Lamentablemente, me veo obligada a discrepar. Puede que sea cosa mía, pero no le veo la gracia a sufrir una pequeña crisis de ansiedad esperando en una cola deforme, en la que uno es atacado por izquierda y derecha en sucesivas intentonas de adelantamiento ilegal, para acabar empotrado contra la caseta en cuestión donde nuestro escritor favorito no puede dedicarnos ni una mirada más allá de la firma y el apretón de manos prescriptivo. Lo mire por donde lo mire, no entiendo cómo puede merecer la pena.
No me entiendan mal los poco familiarizados con nuestra feria, en la mayoría de las casetas puede uno pararse a charlar con relativa tranquilidad, con autores y editores. Recuerdo como de pequeña sentía cierta lástima hacia los escritores que permanecían durante horas mirando el tráfico humano y sonriendo aburridos a su anfitrión de tiempo en tiempo. Es curioso, sólo veía como animales enjaulados a los escritores, nunca a los vendedores.
Ante tanto estrellato nacional reunido entre esta mañana y tarde (no podrán dar dos pasos sin tropezar con uno), mi propuesta literaria de hoy es un poeta brasileño que por desgracia no estará en la Feria este año. Pregúntenle a google quién es Lêdo Ivo, o mejor aún, acérquense a la caseta 83, de la Editorial Calambur, y pregúntenle a Emilio Torné, que tuvo la delicadeza de editar “La aldea de sal” de Ivo para nuestro disfrute.
Dejo unas líneas de esta pequeña joya poética para abrirles el apetito:
“… El tiempo es una mentira de las estrellas. Viajero, no sé dónde estoy, y ni si quiera sé si estoy. En la tierra despreciada por el estruendo ronco del reactor, las fronteras vuelan y los husos horarios se burlan de la ficción local de los relojes. Y, entre el sueño y la vigilia, contemplo nubes inmensamente blancas en el cielo oscuro, granero de las estaciones…”
Más allá del pasaporte. En La aldea de sal, de Lêdo Ivo
Ed. Calambur, 2009