La flor más azul del mundo, de Eugenio Castro
Por Ángel Zapata
La flor más azul del mundo
Eugenio Castro
No es fácil —lo digo desde ahora— hablar de un libro como La flor más azul del mundo. Y no es fácil, porque se trata de una obra muy singular, muy compleja, un libro sobre el que habría mucho que decir, y sobre el que todo lo que se diga, inevitablemente, va a estar tocado por un sesgo insuficiente y parcial.
Aun así, si tuviera que resumir en dos o tres notas mi experiencia como lector en torno a este texto de Eugenio Castro, empezaría por decir que La flor más azul del mundo es, desde mi punto de vista al menos, un libro diferente, un libro inspirador, y un libro —desde luego— necesario.
De entrada, que sea un libro diferente puede parecer un juicio casi banal, y suena, me consta, como un slogan publicitario… Pero mi idea, obviamente, está lejos de una intención como esa. Con ello quiero referirme, más bien, a que yo encuentro ante todo en estas páginas una investigación rigurosa y audaz en torno a la diferencia; y una investigación que no se restringe al plano ideal del pensamiento (tal como es costumbre en la filosofía post-estructuralista), sino que nace de —y regresa continuamente a— el territorio de la experiencia y de la vida.
En este sentido, hay un curioso punto de intersección entre el pensamiento post-estructuralista y la filosofía hermética, y es el hecho de que ambas comparten un mismo principio fundamental, el principio que dice: “ser es ser diferente”. Y traigo el dato a colación, porque pienso que este podría ser también el pensamiento o la intuición que atraviesan subterráneamente este libro, un libro donde el acto poético se propone como una vía de acceso privilegiada a eso que Breton llamó “la emoción del ser”; y un libro —por la misma razón— donde el acto poético se entiende (y se lleva a cabo incesantemente) desde una voluntad activa de extrañar la experiencia, y desde una apertura, también, a todas esas experiencias insólitas, intensamente diferenciales, capaces de deconstruir los códigos de la normalidad, y de abrir vías de comunicación con eso que el surrealismo —en la estela de Rimbaud— ha nombrado siempre como “la verdadera vida”.
Desde un planteamiento como este, qué duda cabe de que estamos muy lejos de la poesía concebida como género literario —este es un libro de poesía, y sin embargo no es un libro de poemas (aun cuando contenga poemas)—; como estamos muy lejos, es obvio, del territorio convencional y normativizado de la estética y del arte.
Esto, como decía más arriba, hace muy difícil la tarea de hablar de “La flor más azul del mundo” (o por lo menos de hablar de él desde los códigos al uso dentro del campo artístico); pero hace también, y al mismo tiempo, que sintamos una profunda admiración por esta escritura y esta experiencia de Eugenio, capaces de instaurar, en una misma tirada de dados, su propio territorio, su propia legalidad y sus propias condiciones de recepción.
También por eso decía al principio que este es un libro inspirador, fuertemente inspirador. Y creo, en este sentido, que una de las aportaciones más importantes de Eugenio Castro a la riquísima tradición del surrealismo (una tradición ya casi centenaria) es el desplazamiento que opera, en el conjunto de su trabajo, desde el inconsciente expresivo al inconsciente productivo.
Vale la pena demorarse en este punto, porque pienso que Eugenio comparte con toda la gran tradición surrealista la convicción de que la realidad más profunda y más auténtica pertenece a la dimensión de lo inconsciente. Sin embargo, dentro del mismo surrealismo histórico se dio constantemente una tensión (nunca del todo resuelta) entre un inconsciente concebido como discurso, como palabra, como imagen —a la manera del psicoanálisis clásico—, y un inconsciente más “material”, diríamos: un inconsciente directamente experimentado como cuerpo pulsional, como proceso vivo, como producción viva y como acto.
Siempre hubo, en esta dirección, una parte del surrealismo que se reconoció en la tarea de expresar lo inconsciente; es decir: en el propósito de traducir en palabras e imágenes los contenidos latentes y/o reprimidos dentro de la cultura y la sociedad de su época.
