Tecnocultura

Cáncer y personalidad

Por Marina Carretero Gómez.

«Todas las lágrimas que no lloré se me concentraron en el cuerpo».

Ésta es la explicación que Fritz Zorn, autor del libro autobiográfico Bajo el signo de Marte, hace del cáncer que acaba con su vida. Educado en la burguesía suiza de mediados de los setenta, comienza: «Soy joven, rico y culto; y soy infeliz, neurótico y estoy solo. Provengo de una de las mejores familias de la orilla derecha del lago de Zurich, también llamada la Costa Dorada. He tenido una educación burguesa y me he portado bien toda mi vida. Por supuesto, también tengo cáncer, cosa que se deduce automáticamente de lo que acabo de decir». Zorn, educado en una familia en la que el imperativo siempre fue no hablar de los problemas, no discutir, no disentir y evitar todo aquello considerado “complicado” o amenazante, incapaz de desarrollar y de tener opiniones propias, establece en estos hechos la causa de su cáncer.
¿Qué diría la investigación actual al respecto de la conclusión categórica del joven autor? La personalidad proclive al cáncer, según se nos dice hoy, es de naturaleza represiva: emociones ocultas dentro de uno, especialmente las de cólera (el apellido Zorn es un pseudónimo adoptado por el autor que, precisamente, significa cólera. Su verdadero apellido, Angst, tendría como traducción angustia).
Durante la segunda mitad de la década de los ochenta, con objeto de explicar la etiología del cáncer y la implicación psicológica en los trastornos psicosomáticos, Eysenck y Grossarth-Maticek propusieron una serie de tipos de reacción al estrés, o tipos de reacción interpersonal o emocional. En concreto, el individuo predispuesto al cáncer, o tipo 1, fue descrito por estos autores como un individuo caracterizado por presentar un elevado grado de dependencia conformista respecto a alguna persona con valor emocional destacado para él, e inhibición para establecer intimidad con las personas queridas. Ante situaciones estresantes, estas personas suelen reaccionar con sentimientos de desesperanza e indefensión, y muestran tendencia a la idealización de objetos emocionales y a la represión de reacciones emocionales abiertas. El tipo 5, también vulnerable al cáncer, fue descrito como racional-antiemocional, es decir, individuos que suelen suprimir o negar las manifestaciones afectivas, encontrando dificultad para expresar emociones.
Los autores realizaron diversos estudios de seguimiento, y constataron la relación entre los tipos de personalidad y la causa de mortalidad, sobre todo cuando, además, existía estrés psicosocial. Es decir, bajo situaciones de estrés, la personalidad podría ejercer cierto tipo de influencia en las causas de mortalidad, o en el desarrollo y progresión de determinadas enfermedades. En seres humanos, la relación entre estrés y cáncer se realiza analizando la incidencia de sucesos vitales estresantes en pacientes con cáncer, para compararlos con sujetos sin cáncer. Un importante número de trabajos ha constatado que un incremento de la incidencia de acontecimientos estresantes había precedido al comienzo del cáncer.
Diversos estudios con ratones muestran que la velocidad de crecimiento de los tumores puede estar determinada por el tipo de jaula en la que estén: cuanto más ruidosa y estresante, más rápidamente crecen los tumores. Otros estudios demuestran que ratas expuestas a descargas eléctricas de las que pueden escapar, rechazan a velocidad normal tumores trasplantados. Con el mismo número de descargas, pero impidiendo la huida, pierden la capacidad de rechazar los tumores. Si se pone a unos ratones en una plataforma giratoria, se observa relación entre el número de vueltas y el crecimiento de los tumores. Si el estrés se sustituye por glucocorticoides, la velocidad de crecimiento del tumor también se acelera.
En nuestro país, en estudios realizados con mujeres con cáncer de mama, se ha observado una prevalencia mayor de sucesos vitales independientes (aquellos que no podemos controlar, como la muerte de un ser querido), durante el año anterior a la aparición de la enfermedad. Esto concuerda con varios trabajos realizados en la Universidad de Manchester, en los que se asocia de un modo consistente los sucesos de pérdida y enfermedad (muerte u hospitalización de un ser querido), con el cáncer de mama. Además, y aunque los estudios todavía no son del todo concluyentes, se indica que algunos acontecimientos adversos ocurridos durante el postoperatorio de un cáncer de mama, pueden provocar el rebrote del tumor. El tiempo promedio entre la aparición del último suceso estresante y la recurrencia del cáncer de mama podría ser de un año y medio. En el progreso del cáncer se han postulado como variables importantes la depresión, la desesperanza, la incapacidad para expresar emociones, o la indefensión.

¿Cómo es esto posible? ¿Cómo puede afectar nuestra personalidad, o nuestra forma de sobrellevar una situación de estrés, a nuestra salud? Se han propuesto dos vías distintas, pero complementarias: por una parte, determinadas conductas específicas, pueden incrementar indirectamente el riesgo de padecer cáncer, bien al exponer a sujetos a carcinógenos potenciales (alcohol, tabaco…), bien alterando la supervivencia (por ejemplo, demorando la búsqueda de tratamiento). Por otra parte, las emociones, la forma de afrontamiento y el estrés afectan directamente al medio interno: el estrés puede tener efectos inmunosupresores. Eysenck propone, en su modelo causal, que la personalidad tipo 1 y el estrés interactúan, produciendo sentimientos de indefensión, desesperanza, o depresión. Estos sentimientos, a su vez, inducen cambios hormonales, que se manifiestan principalmente en un incremento del nivel de cortisol (la “hormona del estrés”). El aumento de cortisol afecta a la vigilancia inmunológica, que comprende a los linfocitos T, a los macrófagos y a las natural killer (NK), especializados en destruir las células tumorales. Un descenso inmunológico en estos tres tipos de células incrementaría la vulnerabilidad del organismo al desarrollo de células cancerígenas.
A pesar de todo esto, es conveniente ser cautos con los resultados de las investigaciones realizadas hasta el momento, criticables en varios aspectos: casi todos los estudios son retrospectivos, es decir, en el momento del diagnóstico o tratamiento del cáncer, se pregunta a los afectados sobre estresores pasados recientes, siendo más probable, por su situación, que la respuesta sea afirmativa. Aunque esto se ha controlado en gran medida en varios estudios, y los resultados señalan en la misma dirección de lo aquí expuesto, es un sesgo importante hasta el momento. Además, si bien la alteración inmunológica causada por variables psicológicas es un fenómeno ya constatado, no se han identificado aún las consecuencias concretas que para la salud puede suponer los cambios más específicos en las respuestas inmunes.
Afirma Bayés que el 80% de las causas del cáncer son no hereditarias, esto es, son ambientales, y, por tanto, el riesgo a desarrollar algún tipo de tumor puede ser reducido significativamente. Sin embargo, aceptar que los factores psicológicos, las intervenciones para reducir el estrés, etc., influyen en el cáncer, puede hacernos saltar a la errónea conclusión de que, controlando dichos factores, podemos controlar el cáncer. Esto no sólo es erróneo, sino peligroso, pues si creemos que podemos controlar el cáncer, podemos creer que es nuestra culpa padecerlo. No todo lo negativo en la salud humana actual se debe al estrés, ni es posible evitar enfermar de todo teniendo pensamientos positivos, de amor, o de valor.
Al final, es muy posible que todas las circunstancias que rodearon la vida y la educación de Zorn, y la represión a la que se vio sometido, influyeran en su trágico final, y que el autor, décadas antes de las actuales investigaciones, ya intuyera que las lágrimas tragadas se convierten en nudos, a veces para siempre.

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