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Hilos de sangre

Por Recaredo Veredas.

Hilos de sangre. Gonzalo Torné. Mondadori, Barcelona, 2011, 480 páginas, 20,90 €.

 

Gonzalo Torné uno de los pocos escritores españoles capaces de escribir una novela con mayúsculas (lo que no implica que las novelas con minúsculas sean desdeñables, ni siquiera inferiores, pertenecen a otro género que debería poseer su propio canon), de crear una obra épica que entre, con derecho propio, en la Historia de ese dinosaurio decadente llamado literatura. Desde su primera obra plantea su candidatura al Nobel y desprecia ese lugar común que afirma la victoria de los libros modestos y precisos, escritos con lenguaje sencillo, que cuentan mucho con pocas palabras. Tales son sus pretensiones que dedica algunas de las mejores páginas de la novela a describir con detalle la creación del mundo. Es el suyo un gran mérito y evidencia una valentía considerable. Así ocurre porque el fracaso de tan altas pretensiones le conduciría, sin estaciones previas, hasta el ridículo y el olvido.

 

Sin duda, Torné puede sentirse satisfecho. No consigue el triunfo absoluto que parece anhelar pero sí logra una obra de auténtica importancia. Posee un asombroso dominio del lenguaje y, al mismo tiempo, navega con soltura por los famosos temas universales. Además escribe con calma, la suficiente para trazar un mapa nítido de esos hilos de sangre que, desde la noche de los tiempos, han creado el mundo. La inevitable oscuridad que acompañó a la germinación de la vida es pleno correlato de su mirada y de las penurias de sus personajes quienes, como todos nosotros, se muestran a merced de una corriente salvaje y tratan de controlar lo incontrolable. Así les ocurre a los hermanos Monsalvatge, que deben afrontar distintos dilemas existenciales, así también al abuelo Gabriel, que lucha por la supervivencia en plena Guerra Civil. No es, sin embargo, una novela más sobre nuestra contienda. La guerra aquí alcanza una dimensión más compleja y verosímil. Sentimos, casi por primera vez –y menciono el casi porque pienso en los cuentos de Zúñiga- el caos y el desconcierto que vivieron quienes la soportaron. No es el único acercamiento a un género gastado. Hilos de sangre también actualiza la tradicional narrativa familiar-barcelonesa, un subsubgénero en pleno regreso.

 

En las valientes intenciones de Torné habita también su mayor fallo: todos los personajes hablan con el mismo registro, con ese tono faulkneriano que debería reservar para momentos de especial trascendencia y, por ejemplo, resulta improcedente para conversaciones entre hermanos, aunque fueran los hermanos Botín conversando sobre el futuro de su patrimonio. Torné no es capaz de modular, de bajar el tono y elevar la tensión cuando la novela así lo requiere. Sus pretensiones regalan continuos deslumbramientos pero deterioran el ritmo de una excelente sucesión de peripecias, demasiado supeditadas al lenguaje. Ahí se percibe que Torné es un escritor en crecimiento. En un crecimiento óptimo, que aún no ha alcanzado su punto de maduración.

 

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