Que tire la primera piedra
Por Guillermo Aguirre.
Hay quien dice que, si se levanta una piedra, salen 20 escritores con sus patitas retráctiles y su exoesqueleto. En Molina del Segura parece ser que, allí donde cayó una piedra (un meteorito que golpeó el municipio murciano allá por el 58), nacieron una veintena de escritores a los que ahora, su ayuntamiento, les ha puesto unas placas en plena acera, rollo “Paseo de la Fama”, el Paseo de las Letras, le llaman, que no es lo mismo que A Paseo con las Letras. En este mundo hay quien tiene placas y quien no, a quien se las ponen y quien se las pone porque sí. Que le pregunten a Dragó que hace apenas cuatro años, con cierta nocturnidad y alevosía, se manifestó para que a la plaza Juan Pujol de Madrid le pusieran el nombre de su difunto padre, Fernando Sánchez Montreal y a quien, por contrapartida, le han quitado de Aljaraque una plaza con su nombre (Fernando Sánchez Dragó) por alguna actitud machista que hizo que el pleno tomara medidas en reunión especial.
Y es que las piedras, una vez levantadas, pueden construir edificios o tumbar murallas. Ya lo decía el anuncio, me saco los donettes y me salen amigos hasta de debajo de las piedras, o enemigos, que aquí nunca se sabe. Un tal Daniel Domscheit-Berg, antiguo portavoz de wikileaks se pasea estos días por nuestra patria presentando su libro “Dentro de wikileaks” en el que viene a decir que Assange acabó por ejercer un poder sobre la página semejante al que la CIA ejerce sobre sus papeles. Afirma el tal Domscheit-Berg que Assange “llegó incluso a intentar vender a la cadena CNN por un millón de dólares un vídeo filtrado” o que “negoció en privado la venta de información clasificada con reconocidos antisemitas”. Y apunta el hombre que no está aprovechando la coyuntura para sacarse unos cuartos mientras mueve sus patitas retráctiles y su exoesqueleto.
Lo saben los joyeros: hay piedras y meteoritos y también existen piedras preciosas a las que los bichos (todos) quieren agarrarse. Y luego están las piedras en el zapato que son esas incómodas cosas con las que uno no sabe como caminar y que acaban por llagar los pies de tanto encontrarlas en la suela de los náuticos. De este último grupo saben los artistas: Kapuscinski las encontró en el PAP Polaco, el Partido que le aupó y que luego le intentó poner grilletes. Lorca aseguró que los de la china eran sus amigos, el pintoresco Dalí y el potente Buñuel. Los de la Experiencia decían que las piedras se las ponían los del Silencio, y los del Silencio señalaban como autores del delito a los de la Imagen que miraban a los des Susurro que hablaban de los Novísimos Nueve menos uno. Dragó se las echa como condimento en sus propios comentarios. A Miró se las regalaba su agente que no le permitía dejar de pintar lo que siempre (una y otra vez) había pintado, y los “Abajofirmantes” o “Los artistas de la zeja” que los llamó Álvaro Pombo, esto es; la Coixet, Rosa Regás, Willy Toledo y Diego Botto, entre otros… aseguraban hace un par de días que las chinas se las mete la derecha en sus mocasines, y entre tanto corren a sacudirle a la izquierda cualquier partícula de tierra del jersey. Que no digan nada mejor, que aquí, de un lado o del otro, cualquiera que esté apadrinado por uno de los grandes partidos ya ha encontrado su piedra filosofal y se puede dejar de “bromas” en el zapato. Y es que lo de las piedras está muy bien si caen del cielo y se rifan placas con nuestros nombres para todos los presentes, pero si no es así (y mientras el mundo entero no sea como Molina del Segura) más vale dejar de arrojárselas sobre el propio tejado y construir algo con ellas, algo que se nos de bien, por ejemplo una pila de adosados.