Las prácticas literarias del conflicto, de Enrique Falcón
Por Ernesto García López
Las prácticas literarias del conflicto: registro de incidencias (1991-2010)
Enrique Falcón
Me gusta pensar que los libros de poética lejos de buscar respuestas, intentan formular preguntas insistentes, proyectivas, capaces de desestabilizar un sistema de pensamiento y llevarlo hasta sus límites. A fin de cuentas la escritura poética, por encima de otras consideraciones, implica (activa o pasivamente) una cierta tensión del lenguaje, una (re)semantización de sus posibilidades expresivas. Pues bien, con este texto el poeta valenciano Enrique Falcón dibuja una de esas preguntas esenciales que, de vez en cuando, golpean el panorama intelectual de un país: ¿es factible pensar y hacer posible, desde estrategias divergentes, la constitución de producciones culturales —en concreto, literarias— que resulten ser inasimilables para la constelación ideológica que hoy diseñan culturalmente nuestras modernas sociedades de control?
Difícil respuesta. Este volumen planea sobre sus claves, sus inconsistencias, sobre la ramificación de cuestiones secundarias que acompañan, ineludiblemente, esta gran duda. Las prácticas literarias del conflicto comprometen al lector en una toma de postura, un (auto)cuestionamiento íntimo y subjetivo de las concepciones desde donde se lee o escribe. No existe este texto fuera del juego social y fuera del campo literario entendido en su acepción bourdoniana.
Pero vayamos más despacio. Considero que el alcance de estas propuestas (prácticas) ha de buscarse en el corazón mismo del discurso en torno al Poder. A nadie se le escapa que, como muy bien nos recuerda el antropólogo político Ted C. Lewellen siguiendo las enseñanzas de Foucault: «El poder no es un asunto de intención consciente o toma de decisiones. Foucault busca conocer cómo funcionan las cosas en el nivel corriente de subyugación, en el nivel de aquellos procesos continuos e ininterrumpidos que someten nuestros cuerpos, gobiernan nuestros gestos, dictan nuestros comportamientos, etc.». Este poder dominante es inherente al discurso en sí mismo, porque el discurso determina lo que es o no verdad. Así, el verdadero poder no reside en la presidencia, la policía o los burócratas, sino en el sistema escolar dentro del cual somos socializados, la profesión médica que controla nuestra salud, la profesión psiquiátrica que determina lo que es ser psicológicamente normal. El Poder es un asunto de mayor envergadura y sutilidad que contamina seminalmente casi todas las parcelas de la vida privada y pública, del mundo artístico y político. De ahí que, a pesar del escaso aprecio que el propio Falcón parece sentir por ciertas veleidades posmodernas (llega, incluso, a concluir: La llamada «cuestión posmoderna» no existe, salvo como anécdota en la historia de las estrategias de distracción del logos capitalista. Seguimos siendo, enteramente, modernos”), su engranaje ideacional participa, creo yo, de esta visión plural y multiforme de lo coercitivo, y por extensión afecta a sus estrategias de resistencia.
En sus “Siete calas sobre poesía política” asistimos a la problematización de las caras del binomio poder capitalista vs. estéticas resistentes. La voz de Falcón se presenta de un modo desencializador, fuertemente crítica respecto a la tradición hispana de poesía social (como, por ejemplo, en las Cuatro Tesis de Mayo, reivindicando lo íntimo, su no orientación hacia los pobres, su rechazo de la figuración normativizada, y su carácter no de transformación inmediata, sino como semillero de un humus conceptual contrahegemónico en su sentido gramsciano). La voz de Falcón entremezcla el acento ensayístico con el quehacer puramente simbólico (literario) e, incluso, la proclama activista. La voz de Falcón se muestra (inter)penetrada por los golpes de la historia social, desdibujando las distancias entre la realidad y la ficción. Y avanza. En las secciones En este tiempo y No doblar las rodillas (1991-2006) va desgranando una serie de acontecimientos transustanciados en materia textual. No hay distancias entre la realidad y la literatura, entre la vida y la metáfora. Ahora bien, no se trata de una visión objetivista, materialista, sino a la manera de Edgar Morin: «De este modo importa no ser realista en un sentido trivial (adaptarse a lo inmediato), ni irrealista en el mismo sentido (sustraerse de las coacciones de la realidad); lo que conviene es ser realista en el sentido complejo del término: comprender la incertidumbre de lo real, saber que existe una porción de lo posible aún invisible en lo real.» Y para transformar esta porción invisible de lo real se apoya en la musculosa poesía latinoamericana del siglo XX, en aquella que directamente desciende de las barbas de Whitman (Roque Daltón, Ernesto Cardenal, algunos pasajes de Roberto Juarroz…), también en las vanguardias históricas, en Celan, en la literatura escrita desde el abismo.
Enrique Falcón es un teórico furioso e incesante. No renuncia a nada. No sacrifica nada. Todo está sujeto a impugnación. Y al arbitrio de la consciencia, sabedor que ésta tampoco permite identificar “verdades absolutas”. La literatura para él es un ejercicio de desborde. Frente a poéticas falsas e ingenuamente realistas, más proclives a la mansedumbre que a la resistencia. Frente a los discursos metalingüísticos, enroscados en el lenguaje como objeto, desmaterializado, desconectado del pulso de la historia. Frente a las poéticas políticas que renuncian a la estética y se apoyan en lo puramente informativo. Frente a las concepciones impresionistas y autónomas del texto, (des)hilachadas de la coyuntura social… Todo cabe en la palabra de la herida, desde donde es posible también hablar la palabra de los vínculos.
Las prácticas literarias del conflicto: registro de incidencias (1991-2010)
Enrique Falcón
220 páginas
La Oveja Roja, 2010
ISBN: 978-84-937973-2-4
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