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Haciendo amigos (8)

Por Pedro de Paz.

El posturas.

 

Existe un ejemplar de ser humano cuya eclosión suele coincidir con la llegada del buen tiempo y que puebla con fruición aquellos lugares susceptibles de reunir personas con escasa indumentaria textil, desde las inmensas playas a los más modestos lugares de baño. Hablamos de «el posturas» —también conocido con el explícito sobrenombre de «chulo piscinas»—, ese típico individuo, habitualmente varón, que todos hemos visto en más de una ocasión y que a la menor oportunidad regala a la concurrencia un amplio abanico de posiciones, gestos y mohines en los que cree verse particularmente favorecido, ora porque cree que así sus bíceps lucen más bellos, ora porque piensa que, de aquesta manera, sus abdominales se exhiben en todo su esplendor y que lleva a cabo su tarea con el único ánimo de despertar la mayor admiración posible. Todos sus movimientos, hasta los más imperceptibles, están calculados y ejecutados con el fin de supeditarlos al propio lucimiento. Obvio explicar que, las más de las veces, las poses son tan forzadas que, para chanza de los allí reunidos, lo más que logran es que los presentes crucen apuestas por ver en cual de los lugares de su anatomía se herniará primero.

 

Curiosamente, el otro día caí en la cuenta de que, en el ámbito literario, prolifera un tipo de autor al que podríamos asignarle una idiosincrasia análoga: el escritor «posturas». Dicho espécimen suele caracterizarse, al igual que su homólogo, por una excesiva necesidad de lucimiento en todo lo que hace, dice o se pronuncia. Necesita ser admirado y para alcanzar su objetivo, el escritor «posturas» también gusta de pavonearse sacando músculo, de lucir pose y de exhibirse en toda tribuna que consienta sustentar sus aspiraciones de lucimiento, intelectual en este caso, bien sea a través de columnas de opinión, medios de prensa o esos patios de vecinas con aspiración de speaking corners tan frecuentes en los últimos tiempos llamados blogs. En las más de las ocasiones, sus poses intelectuales son tan forzadas que a lo más que llegan es a que la gente, entre chanzas, se cruce apuestas por ver que parte de su intelecto se herniará primero.

 

Pero, en el fondo, nada tendría de reprochable si, para el lucimiento propio, el escritor «posturas» se ciñese a sus propias circunstancias. Esto es lo que ofrezco y si quieres lo compras. El conflicto surge cuando, tratando de ir un paso más allá, el susodicho deduce que, para una mayor ostentación de su boato, no sólo la exhibición de sus circunstancias personales es importante. Sus disertaciones sobre las circunstancias del resto de sus colegas también lo son. Y que éstas no sólo son importantes sino que, además, resultan imprescindibles. Ítem más: cuanto más controvertidas resulten esas disertaciones, mayor será la relevancia pretendida. Es la aplicación práctica de la teoría del pedo en el bote: lo que importa es que suene cuanto más mejor. Y aquí es donde topamos con la iglesia, amigo Sancho. Porque si bien, a algunos autores no sólo no les molesta sino que reciben el chorreo con cierto beneplácito —lo importante es que hablen de uno, aunque sea mal—, a algunos otros nos revienta la bisectriz el que un mequetrefe, al que cinco idiotas de su cuerda y ralea han aupado a un Olimpo de cartón piedra en el que creerse el Zeus de turno —«mu bueno lo tuyo. Pues lo tuyo más»—, se dedique a pontificar —que no opinar, ojo. Estamos hablando de otra cosa— con una pretendida excelencia que ni tiene ni tendrá en su vida ni aun contando con sus próximas tres reencarnaciones sobre asuntos acerca de los cuales no tiene ni la más mínima idea.

 

Aunque, bien mirado, ¿quién le dice a usted que yo no soy también un escritor «posturas», que también creo que mi opinión sobre algunos de mis colegas de profesión sienta cátedra y que esto no es más que el resultado de uno de esos intentos de vano lucimiento?

 

Pudiera ser.

 

Parque Coimbra, abril de 2011

 

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