El asesino de lo real: Jean Baudrillard y la “Estética de lo peor”
Por Silvia Gomes.
“El mundo ha desaparecido tras la representación del mundo y será imposible volver a él.” (Cultura y Simulacro, Jean Baudrillard, Kairós, Barcelona, 1993).
En los albores del proyecto de Baudrillard todo parecía indicar que su obra se iba a centrar en una ampliación actualizada del desarrollo de la sociedad de consumo y el valor, junto con el impacto del estructuralismo. Ocurrió, produciendo una obra genuina y original.
Partiendo del concepto de valor de cambio en la teoría marxista, Baudrillard encuentra que éste deja, radicalmente, de guardar proporción con la utilidad, valor de uso, de los objetos que lo ostentan. En la época en que le toca vivir (que nos toca vivir), el valor de cambio eclipsa por completo el valor de uso, es decir, no circula lo que vale sino que únicamente vale lo que circula. Así pues, la sociedad entra en un proceso de vaciado de contenido haciendo proliferar lo simbólico: se sustituye lo real por lo hiperreal.
Su mirada es única a la hora de analizar el hecho de que el sistema de simulación a escala global ha vuelto caduco el viejo esquema crítico teórico, y se hace necesaria una nueva forma de enfrentarse a los hechos-simulaciones. De ahí su afición a lo políticamente incorrecto: su simpatía hacia el obstinado silencio de las masas votantes-consumidoras inasequibles a todo esfuerzo de concienciación, su indisimulado goce ante la fragilidad de las democracias de las superpotencias frente a los fundamentalismos armados, su análisis de la Guerra del Golfo o los atentados del 11-S, etc. Su mensaje: en un mundo en el que la verdad misma se ha vuelto falsa, el pensador ya no puede representar la denuncia de la mentira sin caer en la misma lógica que pretende combatir; por tanto, la teoría no tiene que hacer el mundo más inteligible sino más ininteligible, más difícil de manipular, más extraño y, por ello, más vivible. El ejemplo que adjunta Baudrillard es el de Disneyland, que bajo su juicio, sin duda alguna sería Estados Unidos a pequeña escala. Tan sólo existe, dice Baudrillard, para hacernos creer que es imaginario y que el mundo en el que nos encontramos es real. Pero lo único que salta a la vista es que Los Ángeles, la ciudad que rodea a este parque, no es real y es tan sólo simulacro, casi de la misma manera que Disneyland. De lo que se trata es de ocultar que lo real ya no es real, lo hiperreal se erige como real mediante la simulación. Disneyland es una maquinaria establecida para la confusión general.
A esto lo denomina “el crimen perfecto”: la eliminación del mundo real. Carece de presunto autor por eso es criminal, en ello estriba su perfección. Estamos condenados al mismo destino, vivimos en un mundo en el que la más elevada función del signo es hacer desaparecer la realidad, y enmascarar al mismo tiempo esa desaparición (como en Disneyland).
Si las consecuencias del crimen son perpetuas es que no hay asesino ni víctima. Si existiera alguno de los dos elementos se terminaría por despejar el secreto del crimen. En última instancia asesino y víctima son una misma persona, el objeto y el sujeto son lo mismo. Sólo podemos entender el mundo, desde el pensamiento de Baudrillard, si entendemos la ironía de esta equivalencia radical.
Lo real ya no es otra cosa que una forma de simulación. Surgen entonces nuevas formas de hiperbolizar el paso de lo simbólico a lo real. Es el caso de lo virtual que es ahora más real porque es más perfecto, en su sentido de acabado o terminado.
Lo virtual, lo tecnológico, es lo que nos piensa, ya no hace falta un sujeto de pensamiento porque ha desparecido, y aunque hiciera falta no podríamos encontrarlo. Estamos inmersos en lo tecnológico, y que devenimos en lo virtual es lo que se quiere expresar cuando decimos que lo virtual nos piensa. En lo virtual los efectos de lo real desaparecen, así que las mayorías silenciosas nada tienen que oponer a esto, todos ganan. Quizá sólo con el tiempo podamos afirmar que la catástrofe que se vislumbra de soslayo sobrevenga, las consecuencias de los actos no pueden anularse. Lo real se disocia entonces de lo virtual, sólo para favorecer la primacía de este último. Es lo virtual lo que refleja una alta frecuencia, mayor actividad; lo real es simplemente nulo en ello. (¿Qué ocurre sino en las redes sociales?)
La interactividad nos amenaza, desaparecen las distancias y entonces ya no hay juicios de valor posibles, todo es indeterminado. Con la hiperrealidad, lo virtual y todo lo que deriva ya no hay separación entre la existencia y su doble (por eso las Torres Gemelas eran dos, y ninguna de ellas el original o doble), uno entra, dice Baudrillard, en su propia vida como pantalla.
Fin de lo real, bienvenido sea el simulacro.
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