Entrevista a Raúl Eguizábal

Entrevista a cargo de Carlos Javier González Serrano.

 

En su nueva obra, El estado del malestar (Península, 2011, 23,50 €), Raúl Eguizábal desmonta los principales mitos conocidos, explicándolos y mostrando cómo funciona su mecanismo de persuasión y perversión. Un auténtico ejercicio de comprensión de la sociedad contemporánea. Intentamos bucear en esta obra de la mano de algunas preguntas al propio autor…

 

Pregunta – El Estado del malestar. Capitalismo tecnológico y poder sentimental, ¿supone una denuncia, la descripción de la situación actual… o ambas? A su juicio, en el seno de este “capitalismo tecnológico” al que alude, ¿de qué depende que una denuncia cree conciencia social?

Respuesta – Aunque mis objetivos iniciales han sido más bien la descripción y la explicación, es inevitable, cuando hablamos de aspectos que nos afectan tan próximamente, que existan también interpretaciones de orden más o menos subjetivo, y hasta denuncias. El mero hecho de exponer una serie de acontecimientos, entresacándolos de entre otros muchos y poniendo el foco sobre ellos ya es una forma de denuncia. En nuestra sociedad tan sólo es posible esa creación de una “conciencia social” si los medios de comunicación de masas se hacen eco de esa denuncia. En otros momentos hacia falta “tiempo” para que calase una propuesta; pero ahora hace falta “espacio”, es decir que llegue al mayor número de personas en el menor tiempo posible. En cualquier otro caso, la velocidad de los acontecimientos es tal que, mucho antes de que llegue a crear conciencia social, habrá sido barrida por nuevos sucesos o por otras interpretaciones.

 

P – Desde el comienzo de su obra, de mano de la constatación de “la crisis más profunda en ochenta años” y del “torbellino del acelerón tecnológico”, respiramos cierto aire decadente en la presentación de sus tesis. ¿Es la resignación lo único que nos queda?

R- Esa posible sensación de decadencia se debe a que en efecto estamos ante el fin de una era. Quiero decir: la decadencia no pretende estar en mis palabras sino que se muestra en los acontecimientos. El título del libro, en ese sentido, es inequívoco. No puede salirse de una crisis de este calado sin cambios que afecten a la cultura y a las formas de vida en el sentido más amplio. Mi tesis, entonces, reside precisamente en la idea de que, empujados por la crisis, estamos dando un salto desde un capitalismo de consumo a una nueva forma de capitalismo que he llamado “tecnológico” y que otros llaman “3.0”. Y tan sólo los países que se adapten con cierta prontitud a esta nueva situación serán capaces de salir con bien de la crisis. Hay muchas formas de salir de ella y no todas igualmente brillantes. Un período de crisis es también un período de oportunidades. En toco caso la resignación nunca es un solución a nada. No se trata de resignarse sino de no negar los hechos. Más allá del conformismo, el peligro está en la ceguera. Resignarse quiere decir aquí no pensar, no analizar, no hacer el esfuerzo de comprensión necesario; mientras que a lo que yo invito es a la reflexión, a quitarnos de encima la presión de los acontecimientos y detenernos un momento para la revisión y el examen. Analizar un fenómeno es ya estar cambiándolo.

 

P – Habla en el prólogo, “Noticias del tercer milenio”, de una clase política “muy por debajo” de los ciudadanos a los que representan, explicando que “los medios se han encargado de condicionar las carreras políticas” transformándolas en una atracción más de la vida pública. ¿Puede la publicidad recorrer el camino inverso? ¿De qué depende que la clase política recupere su prestigio, su enjundia?

R – Hay un hecho cierto y es que la clase política constituye una de las mayores preocupaciones de nuestra sociedad. Desde hace unos años, en las encuestas de opinión, los políticos aparecen como la mayor inquietud tras la crisis y la situación económica (que son, en realidad, la misma). Es, desde luego, imposible que una campaña publicitaria haga desaparecer esa inquietud, como es prácticamente imposible que una simple acción publicitaria, por sí sola sea capaz de restaurar la imagen deteriorada de una figura pública. Aunque, desde el punto de vista individual, todo depende de lo elaborada que tenga cada uno su opinión. La publicidad influye mucho más sobre aquellas personas que no tienen una opinión muy formada sobre el tema en cuestión. Las campañas pueden mejorar la opinión pública sobre un político, durante cierto tiempo, pero al final las contradicciones afloran siempre. Lo primero que debe hacer la clase política para recuperar su prestigio es tomar conciencia de los hechos y dejar de engañar a la opinión pública. La sistemática contradicción entre sus palabras y sus acciones resulta irritante. El ciudadano sigue votando en España porque ha adquirido una “costumbre democrática”, no porque crea en los políticos. De hecho, vota más opciones que personas. La clase política española no es, además, especialmente culta ni está demasiado preparada intelectualmente. La mayor parte de la política que se hace en España es de oposición, incluso la que se hace desde el gobierno. Está tan preocupada por desacreditar al contrario y por quedar bien ante las cámaras, ante la opinión publicada, que no tiene tiempo de nada más. El hecho es que el sistema político se ha imbricado con los medios de comunicación, de tal forma que se realimentan mutuamente. Las decisiones económicas que ha tomado el gobierno de Zapatero en los últimos tiempos, hubiesen sido mejor aceptadas si no se hubiese estado negando la crisis hasta hace poco y si no se hubiesen prometido tantos “brotes verdes” que nadie más ha visto fuera del gobierno.

