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The total animal soup of time

Por Deborah Antón.

 

Foto: James Franco.

Lo primero: bienvenido sea cualquier esfuerzo por acercarnos a la brillantez del pensamiento y de la obra de Allen Ginsberg. Aunque James Franco es más guapo de lo que nunca fue Ginsberg: esto es así.

Escrita y dirigida por Rop Epstein y Jeffrey Friedman, galardonados ambos por su labor en el género documental, Howl cuenta la historia de Ginsberg y de su célebre poema desde tres perspectivas distintas: por un lado, las declaraciones del poeta; por otro, el juicio por obscenidad a su editor, nada menos que Lawrence Ferlinghetti (City Lights Bookstore) y, por último, la recitación de fragmentos de Howl acompañados de animaciones. Intercalando estas tres visiones han intentado crear un ritmo narrativo distinto o quizás variado, pero el resultado es un poco frío.

La entrevista a Ginsberg resulta inspiradora y fundamental. Sus reflexiones sobre la vida y la literatura son recomendables para cualquiera a quien interese mínimamente la poesía, la escritura como ejercicio de sinceridad, la “articulación del sentimiento”. Allen no es más que un chico tímido que está buscando su propia voz rodeado de un grupo de gente desquiciada y desencantada. Es imposible no sentirse encandilado por la interpretación de Franco, por el relato de la juventud y de las amistades, por su sencillez y su cercanía.

La parte correspondiente al juicio es la más interesante por el debate que se genera en torno a qué es literatura y qué no lo es. Las herramientas de un escritor, de un poeta, son las palabras: puede escoger las que quiera, las que mejor le ayuden a contar lo que quiere contar pero, ¿puede algo tan obsceno ser de calidad? ¿Es necesario, es relevante que sea obsceno? Son curiosos los guiños al presente, cuando se preguntan si Howl será un poema memorable, pues es precisamente ese juicio, esa polémica, uno de los factores que propician la consagración de la obra. Tampoco deja de ser divertido ver a John Hamm interpretando a Jake Ehrlich, el abogado defensor de Ferlinghetti y clon del enigmático Donald Draper (Mad Men). Y a Jeff Daniels, co-protagonista de Dos tontos muy tontos, haciendo de erudito literario.

La cagada de la peli viene con las dichosas animaciones. En la parte del juicio, uno de los testigos afirma que no es posible traducir la poesía a prosa. Aplicando esta verdad, los directores deberían saber que tampoco se puede traducir la poesía a imágenes y que, por tanto, acompañar la recitación del poema con dichas animaciones, que ni siquiera son demasiado buenas, es engorroso e innecesario. No deja de ser un intento de explicación o interpretación del poema, de hacerle compañía a la sinceridad apabullante de Ginsberg. Pero Howl es un poema que lo dice todo, que habla por sí solo y, precisamente, lo cojonudo de la poesía es que cada uno puede interpretar lo que quiera. No nos carguemos esa virtud.

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