Álvaro Salvador y la Poesía completa de Egea: mi discrepancia
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No suelo escribir acerca de las críticas que sobre mis libros aparecen en distintos medios. Sean elogiosas, neutras o negativas, siempre he mantenido un silencio respetuoso sobre la opinión del crítico. Incluso cuando he escrito algún estudio preliminar, un prólogo o un ensayo sobre algún poeta, esa ha sido mi norma. Tal era, también, mi disposición ante la edición del primer volumen de la Poesía completa de Javier Egea aún sabiendo de los aspectos conflictivos de su biografía, de la polémica que se produjo en Granada tras su suicidio y de la existencia de interpretaciones distintas sobre la relación de su escritura con la llamada poesía de la experiencia y con el manifiesto “La otra sen-timentalidad”, de 1983.
I
A mi juicio, la edición de Bartleby es todo un acontecimiento. Un motivo para la celebración, para la alegría y, con independencia de las discrepancias que pueda haber respecto a algunos detalles de la edición, para proclamar a los cuatro vientos la necesidad de la lectura y la relectura de la obra de Quisquete. Creo que así lo expresó uno de los compañeros de Egea en la firma del citado manifiesto, Luis García Montero, en su artículo de Público del pasado 30 de marzo. Con independencia de alguna imprecisión respecto a mi reflexión sobre la presencia de un sesgo irracionalista (“elucubraciones”, lo llamó) en la poesía más madura de Egea y del olvido al que relegó a José Luis Alcántara y Juan Antonio Hernández, sus edito-res, su artículo invitaba a acudir, a leer y a releer a Javier Egea.
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No puedo decir lo mismo de Álvaro Salvador, el tercer firmante de La otra sentimentalidad, quien, con el título “Olor a espera”, ha publicado el pasado sábado, 24 de abril, una crítica al libro en el diario Granada Hoy en la que expresa algunas discrepancias con el contenido del prólogo y de las notas. La primera discrepancia se refiere a mi extrañeza ante la ausencia de Egea en la práctica totalidad de las antologías de ámbito estatal aparecidas en más de un cuarto de siglo, entre 1982 y 2007. Viene a acusarme de ignorante: “¿No sabe Rico a estas alturas cómo y por qué se producen estas ausencias?”, pregunta al lector. Y añade: “¿Cómo y por qué se ignoran muchos nombres valiosos y, en cambio, se incluyen otros tantos dudosos?”. Precisamente porque lo sé y porque no he querido establecer responsabilidades imposibles de probar, dejo expuesta la circunstancia y mi extrañeza. En ese cuatro de siglo yo fui testigo indirecto de la elaboración de buena parte de las antologías generacionales y todos sabemos el peso que tenían determinados críticos, poetas y editores a la hora de establecer las correspondientes nóminas de “elegidos”. Nadie con un mínimo de inteligencia puede creer que Egea, uno de los coautores del manifiesto y amigo de dos poetas que sí estuvieron en la práctica totalidad de las antologías y con un creciente nivel de relaciones en el mundo crítico y editorial de la época, quedara fuera de ellas por puro azar. Las preguntas serían:¿Fue vetado? ¿No fue propuesto? ¿Se valoró su nombre y decayó? ¿Nadie se acordó de él? En todo caso, la tesis del olvido no me parece creíble. Entre otras razones porque como afirma Álvaro Salvador, gozaba del reconocimiento de no pocos críticos y poetas consagrados (desde Aurora de Albornoz a José Hierro pasando por Carlos Sahagún o Ricardo Gullón). Entonces, ¿cómo es posible su ausencia en todas, incluido el tomo 9 de la Historia y crítica de la literatura española? The answer, my friend, is blowing in the wind, que diría Bob Dylan. Y creo que es mejor dejarla ahí, en el viento. Salvo que quieran escribir sobre ello quienes vivieron, como protagonistas, los procesos de elaboración de las mismas. De cualquier modo, queda el recurso de esperar a la edición de los diarios de Javier Egea, donde quizá encontremos indicios de esa marginación en sus propias reflexiones.
