La moral como ente deformador de la realidad.
Por Juan Carlos Aguirre.
El problema moral, es algo a lo que las sociedades modernas se enfrentan en su día a día. Las leyes se crean, cambian y derogan de acuerdo a la situación actual de una determinada sociedad. La religión, las creencias y no creencias, tienen mucho que ver a la hora de razonar sobre la moral. La ‘sabia’ voz del pueblo es escuchada; la opinión pública comenta los aconteceres que afectan a su libre albedrío. Las cuestiones morales son debatidas a diario, desde una cafetería hasta el Parlamento.
Si tomamos un caso, por ejemplo, el de las penas carcelarias, su duración y la reinserción a la sociedad del sentenciado, estamos debatiendo sobre la moral. Sí, moral, porque no son cuestiones someras de la ley. No, el trasfondo es moral si nos adentramos en sus orígenes. ¿Se deben cumplir a rajatabla las penas carcelarias? ¿O debemos valorar la conducta del encarcelado para una posible excarcelación antes de lo previsto? Por un lado la sociedad, pasado un tiempo prudencial, se relaja y aquel enfado y deseo de justicia estricta ante un crimen, ve con buenos ojos una rebaja de la condena. Reinserción, le llamamos. Pero ¿qué ocurre cuando aquellos ‘reinsertados’ salen de la cárcel antes de tiempo y vuelven a cometer crímenes? Los datos están ahí, sobre la mesa de la justicia, y prueban que el nivel de reincidencia de delitos es alto. Demuestra este hecho, entonces, que la reinserción o valoración de la conducta para rebajar las penas carcelarias no ha servido para nada. Salvo contadas excepciones. Contadas, sí, como lo leéis.
En la película ‘La Naranja Mecánica’ de Stanley Kubrick, este tema, el de la reinserción, se hace patente. Primero, unos científicos convencen a las autoridades que, según sus experimentos, un criminal puede reinsertarse en la sociedad por métodos científicos: ‘haciendo unos ajustes en la mente del individuo’. La autoridad de turno, en la película, al parecer es de índole progresista o socialista. Dentro de la ficción, en las escenas de la película el criminal es sometido a durísimas sesiones donde, por medio de una tortuosa proyección de imágenes y sonidos violentos o deformados, se intenta perturbarlo de tal manera que esa perturbación modifique su conducta y muestre rechazo ante la violencia física y sexual.
Al parecer, en la película, el criminal, un estudiante veinteañero, es ‘curado’ de sus males delictivos. Más adelante, el reinsertado por medios científicos, se encuentra solo, en un mundo que le es hostil. Una de sus víctimas le tortura encerrándolo en una habitación donde, a todo volumen sonoro, reproduce la novena sinfonía de Beethoven. Anteriormente esta pieza musical era la favorita del delincuente, pero los científicos hicieron que sintiera una terrible repulsión hacia ella. Trastornado, ve como única salida el suicidio. Es pues, cuando se lanza desde lo alto de la casa. Se recupera, aunque vuelve a ser el mismo de antes de aquel tratamiento científico.
Si bien este episodio del filme de Kubrick, es parte de la ficción, retrata muy bien que la reinserción, en este caso es imposible. Al final de la película el criminal se convierte en víctima de una mala praxis científica. También en esta historia la opinión pública se relaja y es misericordiosa con el delincuente, como ocurre en la vida real.
Como dije antes, los datos indican que un gran porcentaje de criminales vuelven a reincidir en el crimen. Salvo excepciones, se cumple la regla de la no reincidencia. No hace falta mencionar nombres de criminales en este sentido. Tan solo con ver los telediarios se puede corroborar lo que manifiesto. Lamentablemente es así. Quisiera creer en la reinserción; quisiera creer en que la buena conducta no es una coartada, bien diseñada del criminal, para salir antes de cumplir su condena; quisiera creer en los métodos científicos para hacer de un delincuente un buen ciudadano.
Lo cierto es que la realidad me dice que se necesita un mayor esfuerzo de la sociedad en su conjunto (ciudadanos, políticos, justicia), para que la reinserción de un criminal sea verdaderamente eficaz. Caso contrario, encerrarlos de por vida. Pero como esta última intención carecería de popularidad, todo seguirá de la manera que conocemos y vemos a diario en los telediarios.
La moral puede deformar la realidad, dependiendo de quién ejerza esa moral. Quienes derogaron la pena de muerte ejercieron su moral para imponer esa derogación. La opinión pública, el inconsciente colectivo de las masas, también, a su manera, ejerce su propia moral sobre los asuntos que conciernen a su entorno. Una madre, a la que le han violado y asesinado a su hija quisiera la pena capital para el culpable. Su moral choca contra la moral colectiva. La realidad, entendida como la percepción de los aconteceres, es deformada porque esa madre no concibe otra realidad que no fuera la que le dicta su moral. Para algunos, esta madre es radical en sus decisiones, motivada por un hecho extremo que no le ha dejado razonar con lucidez. Pero para otros sectores, las exigencias judiciales de esta madre son totalmente razonables y la opinión pública debería ponerse de parte de ella. La realidad, insisto, es deformada por esa divergencia de puntos de vista y de moralidades implícitas. Si todos tendríamos la misma moral, nuestra realidad sería como la de una sociedad de hormigas. El ser humano es divergente por naturaleza. No existe una sola realidad. Hay muchas realidades, porque somos divergentes. Y diferentes, dicho sea de paso.
La moral cartesiana proponía unos parámetros necesarios para no permanecer irresolutos ante la vida. No obstante, estos parámetros o modus vivendi, eran soluciones temporales, hasta encontrar la certeza de las cosas. Así, pues, la búsqueda de la verdad, a través de poder distinguir entre lo falso y verdadero, y actuar consecuentemente, era el fin de la moral cartesiana. En aquella temporalidad transitiva, la realidad es deformada puesto que la certeza es la finalidad de ella.
Un hecho u acto inmoral en países de oriente puede parecer aceptable moralmente en países de occidente, y viceversa. Si la moral deforma la realidad no indica esto que la moral sea perjudicial para los ciudadanos. Simplemente es un hecho. A diario vemos como se deforma la realidad; a diario vemos como la moral de unos y otros influye sobre los aconteceres mundanos. Si mi moral es A, y tu moral es B, entonces, la realidad compartida entre tú y yo esta deformada. Ocurre esto con la mayor naturalidad y continuidad en todo el mundo. Lo que ocurre es que como la moral de las masas, de la opinión generalizada es la aceptada, choca contra la moral individual de cada persona.
La amoralidad es la no presencia de moral. Imaginad, por un momento, al mundo sin moral. Sería la ley de la selva. Desde los tiempos de Aristóteles la moral era considerada una virtud. Entonces, esa frontera entre lo que para nosotros es bueno y malo, lo delimita la moral. La moral ha precedido e influenciado al orden jurídico. La moral, quiérase o no, es imprescindible, para sostener una buena convivencia entre ciudadanos. La realidad está en constante deformación para llegar a la certeza de las cosas.