Por qué viajar a París con un traje de buzo en la maleta
Por Alberto Peñalver Menéndez
Yves Klein: videos y performance
Galería Cayón C/ Orfila 10, Madrid
Hasta el 30 de junio
En 1947, un trío de jovenzuelos nizardos, que apenas habían cumplido la mayoría de edad, decidieron jugar a repartirse el mundo: el primero escogió la tierra, el segundo el aire, el tercero el cielo. Unos años después, los tres amigos llegaron a ser artistas reconocidos: el primer fue escultor, el segundo pintor y escritor, el tercero, llegó a ser Yves Klein.
Cosa difícil definir a un artista cuya máxima obsesión fue siempre la de representar el azul de su cielo natal. Unos años después de esta aventura iniciática, Klein hacía patentar el cobalto brillante de “perfecta seneridad”, y cuyo espectro no puede ser representado en las pantallas del ordenador, muy a nuestro pesar. El azul dominó las composiciones monocromas del artistas, sus conocidas antropometrías, los pedacitos de happenings en forma de mil y un globos ultramarinos que durante unos pocos minutos suplantaron el cielo de París en 1957. Incluso los sellos que utilizaba para cartearse con sus amigos, el escultor y el pintor/escritor estaban teñidos por el amor al color del cielo.
El azul de Niza, además de ser un símbolo nostálgico de la infancia del artista, significaba una manera de entender el mundo. “El azul es lo Invisible haciéndose visible”, afirmaba el pintor. La Invisibilidad no era otra cosa más que aquella aguja intangible que teje la urdimbre del universo. A diferencia de la pérdida del aura mágica del arte que predecía Benjamin, Yves Klein abogaba por el misterio, por la incorporeidad de una disciplina que se sitúa más allá de los materiales de los que está compuesto o de la naturaleza a la que aspira a representar, y que el capitalismo jamás podría producir en masa.
Quizás por ello, el arte de Klein empezó a desinflarse de sustancia hasta llegar al azul como única verdad. La búsqueda por el grado cero, tan prolífica en aquellos tiempos, animó al pintor a reducir la cuestión más allá de la negación de la materia, que es la ausencia: Klein no sólo vació entero el bolsillo, sino que hurgó hata encontrar un agujero en el fondo que, una vez ensanchado, servía de puerta a una nueva dimensión. “Al haber rechazado la nada, descubrí el vacío”, afirmaba el fracés.
Muchas de estas posturas derivaban de la propia filiación del artista hacia la filosofía transcendental: fenomenología, rosicrucianismo y zen se entremezclaban en una particular manera de entender el arte. De vital inmportancia fueron las artes marciales orientales: Klein, cinturón negro de cuarto dan en judo, comprendía a la perfección que la mejor manera de actuar es la no-acción. Al igual que un bodhisattva que busca la verdad mediante la anulación del ego con el fin de encontrar la felicidad o nirvana, el arte de Klein indaga en los márgenes de la realidad a la búsqueda de aquel éter que sostiene el verdadero esqueleto de la creatividad.
Muchas de estas posturas derivaban de la propia filiciación del artista hacia la filosofía trascendental: fenomenología, rosicrucianismo y zen, entremezclados en una particular manera de entender el arte. De vital importancia fueron las artes marcuales orientales; Klein, cinturón negro de cuarto dan de judo, comprendía a la perfección que la mejor manera de actuar es la no-acción. Al igual que un bodhisattva que busca la verdad mediante la anulación del ego, con el fin de encontrar la felicidad o nirvana, el arte de Klein indaga en los márgenes de la realidad a la búsqueda de aquel éter que sostiene el verdadero esqueleto de la creatividad.
Para remediar el entuerto, Klein proponía al comprador incinerar el recibo – con la correspondiente parafernalia de notarios y críticos de arte para verificar su destrucción -, a lo que el artista debía responder arrojando despreocupadamente la mitad del oro recibido al Sena, mientras que la otra mitad era utilizada en diferentes obras del autor, desde lienzos finísimos del elemento aúreo hasta más antropometrías de oro. Sólo en ese caso la negociación podía ser debidamente complementada: una vez que los símbolos del intercambio han sido purgados, la nada resurge como arte inmaterial transferido, y el círculo queda completado.
Por supuesto, siempre que se quema algo, perviven las cenizas. Decía Klein que sus obras eran las cenizas de su arte, y nosotros no lo dudamos. Algunas de estas cenizas pueden verse en Madrid en la galería Cayón: un sello azul, un resguardo de ‘nada’, varios videos sobre sus antropometrías, un ejemplar de un periódico único con la conocida fotografía del artista saltando al vacío. Sin embargo, las cenizas más interesantes quizás no se hallen en la sala. Por ello, se recomienda a cualquier aventurero intrépido que pueda estar leyendo estas líneas que, si alguna vez viaja a París, no olvide meter en la mochila un traje de buzo. El azul vacío del Sena le está esperando.