 

P – Con respecto al título de la obra, encontramos un fuerte contraste entre el auge tecnológico y lo que denomina “poder sentimental”. ¿Qué derivaciones alberga este choque de fuerzas?

R – El poder sentimental, característico de nuestros actuales gobiernos, es nostálgico, está más dispuesto a defender las estructuras establecidas que las nuevas, es decir las tecnologías del siglo XX, que son las que comprende y las que le han llevado al poder, como la televisión, que las del siglo XXI, como Internet. El poder sentimental actúa siempre tarde y además se lamenta luego de haber llegado tarde, por eso constituye una rémora, más que una ayuda, en el cambio tecnológico. Ese poder se sitúa no sólo en los gobiernos sino en todas las estructuras: la Universidad, los sindicatos, los partidos, los medios de comunicación o la SGAE por ejemplo.

 

P – Inmersos en el dominio tecnocientífico, ¿qué papel juega el individuo como motor de la acción social? ¿Es posible hablar de desarrollo de la propia identidad?

R – La sociedad no es un ente abstracto, está formada por individuos que toman decisiones y en la medida en que las personas aceptan el cambio tecnológico están contribuyendo a él, mucho más por supuesto que las instituciones, bastante menos permeables a aceptar los cambios que supone el nuevo orden tecnológico o dispuestos a aceptar tan sólo aquellos que contribuyen a su perpetuación. Aparentemente el individuo puede hacer poco ante estructuras que, más que muy rígidas, lo que son es demasiado maleables; ante cualquier presión que se ejerza sobre ellas sufren una deformación pero no corren ningún peligro de romperse. Para tener alguna influencia sobre el desarrollo social, entiendo que tiene que haber un cierto nivel de comprensión del estado de cosas, siquiera intuitivo, y esto sólo puede ocurrir en la actualidad entre los llamados “nativos virales”. Tan sólo aquellas personas que han crecido en el entorno tecnológico serán capaces de convertirse en “motor social” por eso es tan absurda la idea de prolongar la jubilación (que sólo pretende dilatar un poco más las estructuras del “poder sentimental”). La identidad es un problema diferente que opera al nivel de cada individuo y que en general es resuelto de manera errónea con adhesiones patológicas a movimientos sectarios, nacionalismos culturales o raciales, equipos deportivos o marcas comerciales tipo Appel, Nike, etc. Es posible el desarrollo de la propia identidad, por supuesto, pero sólo a costa de un importante esfuerzo; y durante décadas se nos ha socializado en el hedonismo, en el “no esfuerzo”.

 

P – En El estado del malestar se refiere a seis “círculos” que domeñan el devenir de la vida actual: poder, dinero, máquinas, sexo, miedo e información. A su juicio, ¿tiene preeminencia alguna de estas esferas sobre las demás? ¿Cómo se relacionan entre sí?

R – El número de “círculos” podría haber sido más amplio, desde luego, pero estos me han parecido los más relevantes para lo que quería contar. Todavía, entiendo, estamos enormemente determinados por la información, por un tipo de información estructurado según los modelos de los medios de comunicación de masas. Pero, entiendo también, que eso va a cambiar por la presión de las máquinas, de Internet sobre todo, de las máquinas flexibles frente a las máquinas rígidas del pasado. La relación entre estas “esferas” es fundamentalmente de poder en cuanto que unas “pesan” más que otras y deforman el espacio social de su entorno. Ahora mismo lo que estamos viendo es el predominio tecnológico sobre el resto de las formas culturales. Escenarios como el del sexo, el deporte, la política o la cocina, pero también las relaciones sociales, las formas de interactuar o de relacionarnos con el entorno, están siendo severamente modificados por la acción tecnológica en terrenos como el de la comunicación, la genética, la química, la información, los nuevos materiales, etc.

 

P – En el último de los capítulos de su obra, “El grado zero del objeto”, explica el peligro de ausencia de “personalidad” no sólo de los individuos, sino también de los objetos e incluso de las ciudades (en las que se come, bebe y adquieren los mismos productos). ¿Estamos indefectiblemente condenados al imperio de la manipulación que ha hecho de los objetos meros “constructos informativos” compuestos de ceros y unos? ¿Qué repercusión tiene para el sujeto contemporáneo esta condición “inmaterial” de los objetos?

R – No creo que estemos condenados a nada. El infierno no son los otros, como decía Sartre, el infierno somos nosotros. Pero toda mercancía, toda manifestación que sea susceptible de ser traducida a información, lo será indefectiblemente por el crecimiento inexorable de las redes de información. Las personas tienen una asombrosa capacidad de adaptación a las nuevas circunstancias, son capaces de asumir sin traumas especiales todos los cambios tecnológicos siempre que sientan que les favorecen. No es tan fácil modificar hábitos o comportamientos si esos cambios no están orientados a mejorar de alguna manera la vida de los individuos. Si hemos aceptado el teléfono móvil con este entusiasmo es porque pensamos que nos aporta ciertos beneficios. También, por supuesto, ciertas esclavitudes. Pero lo que no podemos esperar es una vida sin riesgos, sin peajes. El que los objetos devengan en entidades inmateriales supone, inevitablemente la aparición de nuevas clases de relaciones sujeto-objeto. La posesión material del objeto se vuelve innecesaria, el fetichismo del objeto decae, así como la noción de “falsificación” que teníamos hasta ahora. Dado que la tecnología nos permite la reproducción clónica, pierde sentido la distinción entre objeto real y objeto falso, cada copia es un original, carente por completo de las señales o marcas de falsificación.

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