El dolor en la mirada. El mundo como amenaza

Por Estelle Talavera Baudet.

La flor roja. Vsévolod Garshín. Editorial: Nevsky. Traducción por Patricia Gonzalo de Jesús. Ilustraciones de Sara Morante. 80 páginas. 13 €.

 

 

El misterioso halo que envuelve la narración de los escritores rusos cada día tiene más adeptos. Hay algo intrigante en esa peculiar forma de narrar, en su manera de acercarse al mundo y observarlo y desmenuzarlo desde un enfoque absolutamente original. Se diría que se traduce en una mirada mezcla de tristeza, abandono, inquietud y decadencia. Un armonioso equilibrio entre irrealidad y crudeza. Hay en su cosmos un lenguaje más allá de toda escuela, una atmósfera sentimental que sobrepasa el anquilosamiento de las palabras y sus limitaciones conceptuales. Garshín sorprende por todo ese segundo lenguaje que crece por debajo de la narración.

 

El argumento, en estos casos, sería lo de menos. Un interno tachado de loco es víctima de una obsesión: toda la maldad de este mundo se concentra en tres flores rojas que crecen, ignoradas por todos, en el patio de un psiquiátrico ucraniano, desplegando un rojo intenso que se le antoja insoportable. Podría traducirse en el dolor que provoca la belleza intensa en un ser particularmente sensible como es nuestro protagonista. La locura, aquí, no es más que la habilidad de ver aquello que otros no miran.

 

El lector experimenta una nueva forma de afrontar la demencia desde un prisma de precipicio, como un espectador que siente el corazón agitado, tan agitado como el de un loco aplastando con toda su alma una flor durante la noche hasta fallecer.

 

El juego psicológico que despliega en sus líneas nos va arrastrando sutilmente a una atmósfera asfixiante, reforzada por las inquietantes ilustraciones de Sara Morante, de una fuerza sorprendente, pura poesía negra.


 
 
 
 
 
 
 
 
 

Vsévolod Mijáilovich Garshín (1855-88)

Hijo de militares nobles. Interrumpió sus estudios en 1876 debido a la guerra con Turquía en la que se alistó como voluntario. Fue herido en la pierna y durante su convalecencia comenzó a escribir. En 1880 empezó a dar muestras de la inestabilidad mental que le llevaría a visitar varios hospitales psiquiátricos. Ocho años después se suicidó en San Petersburgo. Se dice de su escasa producción literaria que sus relatos sobre la guerra son comparables a los de Tolstói y su ficción psicológica a la de Dostoievski. La flor roja fue escrita en 1883.

 

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