Y al lado de esta tendencia, siempre se dio también, dentro del movimiento, un empuje más radical, más puro —menos comprometido, a la vez, con la vía artística—, que lo que buscaba era (y sigue siendo) responder mediante actos y procesos vivos a la dimensión exuberante de lo inconsciente, una corriente —desde luego— que no retrocedía ante el deseo (ni ante el riego) de realizar la poesía en la vida, de devolver la poesía a la vida.
Pienso que la obra de Eugenio Castro se inscribe inequívocamente en esta segunda corriente (una corriente cuyos hitos de referencia habría que buscarlos en el Breton más experimental, así como en los trabajos de Nougé, Marien o Luca, entre otros); creo, igualmente, que esta tendencia a la que me refiero Eugenio la ha profundizado y la ha enriquecido, además, con un sesgo intensamente existencial; y ello explica que este último libro (último por ahora) nos aparezca como una verdadera máquina deseante, como una máquina de inspirar, y hasta de respirar.
En esta dirección, “La flor más azul del mundo” es un libro de un rigor, una creatividad y una fecundidad asombrosas, y un libro —sobre todo— que no se deja leer pasivamente, que no admite ser consumido a la manera de una mercancía. Es un texto cuya lectura nos implica: un texto, en suma, que sólo podemos decir que hemos leído de verdad si nuestra experiencia y nuestra vida resultan, en alguna medida, transformadas.
También por eso me he referido a él, al principio, como a un libro necesario.
Dice el colectivo Tiqqun que nuestra época no está necesitada de consuelos, sino de verdad. Y al mismo tiempo, la verdad de la que hoy es portador el entorno antagonista en su conjunto es la verdad de nuestra alienación, de nuestra opresión, y de la lucha imprescindible para romper con una situación de la sociedad que ya es —desde hace cuánto— insoportable.
La flor más azul del mundo no es un libro que dé consignas. Y no es tampoco un texto que contenga algo parecido a recetas de vida. No es, desde luego, un manual de autoayuda para revolucionarios. Pero sí creo, en cambio, que en sus páginas se encierra un recordatorio fundamental, y es el de la necesidad de reapropiarnos de la poesía, de la dimensión poética de la vida, en la experiencia y en la práctica cotidianas de la emancipación.
En mi opinión, dentro del entorno antagonista se da —desde hace ya demasiado tiempo— un énfasis excesivo sobre dimensiones como el esfuerzo, la lucha, el sacrificio, y —en general— sobre todos esos valores ligados a un estilo de conciencia heroico y masculino. No pierdo de vista que cuesta mucho concebir una revolución por fuera de lo épico. Y hasta es muy probable que algunas dosis de heroísmo hayan de ser imprescindibles en toda auténtica transformación social. Aun así, el gran peligro de este estilo de conciencia épico es que a través de él no salimos del pensamiento de la dominación, no nos emancipamos definitivamente de la lógica fúnebre del poder.
Hay, ya está dicho, una propuesta inequívocamente emancipadora en las páginas de La flor más azul del mundo. Y a la vez se trata de una propuesta que pone en juego lo pasional, el placer, el cuerpo, lo maravilloso, el no-saber, la tensión continua entre la presencia y la ausencia, y —en pocas palabras— todo un conjunto de dimensiones y valores tradicionalmente vinculados con lo femenino, y con la energía y la audacia de lo femenino.
Personalmente, pienso que cualquier vuelco que podamos llamar transformador habrá de pasar por estos caminos todavía no transitados.
Pienso que si en algún momento hay una auténtica transformación social será diferente y desde la diferencia.
Y pienso —en definitiva— que esas potencias de transformación todavía inéditas son las que este libro de Eugenio Castro empieza a iluminar ya, de una manera clarividente.
La flor más azul del mundo
Eugenio Castro
292 páginas
Pepitas de Calabaza, 2010
ISBN: 978-84-937671-7-4
http://gruposurrealistademadrid.org/salamandra
http://www.pepitas.net/