Y Dylan cayó del caballo…
Por Diego Puicercús.
Muchas son las historias que en el día de su 70 cumpleaños se pueden contar acerca de Bob Dylan, aunque una de las más determinantes en el desarrollo artístico (que no creativo) de su carrera es la que le sucedió en el verano de 1987. Tras más de un año de gira con Tom Petty y sus Heartbreakers (y antes de continuarla en su etapa final) el inquieto Bob se encontró con unas fechas libres a mediados de año y aceptó la propuesta de hacer seis conciertos en compañía de The Grateful Dead. Ya habían tocado juntos en alguna ocasión pero, como no es lo mismo improvisar un par de canciones que dar un concierto entero y necesitaba ensayar un poco con ellos, sin demasiadas ganas se desplazo a San Rafael donde estos tenían su local de ensayo. Lo que en un principio había pensado que iba a ser un mero trámite, acabo complicándose más de la cuenta.
Según confiesa en el primer volumen de su autobiografía (Chronicles – Simon & Schuster, 2004), tenía decidido retirarse al acabar la gira con Petty porque había perdido toda la inspiración. Sus propias canciones le resultaban ajenas y ya no tenía ni la habilidad de tocar su fibra ni se sentía capaz de penetrar bajo su superficie. De entre todo lo que había compuesto en 25 años su repertorio se reducía a unas veinte canciones que repetía mecánicamente concierto tras concierto. El resto de sus temas no entendía de donde venían y ya no los interiorizaba como propios. Además se le antojaban demasiado crípticos y sentía que no era capaz de hacer nada creativo con ellos.
En este contexto personal se encontró con que los Dead tenían otros planes completamente distintos. Al llegar al local descubrió que querían preparar más canciones de las que él estaba acostumbrado a tocar. Su intención era repasarlo todo, los temas que les gustaban y los más desconocidos, y el bueno de Bob no pudo con esa idea. No sentía apego por casi ninguna de ellas (muchas las había cantado solo al grabarlas), temía confundirlas y olvidar las letras, y sobre todo se sentía incapaz de imprimir emoción a ese material… En aquel momento se vio a si mismo como un idiota y pensó que todo aquello había sido un error, así que busco una excusa y largo.
Y aquí es donde empieza la leyenda, tal vez embellecida y exagerada por el autor, pero en cualquier caso interesante por los efectos que acabó generando. Una vez fuera del local empezó a deambular por la calle, sin rumbo, lleno de dudas, hasta que llegaron a sus oídos los ecos de una banda de jazz en la distancia. Entró en ese pequeño bar y se acomodo sobre la barra, y fue ahí, escuchando a ese cantante desgranar su música, cuando, como San Pablo al caer del caballo, recibió la revelación que cambiaría su forma de actuar. El viejo intérprete usaba una técnica que no le resultaba ajena, aunque había olvidado como acudir a ella. Era capaz de llenar el espacio con una energía que, aunque se reflejaba en su voz, le salía de lo más profundo de si mismo. Allí mismo recordó la formula para volver una y otra vez a su repertorio sin cansarse de el ni naufragar.
Regresó entonces al local de ensayo, aceptó interpretar todo lo que le pidieron y el resto ya es historia. Tras la mini gira con los Dead (que en lo artístico fue un fracaso), volvió a tener una nueva experiencia mística en la etapa final de los conciertos con Petty. Fue en Locamo (Suiza) cuando ante 30.000 espectadores y bajo una tremenda tormenta perdió repentinamente la voz. Sacando fuerzas de donde no las tenía buscó como proyectar su voz de una forma diferente para poder acabar el show y, no sólo lo consiguió, si no que además descubrió que disfrutaba con ello. Acabado el año, cansado de trabajar con bandas ajenas, decidió formar la suya propia y en junio de 1988, como un hombre nuevo después de tanta revelación, comenzó el Never Ending Tour con el que continua 23 años después.
Desde ese día empezó a trabajar con decenas de canciones diferentes, explorando su obra y reinventándola cada noche sobre la marcha. Muchos de los que se acercan a uno de sus conciertos se siente decepcionado al no reconocer los temas, pero ese es el precio que hay que pagar para que la carretera siga siendo su hogar y garantizarnos que más pronto que tarde volverá a visitarnos. Y es que esa es una de las claves del nuevo Dylan. Con o sin disco en el mercado ha seguido dando más de 100 conciertos al año por todo el mundo, priorizando si es posible, lugares en los que no haya tocado antes (sólo en España, por ejemplo, ha visitado más de 30 localidades distintas) empeñado en hacer bueno ese chiste que circula entre los dylanitas y que dice que la única diferencia entre dios y Dylan es que dios está en todas partes y Dylan ya ha estado.
Para los más interesados existe un bootleg con los ensayos junto a los Dead en San Rafael que, sin ser ni mucho menos su grabación más inspirada, si que es interesante (y por lo que recomiendo su escucha) porque le muestran en su punto de inflexión y en el kilómetro cero de un viaje sin retorno que, sin haber concluido aún, le ha puesto mundo a sus pies y le ha coronado como el artista más influyente de todos los tiempos.