Edward Hopper, Modern Life & Isolation
Whitney Museum of American Art, Nueva York
Modern Life: Edward Hopper and His Time
Abril de 2011
Que Edward Hopper (1882-1967) es considerado uno de los artistas más destacados en la historia del arte moderno es algo bien conocido por todos; no así el ferviente entusiasmo del que aún hoy en día hacen gala los numerosos americanos concentrados en la extensa cola acumulada a los pies de Whitney Museum. Sin lugar a dudas, podía palparse en el ambiente el incuestionable apoyo de la cultura estadounidense, el mismo que convirtiera a Hopper, allá por el año 1900, en el principal icono del realismo americano.
Una vez dentro, estos mismos entusiastas seguidores ofrecen con sus comentarios una oda al patriotismo americano, reflejado a través de las escenas repetidas, no sólo de los cuadros de Edward Hopper sino también de sus colegas: hablamos de fotógrafos y pintores realistas como Alfred Stieglitz, Edward Steichen, John Sloan, Robert Henri (éste último considerado el líder del grupo de pintores realistas denominado “Ashcan School” o “The Eight”, al cual perteneció Hopper en su deseo de plasmar la modernidad galopante).
Todos ellos denotan a través de sus trabajos artísticos un mismo espíritu, el de la vida moderna. The Modern Life, tal y como repiten las numerosas cartelas, nos habla de la vida moderna como un tema en sí mismo, paisajes urbanos que vibran por su estilo casi impresionista, en los que podemos sentir un alejamiento patente de la pintura académica.
La metrópolis queda así convertida en quintaesencia de la cultura americana, más concretamente la ciudad de Nueva York y su despliegue de formas de entretenimiento (circo, teatro y cabaret), que amenizan a la naciente y democrática sociedad americana anterior al estallido de la Primera Guerra Mundial. Estos temas, lejos de ser juzgados como mundanos, nos ofrecen una sabia lección: el arte no puede ser separado de la vida. Tal y como Robert Henri sentenció: “nosotros valoramos el arte, no por su cualificada producción sino por su revelación de una experiencia de vida”. Mientras que en autores como Everett Shinn ésta se basa en el despliegue de elegancia de la próspera clase estadounidense, para Hopper se centra en el enrarecido y extravagante mundo del circo.
Pero en Hopper esta experiencia de vida va más allá de la plasmación de la escena moderna. En su caso existe una profundización casi psicológica, ofrecida a través de la soledad y el aislamiento expresado no sólo por medio de las contadas figuras humanas, sino, precisamente, por la ausencia de éstas. Sea como fuere, presencia y ausencia quedan retratadas de manera única y excepcional en las obras de Hopper, como sucede con su obra icono Early Sunday Morning, 1930. En cuya representación puede palparse la esencia de la vida americana a partir de la repetición de escaparates, de rótulos indescifrables, que se suceden en el vacío de la acera de una calle, que bien pudiera ser cualquiera, pero siempre americana.
Precisamente es en ese abrazo optimista hacia la industrialización donde se encuentran las bases de un nuevo movimiento pictórico, el de los “Precisionistas”, fundado, tras la Primera Guerra Mundial, en su mayoría por profesionales del diseño gráfico como Charles Demuth y Charles Sheeler’s. Este movimiento también conocido como “Realismo Cubista” se fundamenta en la exploración formal y geométrica que brindan tanto la arquitectura industrial como la era de la máquina. Pero en el caso de Hopper esta exploración será interpretada por su deseo de reducir la arquitectura moderna a formas de esencia casi abstracta.
Hacia 1920, acorde con la Gran Depresión americana que supuso el Crack de 1929, se produce lo que bien pudiera ser un éxodo urbano por parte de artistas americanos. Este lugar de retiro en el caso de Hopper será Cape Cod (Massachussets), donde junto a su gran amigo Charles Burchfield pasará a representar un nuevo movimiento, “American Scene”, cuyos esfuerzos se centran en representar la arquitectura vernácula de las pequeñas ciudades en un intento de expresar la de aquellos serenos lugares. El artista nos ofrece nuevamente una visión individualista de la sociedad, pero esta vez más cargada de tintes poéticos, románticos y líricos, aún, si cabe, tal y como se puede apreciar en su célebre pintura: Gas, 1940.