Carlos, el terrorista que hizo temblar al mundo.

Por Luis Muñoz Díez.

A Llich Ramírez, el terrorista más buscado del mundo durante más de veinte años, y que actualmente cumple condena en la prisión francesa de Poissy, no le ha gustado la imagen que se da de él en la película de Olivier Assayas, y niega que Sadan Hussein estuviera detrás del asalto a la OPEP de Viena en 1975, que se saldó con tres muertos y el secuestro de dos ministros, y atribuye la autoría intelectual al coronel Gadafi. En su momento, justificó la manipulación alegando que Hussein estaba muerto y a la legalidad que otorgaba la comunidad internacional al hoy más que cuestionado y sitiado general Gadafi.

Tampoco le ha gustado al auténtico Carlos el retrato que de él se hace en los 325 minutos que dura la versión que se podrá ver en Canal plus para junio. Y es que la estrenada el pasado día quince de abril en las salas ronda las dos horas y cuarto. No le ha parecido bien que se cuestione su temple ni su profesionalidad como terrorista, y aseguró que él formó un comando muy preparado que ni iba disparando su metralleta improvisadamente ni asustando a la gente, como asegura en unas declaraciones hechas. También, desmintió que su detención se debiera a una traición, ya que que todo el mundo sabía que residía en Jartum. Fueron los americanos los que acordaron con la policía francesa su detención.

Todo lo anterior son las discrepancias de Llichs Ramírez con Olivier Assayas, director y coguionista de la película Carlos. Pero yo me voy a limitar a comentar lo que vi.

La película tiene ritmo y entretiene. El actor, Edgar Ramírez llena de un modo suficiente la pantalla con una presencia prácticamente continua durante toda la película, y dibuja un personaje pagado de sí mismo. Por momentos más mercenario que movido por alguna ideología definida, quizá surja de ahí la disconformidad del auténtico Carlos. A Edgar Ramírez, se le brinda la oportunidad de representar a un personaje que crece y envejece, con unos cambios físicos importantes. El director nos lo muestra desudo, una y otra vez, a lo largo de la narración: en la ducha, ante el espejo, paseando por la casa, levantándose perezoso, mirando por la ventana o en algún encuentro sexual. No sé si la finalidad es mostrar que la trasformación física del actor es real y no hay trampa ni cartón o para que descubramos la complacencia del terrorista consigo mismo, pero lo cierto es que su desnudez muestra un contraste con el hierro de las armas y trasmite sensualidad, como en el momento que hace chupar la argolla de una granada de mano a su amante mientras él le acaricia suavemente su sexo.

Lo que he visto me ha mantenido pendiente de la pantalla. La trama se mantiene siempre fresca tanto cuando el terrorista realiza su trabajo o cuando se divierte en la vida cotidiana. Edgar Ramírez está muy bien acompañado en el reparto, un reparto realmente internacional que cuenta con actores de tantas nacionalidades como lenguas se escuchan en la película.

La conclusión, al salir de la sala, es que un activista como Carlos es alguien que pertenece  al pasado. La caída del muro de Berlín difuminó la guerra fría, y los intereses del conflicto internacional fluyen por otros ríos, y ya ni en terrorismo está claro lo que es políticamente correcto. Todo ha cambiado, quizá más en su forma que en su fondo, pero ha cambiado. Un claro ejemplo: las declaraciones del propio terrorista acusando a la comunidad internacional de avalar a Gadafi.

 

La prueba visual de la complacencia del terrorista consigo mismo:

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