II
Álvaro Salvador afirma, también, que yo reconozco en el prólogo que no me preocupé de la obra de Egea “hasta después de su muerte, al publicarse Contra la soledad (2002)”. Ignoro de dónde saca tal afirmación. Desde luego, no del prólogo. Seguí siempre la obra de Egea aunque no escribiera de ella hasta la publicación de ese libro del mismo modo, por ejemplo, que no escribí sobre José Hierro pese a leerlo y seguirlo desde mi adolescencia, hasta que, en 1999, me fue encargada la crítica a Cuaderno de Nueva York. Álvaro Salvador ignora algo que dije en la presentación del libro en Granada el pasado 14 de abril: leí, en 1983, el cuaderno-manifiesto La otra sentimentalidad y durante años, desde Madrid y desde los márgenes de un mundo literario del que estaba ausente, leí con fervor cada nuevo libro de Egea (no fáciles de encontrar) y viví con extrañeza y sin la perspectiva que hoy tenemos su hueco en todas la antologías generacionales que llegaban a las librerías. No creo, por tanto, que sea buen método el que Álvaro Salvador utiliza adjudicándome afirmaciones que nunca he hecho.
Por otro lado, Álvaro Salvador afirma que yo en el prólogo digo que “ya en Troppo mare o en Paseo de los tristes el poeta se aleja de la poesía que escribían sus compañeros de manifiesto”, para, a renglón seguido, afirmar que no era cierto, que escribía en el mismo registro que ellos. He de decir, que lo que se recoge en mi prólogo, en su absoluta literalidad, es lo siguiente: “Es obvio que la gravedad de la reflexión de Egea y la lente, teñida por el pesimismo y por lo oscuro, que aplica en su mirada a la vida cotidiana lo alejan, en este libro,” (me refiero a Paseo de los tristes) “pero también en Troppo mare, de la poesía figurativa que dominaría la realidad lírica de España en la década de los ochenta y de la que escribían sus compañeros de manifiesto”. No es lo mismo, ni mucho menos, lo que ahí se dice que lo que de manera simplista transcribe Álvaro Salvador. Claro que Egea escribe Paseo de los tristes en medio de interminables conversaciones del grupo y bajo el magisterio del profesor althusseriano Juan Carlos Rodríguez y que en buena parte de sus poemas hay sintonía con el contenido del manifiesto. Eso es una obviedad. Pero Álvaro Salvador se olvida del componente de irracionalismo que cruza, de principio a fin, Troppo mare, y de las zonas de oscuridad que aparecen en Paseo de los tristes, escrito poco después que el libro anterior, al intentar formalizar lo que Juan Carlos Rodríguez llama “poesía materialista”, ese objetivo que, en el prólogo, califico de imposible. Diría más: en A boca de parir, su segundo libro (¡de 1976!), hay también numerosos elementos no racionales, no figurativos, no realistas.
III
Concluyo con una referencia a la descalificación de la nota a la edición y de las notas a los poemas. Respecto a la primera he de decir que los editores han transcrito un breve fragmento de los diarios de Quisquete en el que se ilustra de manera fiel su estado de ánimo en marzo de 1993 a la vuelta a casa tras una lectura poética. No hay bilis. De hecho, la nota en su conjunto, aunque ideológica y literariamente posicionada, es respe-tuosa y elude cualquier roce al margen de lo poético. Respecto a las casi cien páginas finales de notas a los poemas, quiero subrayar que, pese a lo que opina Álvaro Salvador (y, en parte, Ángel Luis Prieto de Paula), no sobran en absoluto. Entre otras razones porque no están metidas en medio de los poemas ni situadas a pie de página, algo que además, evita que sean un estorbo en la lectura. Complementan, amplían el horizonte del lector, aclaran y enriquecen la opción de todo aquel que se acerque al libro. Yo, que no conocí a Egea, estoy encantado con poder acceder, en vivo, a su taller poético, a sus correcciones, a las distintas versiones de los poemas, a sus manías como escritor. Y el lector es muy libre de leerlas de seguido, o por azar o como complemento a la lectura de uno o varios poemas. O de limitarse sólo a leer los poemas. Digo más, las notas con-vierten el libro en un magnífico mosaico de la obra de uno de nuestros grandes poetas. Seguro que los lectores que tampoco lo conocieron estarán, como yo, encantados con ese material.
Creo que todos los amantes de la poesía debemos alegrarnos de esta edición. Porque es la primera entrega de otros materiales, comenzando por una poesía inédita de muy alto voltaje (volumen II). Y porque al fin será Javier Egea, también con sus prosas y con sus diarios (volúmenes III y IV) quien tome definitivamente la palabra en lugar de los exégetas, los intérpretes y los dueños de las verdades reveladas.