Criaturas crepusculares
Por Gonzalo Muñoz Barallobre.
Puede que este texto tuviera que haber inaugurado este espacio, pero creo que era pronto para sacar esta composición. Había, primero, que hablar de cosas más digeribles, menos densas y menos oscuras. Bueno, eso me dije al principio aunque es cierto que tampoco lo he cumplido del todo… no soy un hombre de reglas: ni me las puedo imponer ni soporto que me las impongan. Hechas las “presentaciones” arranquemos este artículo.
Es el hombre un ser íntimamente dañado, es decir, enfermo. ¿Cuál es su enfermedad? La incapacidad de acceder a lo real, al mundo, sin problematizarlo. Me explico, cuando leemos títulos como “el problema del tiempo”, “el problema de la verdad” o “el problema del ser”, tan comunes en filosofía, nos estamos delatando. Y es que ni el tiempo ni la verdad ni el ser, por poner sólo unos ejemplos, son ningún problema, somos nosotros los que les hemos impuesto ese estatuto.
Cuando hablo del pensamiento y digo que éste es un síntoma, no me refiero a la facultad, sino al fruto. Y es que el pensamiento evidencia, por eso es un síntoma, la enfermedad que somos. Pero, ¿puede esta enfermedad ser curada? La respuesta, para mí, es clara: imposible. Problematizar nos es inevitable, podemos decir que es nuestro destino. Pero de esta herida, de esta marca existencial, de esta debilidad aparente hemos sacado toda nuestra fuerza. Con esto quiero decir que hemos remontado nuestra propia corriente, nuestro ananké, y así, la inevitabilidad de que volvamos problemática una realidad que en sí misma no lo es, ha permitido nuestro desarrollo, o en otras palabras, nuestra verticalidad. Sí, hablo de una condena salvífica, una enfermedad que nos ha marcado y distanciado, radicalmente, del resto de animales.
Lo real, el mundo, nos violenta, y esa violencia activa nuestro pensamiento, nuestra búsqueda imposible, nuestro viaje ilimitado hacia unas respuestas efímeras que, inevitablemente, son flor de un día. Hermosas, brillan encarnadas en un aquí y en un ahora, y según alcanzan su cénit paren también su ocaso. Y es que somos criaturas crepusculares. Vidas atrapadas entre dos niveles, entre dos espacios de la inmanencia. ¿Cuáles? No podemos definirlos, los conocemos sólo porque los padecemos. Nos imponen su gravedad y a través de ella parimos ideas que son, ya lo hemos dicho, síntomas que nos revelan, que dicen quienes somos. Pero si nos muestran enfermos, también llenos de una salud portentosa, extraña, una salud equívoca y oscura que pocos han sabido desplegar sin intentar esconder la oscuridad en la que hunde sus raíces. Unas raíces que se abren paso a través de una inmanencia barroca, llena de pliegues, de dimensiones. Síntesis que nos inundan de vértigo. Un vértigo que nos obliga a pensar. ¿Podemos decir que somos el lugar en el que el ser tiene acidez y se regurgita a sí mismo? Hermosa imagen, y, por tanto, hermoso síntoma, pero ahí va otra que me parece aún más bella: el ser es un suicidio imposible y, por eso, es el gran desesperado. ¿De cuántas creaciones podemos ser padres? ¿De qué don tan sublime, entendiendo este concepto como lo hace Kant en su Crítica del Juicio, somos portadores? Da igual, lo importante será sacarle punta. Entregarnos a él con pasión y sin miedos, porque, como ya nos enseñó Cioran, la vida no está para vivirla sino para sacrificarla.
¿Quién puede abrazar semejante espectáculo? La pregunta parece buena, pero es equivocada. Y es que el goce no está en la afirmación del duelo, del caminar por la cuerda sobre el abismo, sino en la danza que sobre nosotros, que desde nosotros, podamos fundar. El “sí” nos ha sido impuesto. Con él hemos sido arrojados a la existencia. Queda, tan sólo, decidir qué hacer con las intensidades que nos han sido dadas, es decir, elegir la música que de ellas podemos arrancar, elegir el himno despierto que haremos sonar en mitad de la hoguera que somos.
¿Dos inmanencias?: ¿Natural y lingüística?
Primero digo «niveles» y luego «espacios». Pero no dos inmanencias. Hablo, o eso pretendo, de una inmanencia modulada. Piensa en una escala musical y tienes ahí una buena imagen. Y sí, estaríamos entre dos de esas modulaciones: «¿Cuáles? No podemos definirlos, los conocemos sólo porque los padecemos».
¿Pericles y Verdi? Rapsódico te veo, que diría Kant…
Veo que te falta música…
Blame it on the boogie.
Cuidado con Cioran, es muy brillante pero igual de peligroso.
Un artículo de gran fuerza plástica, cosa nada fácil. Enhorabuena.