Entrevista a Guillermo Busutil
Por Cristina Consuegra.
“Un escritor ha de tener una mirada frontal e indagatoria hacia el tiempo que vive”.
El escritor certero, el que se aleja de máscaras e imposturas y disecciona la realidad en busca de ideas fundamentales que concedan aliento al individuo contemporáneo, se perfila tan necesario como urgente, especialmente ante una escenografía social que reclama nuevos valores e identidades. El autor granadino, Guillermo Busutil, nos brinda en su último libro de cuentos, Vidas prometidas (Tropo editores, 2011), un brillante ejercicio reflexivo sobre la realidad contemporánea, en el que el lector debe responsabilizarse de buena parte del aparato ficcional, y donde la palabra recupera ese lugar sagrado del que nunca debió irse, a golpe de prosa transfronteriza.
Desde el ejercicio de la ficción, te has enfrentado a un asunto inevitable e inquietante: la responsabilidad de estar vivo, con su complejidad y diversidad. ¿Cómo surge la idea de este libro y afrontas su proceso de composición?
La idea viene de una reflexión provocada por la mirada sobre este tiempo actual marcado por la crisis económica, el desencanto, el desplome de espejismos como el estado del bienestar, la difícil situación de esta realidad tan desabrigada de sueños. Este me condujo a las promesas de la vida que uno imagina o por las que se esfuerza y lucha desde muy joven. A partir de la maduración de esa idea trabajé una radiografía emocional de la clase media, que es la que mejor representa la gestión de los sueños, de las frustraciones, de las derrotas, de los esfuerzos y de los logros. Quería que los protagonistas fuesen personas que transmitiesen su humanidad, sus dudas a la hora de enfrentarse a problemas actuales como la violencia escolar, el mobbing laboral, la conciliación entre trabajo y familia, el paro, la ambición de poder, etc.
Tras la lectura de Vidas prometidas se tiene la sensación de haber compartido contigo fragmentos de una existencia, visiones y diagnósticos. Echar la vista atrás, ¿no te suscitó cierto temor?
Borges decía que un escritor debe pensar que todo lo que le ha sido dado, todo aquello que vive, es como una arcilla para su obra. Y estoy totalmente de acuerdo. La vida de uno mismo, las vidas ajenas o cercanas que el escritor puede hurtarle a la realidad y la vida que podemos imaginar representan la posibilidad de vivir otras existencias, de pensar en quiénes somos, en lo que representamos, en los puntos comunes que tenemos todos. En ese puzzle convergen el pasado, el presente y también el futuro, pero no sólo los que pertenecen a mi propia vida sino también a la de cualquier persona. Nuestra identidad es lo que tú dices, fragmentos de una existencia, de visiones y diagnósticos sobre lo que uno esperaba o ha trabajado y lo que cosecha después. En mi caso, mirar hacia atrás en algunos temas, no ha sido difícil. Tengo muy claro que para que esa memoria tenga pulso literario es necesario desprenderse de la evocación romántica del tiempo. Que es necesario que los recuerdos reposen, al igual que el buen vino; saber esperar a que sean ellos los que escojan el momento idóneo para convertirse en material literario. Hay que dejar que la memoria se convierta en la maduración de las emociones.
¿Y cuánta piel te has dejado en las historias que componen Vidas prometidas?
La literatura es como la máscara del teatro, otra piel en la que meterte para sentir, para pensar como otro o muchos otros. A esto ayuda bastante la capacidad de la mirada, del oído, para atrapar la psicología, la aptitud de las personas que te permiten construir personajes. En esto sólo hay trabajo y honestidad, igual que en aquellos escasos relatos del libro en los que, en mayor o menor medida, estoy yo con mis huellas, mis cicatrices, mis lecturas, mi universo y con mi piel curtida. Todo esto creo que convierte el libro en una mirada valiente, comprometida, cercana a cualquier lector, que en algunos momentos puede doler o pellizcarte. Un escritor ha de poner sinceridad, pasión, piel, para que sus historias miren de frente a los lectores y no sean artificios.
Una de las cuestiones que más llama la atención es que el paso del tiempo es tratado casi como un protagonista capaz de englobar a todos los cuentos. Durante el proceso de escritura, ¿fuiste consciente del trato preferencial que le estabas concediendo?
Claro, es uno de los pilares de la poética del libro. Estamos hechos de sueños, de heridas y de tiempo. Estas tres cosas conforman nuestra identidad, nuestra singularidad frente a otros. Y si quieres reflexionar sobre las promesas de la vida, el tiempo es el mejor termómetro. A partir de esta idea planteé un doble juego: contar vidas que englobasen la infancia, la juventud, la madurez y la tercera edad a través de distintos personajes, pero que al mismo tiempo pudiese ser la historia de una sola vida, de un sólo personaje a través del tiempo que nos enseña a imaginar, a dialogar con la realidad, a sobreponerse y elegir el futuro.
