¿El espectáculo debe continuar?
Enciendo la tele y los veos. Muñequitas y muñequitos chillones. Hablando de los demás, de sus vidas, de su intimidad, sin ningún pudor. Pero también de sí mismos y cumpliendo, exquisitamente, con las mismas reglas. Es el nuevo circo romano. Pero en lugar de la carne, aquí se desgarra, se esparce por la arena-plató, las vísceras de lo privado. Y sólo se puede decir una cosa: qué asco dan. Pero ellos, no lo olvido, están ahí porque alguien los mira, porque alguien desea ver este show cruel y esperpéntico. Miles de ojos esperan esa carnicería existencial. Y lo hacen, eso es lo que yo creo, porque así se sienten mejores, más dignos, por encima de esas criaturas que están siendo mutiladas. Y es que, si algo hay que enseñar a un hijo es que no todo se puede vender para que no todo se pueda comprar. ¿Qué pueden adquirir con el dinero que han ganado dejándose pisar, escupir, humillar de la manera más impúdica? Mierda, sólo podrán comprar mierda: cacharros inservibles, coches o joyas para adornar un cuerpo que arrastra un alma podrida y pisoteada. Verlos gritar, faltarse o jugar a quien ha sido más puta. Qué desprecio cuando los ves meter sus narices en los excrementos existenciales de personajillos que son dianas voluntarias, muñecos de trapo con el culo en pompa o las piernas abiertas, dispuestos a recibir lo que venga. Prostitutas de la intimidad, seres repugnantes e indignos, atacados por un corrillo de huelemierdas. Un ataque organizado, bien pensado, preparado al milímetro. Y pienso en esas personas que se reúnen en los despachos, que ponen su inteligencia, la lucidez que de vez en cuando nos visita, al servicio de semejante linchamiento. ¿Eso es lo que quieren de sí? Y que no se sientan mejores que las cobayas a las que apalean verbalmente: son iguales. No voy a dar nombres porque, desgraciadamente, son conocidos por todos. Es imposible librarse de ellos. Están en todos los canales y a todas horas. Y es que en estos circos no hace falta esperar a que limpien la arena, a que quiten la sangre del suelo, las vísceras de las paredes, a que retiren los cuerpos mutilados. No, no hace falta porque el material con el que el trabajan es invisible, no deja rastros es, en apariencia, más higiénico. Pero una sociedad se define, principalmente, por aquello en lo que sus miembros invierten su tiempo libre. Y viendo los índices de audiencia a uno le dan ganas de salir corriendo. El pan y circo romano se ha cambiado por el insulto y el plató. Pero si estos programas, llamados del corazón, nos parecen repugnantes, casi no tenemos palabras para describir esos espacios en los que se habla, con goce, de violaciones a niñas, de ancianos maltratados, de mujeres asesinadas por sus parejas y un largo etc. de casos espeluznantes. Llenos de avidez persiguen, como un mandril en celo busca a una hembra con la que fornicar, detalles morbosos, imágenes de la familia de la víctima desgarrándose en gritos y llantos, charquitos de sangre o semen, bragas desgarradas en un descampado o la muñequita con la que jugaba la niña o el niño que ha sido penetrado. ¿Cómo puede alguien desayunar viendo semejante basura? Es repúgnate ver como les brillan los ojos cuando cuentan los detalles del delito. Arendt, lo captó muy bien: “asistimos a la banalización del Mal”. El Mal como espectáculo, como objeto de ocio, como un pasatiempo más para el colgajo de carne en el que nos hemos convertido.
Ya lo hemos dicho, pero lo repetiremos: una sociedad se define por aquello en lo que invierte su tiempo libre. Pues eso, no hace falta hacer cuentas para echarse las manos a la cabeza.
Acertadíma visión de la prensa «roja», ya no rosa. Ahora mismo la busqueda de liquídos variados de origen humano ha sustituído aquellas crónicas sociales casi «inocentonas» en las que la famila García García estrenaba su 600 como premio a la natalidad…
Un saludo y enhorabuena de nuevo!