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Haciendo amigos (9)

Por Pedro de Paz.

Curiosas paradojas.

 

El escritor Manuel Terrín Benavides atesora en su haber el record de ser el escritor español con más premios literarios concedidos (en torno a 1.700 según el último recuento). De poesía, de cuentos, de relatos… Muchos le acusan de ser un tramposo, de crear cuentos-plantilla que presenta oportunamente a los certámenes cambiando cuatro detalles que ensalcen bien la región o bien la patrona del pueblo que los convoca, que presenta el mismo cuento hasta a 15 certámenes de forma simultánea para ampliar el espectro de posibilidades de ser galardonado… Yo he leído algunos textos de Terrín y, en efecto, quizá pequen un poco de morosos. Pero no son malos textos. No se puede ganar 1.700 certámenes escribiendo textos malos. Por muy tramposo que uno se plantee ser. Sin embargo, muy pocos fuera del ámbito literario ha oído hablar jamás de él.

 

¿Sirven los certámenes literarios para obtener el reconocimiento de los lectores que todo escritor, aspirante o no, ansía? En líneas generales y en términos absolutos, no. Y si no, que se lo pregunten a Manuel Terrín. Hablamos en todo momento de las consecuencias del propio acto de ser premiado, no del recorrido que un libro, premiado o no, pueda tener en función de su calidad o sus bondades. Por un lado, los megaconcursos de imponente dotación y gran impacto mediático —alguno se nos habrá venido a la cabeza— no son certámenes estricto senso sino estudiadas operaciones de marketing con destino a obtener el máximo beneficio empresarial por lo que, a fin de rescatar la excepcional inversión que en ellos suele practicarse, se intenta jugar sobre seguro apostando por una figura cuyo reconocimiento y repercusión mediática previa redunde en beneficio de la operación. Es decir, que dichos galardones pudieran conceder mayor reconocimiento a aquel que ya lo trae consigo de fábrica.

 

—Oye, recuerda que dentro de cuatro semanas fallamos el premio Saturno. Que este año hemos echado la casa por la ventana y hasta hemos invitado a los Beckham. ¿Habéis avisado ya al que lo va a ganar? A ver si ese día va a tener un compromiso o algo y tenemos un disgusto.

 

Por otro, los concursos de entidad más modesta, en un país en el que una gran cantidad de personas se ufana de comprar un único libro al año —normalmente el premiado en el megaconcurso antes mencionado— y además no leerlo, apenas llegan con su eco al público en general. Pregúntele a cualquiera, no digo ya al que no lee sino a quien se precie de ser lector, si conoce al último ganador del García Pavón, del Ciudad de Getafe, del Felipe Trigo, del CajaGranada de Novela Histórica o del Ateneo de Valladolid.

 

¿Sirve para algo, entonces, erigirte en ganador de un concurso literario aunque sea de pequeño calado? Indudablemente. De entrada sirve para cobrar una dotación en metálico, más o menos modesta en función de la entidad del certamen, y para ver tu nombre en la sobrecubierta de un libro, situación a la que, a día de hoy, está realmente complicado acceder. Y si ya arrastras un cierto recorrido, para afianzarlo un poco más. Y si el libro, además de premiado, resulta ser bueno, ya es la hostia. Pero el propio hecho de ser premiado en un certamen de verdad —olvidemos los megaconcursos— arrastra sobre todo una peculiar paradoja: su evolución y resultados más inmediatos no son seguidos, apreciados y reconocidos por los lectores, a cuyos ojos se supone están destinados, sino que de quien suelen despertar el interés es del resto de compañeros del panorama literario.

 

—Y hace un par de meses gané el premio de novela de Firulillos del Monte…

—¡Ah! ¿Fuiste tú? Pensé que se lo había llevado Gumersindez…

—¿Ese memo? Pues no. Fui yo.

 

Hablamos de reconocimiento entre iguales. Y ese reconocimiento podría —y digo podría— ser la llave para que, con ocasión de tu próxima obra, esos iguales entre los que se encuentran agentes, editores e incluso otros escritores, estén dispuestos a concederte  unos minutos de atención que antes denegaban. Y eso, con mucha suerte de por medio. ¿El premio, per sé, sirve para algo de forma inmediata? Rara vez. Pero nunca olvidemos que cuando hablamos de desarrollar una carrera literaria, hablamos siempre de una carrera de fondo. Y que las metas volantes acumuladas siempre acaban contando, aunque sea a la postre.

 

Lamento haber sido yo, pero alguien tenía que decirlo.

 

Parque Coimbra, mayo de 2011

 

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