El paisaje de la memoria
Por Redacción Arte
Retrato: El paisaje de la memoria
Centro de Arte Tomás y Valiente de Fuenlabrada. Sala B
Calipsofacto Curators
Comisariado: Paz Ponce Pérez-Bustamante y Jana Álvarez Pacheco
Coordinación: Sara Buraya y Jana Álvarez PachecoDiseño Gráfico: Adriana Martín de la Prida, David Rigote y Paula Quereda
Retrato: El paisaje de la memoria es un proyecto fruto de la colaboración de quince artistas que revisan un género cuyos orígenes se remontan a la antigüedad, pero que hoy en día sigue siendo objeto de investigación para muchos creadores. El objetivo último de esta muestra ha sido vincular el género del retrato con la fórmula creativa adscrita a la memoria.
El retrato es el lenguaje vehicular de la exposición, materializado en un álbum de miradas subjetivas que sublimadas a través de la estética se convierten ahora en objeto de contemplación. De esta yuxtaposición de miradas, se nos ofrece un recorrido expositivo donde cada artista aborda el mecanismo del recuerdo desde diversas perspectivas. En este recorrido, el discurso se inicia a través de una serie de personajes abstraídos que por la acción evocadora de un destello, una palabra, una canción, un sabor o una mirada han sido transportados al pasado, han dejado de estar aquí para vagar por las arenas de la memoria. Obras como Ubi Sunt?, de Alberto Sánchez, Hablando con el diablo, de Fernando Epelde, Marcela de Natalia Fernández, Desayuno, de Felipe San Pedro o Generación Y, de Rosana Antolí, personifican esta imagen del que recuerda, ese viajero en el tiempo.
El discurso continúa del otro lado del espejo, invirtiendo la mirada desde el fondo del recuerdo: ahora es el recuerdo vivo el que nos mira. De sujeto a objeto, el artista se enfrenta a la memoria hecha imagen. Creaciones moldeadas en el barro de la experiencia y de lo vivido, cuyo génesis está en el artista mismo. Imágenes como el Zapatero (Rafa G.), Mnemósine (Javi Blanco), India (Iñaqui Pardo), o Los Alcais (Charles Olsen) se alzan ante nosotros inquisitivos, nos estudian, nos juzgan y nos devuelven la pregunta: “ Y tú, ¿dónde has estado todo este tiempo?”.
En ocasiones, la fuerza de los recuerdos se revuelve en imágenes desde los pliegues de la memoria, acechándonos en el espejo del ascensor, como la Sibila de Cumas del poema de Ana Sofía Pérez-Bustamante; o luchando por salir de los claustrofóbicos límites de la conciencia, como los Retratos Inquietantes de Adriana M. Prida. Otras veces la memoria nos da tregua y más amable, en la seguridad de la distancia, se positiva en una pila de zapatos pequeñitos a la luz de los recuerdos, devolviéndonos la inocencia de esa arcadia perdida que fue la infancia (Flashbulb, Alba Rincón Manjón). A remojo en las horas de trabajo, Carolina Ruiz García tiende retratos orgánicos en una cortina de momentos robados al aburrimiento detrás de la barra de un bar. Buscando la complicidad de los fotomatones, Natalia Fernández nos regala Madrid en tiras de 4, una peculiar geografía en blanco y negro enmarcada en rostros concretos que coleccionan momentos felices. Hablando del Diablo
Pero no todo pretérito fue perfecto, y en la última parada de este viaje la memoria se fragmenta en el dolor. Aquí yace la paradoja del recuerdo: volver a revivir el pasado es también volver a morir en él. El video “Ausencias” (Jana Álvarez y Fernando Epelde) nos presenta esa otra cara del recuerdo, la fría daga que parte el alma en mil pedazos y que no hay tiempo posible que pueda volver a suturar. Sí, la memoria también puede ser peligrosa y a veces nos engaña, distorsiona, deforma y transforma lo que recordamos pasándolo por el tamiz del sentimiento, como ejemplifica Joan Bernat en su fotografía Recuerdo.
Deconstrucción y construcción, la poética del fragmento y la memoria como collage creativo son algunas de las ideas que encierra la obra de Roberto López (Instalación Photo-Collage), y que cierran el discurso de la exposición.
Volviendo a su origen primigenio, recordar, del latín cor,cordis es “volver a traer al corazón”. Esta exposición nos invita precisamente a eso, a recordar, a mirar dentro de nosotros y a recuperar el paisaje de nuestra memoria. El espectador se convierte en el receptor y vehículo último necesario para la supervivencia de esta muestra, que sólo ambiciona pasar a formar parte de su recuerdo.