En Vidas prometidas, parece que en algunos cuentos gana la realidad, mientras que en otros la ficción resulta victoriosa… ¿quién sale ganando?
Para mí la realidad es el vestíbulo de la imaginación. Me atrae más jugar con una visión coloquial de la realidad pero desde la mirada de lo fantástico. Justo Navarro define muy bien mi poética cuando dice que mis cuentos consisten en trazar la vida corriente y diaria como si fuese algo absolutamente fantástico y, en un mismo movimiento, sumergirse en lo fantástico como si fuese algo normal y cotidiano. La poética principal del libro es la vida como literatura, ese concepto es el que gana.
Si nos centramos en el aspecto meramente lingüístico, tus cuentos destacan por ser una especie de refugio para la palabra, especialmente en una época donde parece que el escritor debe ser más importante que su obra. Como absoluto espectador privilegiado, ¿qué sucede en el panorama narrativo nacional?
La palabra, el lenguaje, es esencial. Es la herramienta del escritor, su conciencia. El escritor dialoga consigo mismo, con el mundo, con lo otros, con la realidad, mediante esa palabra que ha de tener algo de escarpelo para diseccionar hacia dentro y hacia fuera, y algo de magia blanca para crear emociones, imágenes, que transmitan. Ahí está el relato de “La Siesta de Odiseo” que es un homenaje a la palabra como patria. Por otra parte, como dices, es cierto que en la narrativa actual el lenguaje se ha empobrecido, se busca más el artificio pirotécnico, el registro coloquial más vulgarizado que proviene de la televisión, el minimalismo del lenguaje pero sin interiorizado desde la propia escritura y luego están las poses y los discursos pseudoestéticos. Pero también hay escritores que enriquecen el panorama con interesantes historias apoyadas en un lenguaje brillante, elaborado, destilado, lleno de matices que facilitan que su obra crezca y que se quede de pie con el paso del tiempo.
La lectura de un cuento requiere de un lector más activo. Desde tu experiencia como crítico literario, ¿crees que el lector de cuentos es más exigente?
Los cuentos requieren lectores más curtidos, con un paladar más educado. Es lógico, la tensión del cuento, la lectura de diferentes universos cerrados exige concentración y saber entrar y salir de esos mundos. Esto hace que sean lectores más atentos, más exigentes con las historias, con la poética del escritor, con la manera en la que éste estructura y cuenta. Ocurre algo parecido como con la poesía o el ensayo y el resultado es una especie de militancia, de hermandad en el relato, que además hace que el escritor de cuentos sea capaz de retarse más, de mantener a su vez la exigencia del estilo. En cambio, la novela, es para todos los públicos, no demanda tanta concentración ni bagaje lector.
Eres uno de los autores de cuentos más reconocidos, así como un prestigioso crítico literario,… ¿en qué situación se encuentra el cuento español?
El cuento se encuentra mejor que hace veinte años, cuando era enormemente difícil publicar y se consideraba el hermano pequeño o incluso bastardo de la novela. Y eso que en España existe una larga tradición aunque haya sido sesgada u oscurecida. Gracias a algunas revistas de prestigio, a una generación de escritores nacidos entre finales de los cincuenta y principios de los sesenta, con talento y apuestas interesantes, y a algunas editoriales que han apostado a fondo, el cuento ha crecido y ha ganado prestigio. Pero todavía continúa siendo una literatura de culto, un género taponado por el mercado que favorece la novela y desdeña al lector de cuentos. Hace falta que los grandes sellos apuesten más, que lo respalden con el mismo marketing que invierten en la novela. Aún así el cuento avanza y consigue pequeñas conquistas.
A estas dos facetas hay que sumar una tercera, la dirección de la revista Mercurio… ¿cómo se compaginan tantas vidas distintas?
Con mucha capacidad de trabajo, una buena gestión del tiempo, mucha ilusión por lo que uno hace y quiere hacer, con el apoyo tanto profesional como personal de personas que contribuyen a que esta entrega sea posible y gratificante. De todos modos la escritura creativa, la crítica y la dirección de Mercurio son vasos comunicantes, que también ha de saber separar en función de las exigencias. Pero esto ayuda bastante.
Algo muy presente en tus cuentos es la realidad, una realidad que se muestra escurridiza. En la actualidad, ¿cuál crees que deber ser la misión real del escritor?
Un escritor, que también es un ciudadano, ha de tener una mirada frontal e indagatoria hacia el mundo, hacia el tiempo en el que vive. Tiene que comprometerse para indagar en la historia íntima de la realidad, en sus defectos y posibilidades, intentando también transmitir otra manera de dialogar con ella, de imaginar una realidad mejor.
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