Los invertidos (2 de 2)
Por Christian Lange.
No se puede reducir la obra de José González Castillo a un panfleto homofóbico, pues no lo es. Hay que pensarla, también, como el sainete criollo tragicómico que es y ver otros elementos que están en ella, principalmente el triángulo amoroso Florez-Clara-Pérez. Un matrimonio y el amigo de él. Ese amigo, ese tercero, que en términos contemporáneos podría «etiquetarse» como bisexual y que es amante del marido, pero desea también a la mujer de su amigo y avanza en su búsqueda para obtenerla. Un triángulo donde ella cede al deseo fogoneado por la frustración de un matrimonio en el que es -en sus palabras- una esclava. Un triángulo que parece al borde de estallar cuando en el segundo acto, estando Clara con Pérez en su departamento, llega también Florez. Todo está servido allí para producir una escena-clímax que el autor decide dejar pasar porque tiene preparado otro final, acaso más trágico y menos melodramático.
Sin embargo, ese triángulo no llega a ser potente ni perturbador, no crece en intensidad dramática, principalmente porque no se ve allí una poderosa historia de amor. Además, para que un triángulo amoroso funcione, sus tres lados deben estar en tensión constante. En este, solamente Pérez desea a Clara y a Florez. Florez y Clara no se aman ni se desean entre sí, lo cual es un punto débil para narrar cualquier historia atractiva sobre ellos pues no aportan energía a la dinámica triangular. Algo de eso podría subsanarse trabajando desde el desamor, el desprecio o el odio. Pero no aporta la misma cualidad de inquietud que tres vértices deseantes.
[Retomando algo que decía Ure sobre Los Invertidos, aquí no parece haber hombres que desean a otros hombres, sino muchos hombres que desean ser mujeres]. Florez y Pérez no aparecen nunca trasvestidos (un acierto) ni están trabajados desde una femenización de sus caracteres (otro acierto). Son dos hombres, con diversos grados de represión, que se buscan, se necesitan, se desesperan, se torturan, acaso se desean, sí, pero nada indica que se amen. Si en este triángulo algo funciona mejor que en el texto de Castillo se debe al desempeño actoral de Maia Francia, Gustavo Pardi y Fernando Sayago y a la dirección de actores de Mariano Dossena. Los tres aportan verdad, convicción, matices y profundidad a sus roles y a sus vínculos.
Además del triángulo amoroso, también la obra cuenta con otro núcleo dramático que habilita otra lectura: la crítica social clasista anarquista. La obra es, también, una diatriba dirigida hacia la hipocresía moral de la alta burguesía porteña. Florez es el Doctor Florez, y la historia cuenta que tiene un referente bien concreto de carne y hueso de la época, juez él con una vida, al menos, doble. Sea esto cierto o no hay una dramatización de cierta clase social y sus vicios, hipocresías, machismos, prejuicios, violencias, etcétera. Lo que es innegable es que en el ideario anarquista, que era de una estricta disciplina y de un rigor notorio, siempre hubo una condena a cosas tales como el alcohol, la prostitución y la homosexualidad por citar sólo alguno «pecados» que el verdadero anarquista, revolucionario debía evitar. [Algo que no debería sorprender. La homofobia y el puritanismo no ha sido nunca patrimonio exclusivo de la derecha (que lo ha sido y en forma aberrante). ¿Habrá que recordar la suerte de homosexuales y otras minorías diversas en Europa Oriental, en la URSS, en Cuba, en Medio Oriente…? ¿Habrá que recordar aquello de «no somos putos, no somos faloperos…»? ¿Habrá que recordar que la Organización Mundial de la Salud retiró la homosexualidad de su lista de enfermedades recién hacia 1990?]
Entonces sí, Los Invertidos, es, puede ser, al menos tres cosas: un panfleto homofóbico, una historia de un triángulo tortuoso, y una crítica social de base anarquista/clasista. ¿Cómo se la recibe hoy? ¿Cómo se la lee? ¿Qué lectura parece haber hecho esta puesta específica? ¿Cómo dialogan 2011 y 1914 en el escenario y en la platea?
Hace ya treinta años, Hans Robert Jauss, uno de los teóricos más importantes de la estética de la recepción, conocida también como la Escuela de Constanza, afirmaba que su objeto de estudio era el proceso que implicaba tres factores: autor, obra y público, y buscaba darle un rol privilegiado y activo a la recepción (lector/espectador) en la construcción del sentido de una obra. El trabajo propuesto, histórico, no se trata de verificar las interpretaciones anteriores sino de reconocer la compatibilidad de interpretaciones diferentes. La idea es no quedarse en la reconstrucción de un pasado tal como fue ni en la descripción de un texto por sí misma. Comprender el arte, la literatura, el teatro, como un proceso a la vez comunicativo y creador, como un campo intersubjetivo. Y en ese proceso, frente a un texto de un siglo atrás quien lo toma y lo trabaja desde la dirección y quienes lo recibimos podemos/debemos dialogar con ese texto, polemizarlo, discutirlo. Dejar espacio para que aparezca su voz, pero también la propia en pie de igualdad en diálogo y tensión.
Mariano Dossena, como director de Los Invertidos, me parece, encontró el modo de dejar hablar a José González Castillo. Le dio el marco perfecto desde el espacio, la dirección de arte, la integración de los diversos lenguajes que convergen en lo teatral, la actuación… Se lo escucha fuerte y claro, tanto en su militancia anarquista, como en su contar un triángulo tortuoso, como en su moralismo prejucioso homofóbico. Y esa escucha, hoy, causa más gracia que indignación: es patética, pero sin pathos. Me quedé con ganas de escuchar otra voz (de la dirección o del público) que irrumpiera a pelear frente a frente con la de Castillo. Acaso esas ganas, finalmente productivas, son las que generaron este texto.
Cierro reiterando que el espectáculo está bien diseñado y construido, que las actuaciones son buenas, sobre todo la del trío protagónico y con una desempeño superior de Maia Francia. En las actuaciones secundarias se destaca el trabajo de Gabriel Serenelli como Fernández y el de Emiliano Dionisi en su doble rol de Julián y Juanita. La música y la iluminación ayudan a cargar de tensión e inquietud a un texto que no las tiene.
Ojalá esta nueva versión de Los Invertidos genere respuestas, voces, preguntas, inquietudes que se superpongan a la voz original de aquel 1914, de José González Castillo.
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[Parte 1 del artículo].
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Foto Vía/ Los invertidos