Antonio Ungar: “Tuve que quitar de la novela algunas escenas sacadas de la violencia real”
Por Robert Sendra.
Tres ataúdes blancos (Anagrama) es la primera incursión en la novela política que protagoniza el escritor colombiano Antonio Ungar, autor de recopilaciones de relatos como Trece circos comunes (Norma) y de novelas como Zanahorias voladoras (Alfaguara). Su apuesta por el thriller mezclado con finos toques de humor y con algún que otro latido romántico fue premiado el año pasado con el Premio Herralde. En el mejunje explosivo de Ungar, un hombre solitario y algo desorientado es requerido por el partido de la oposición del país ficticio en el que vive, Miranda, para suplantar a su líder, que ha sido asesinado sin que prácticamente nadie lo sepa. El objetivo es mantener cohesionadas a las fuerzas contrarias al presidente totalitario que gobierna el país desde hace cuatro legislaturas, con el objetivo de ganar les elecciones contra todo pronóstico. Sin embargo, la podredumbre del sistema, saturado de violencia y corrupción, convierten la misión electoral en una auténtica caza. Aunque la trama atrapa por sí sola, los guiños a la realidad política de algunos países convierten la novela en un juego de segundas intenciones.
P: ¿Cómo valoras el Premio Herralde? ¿Servirá para llevar la novela a un sector más amplio de lectores?
R: El premio Herralde agiliza procesos que normalmente toman mucho tiempo. El libro está en cuestión de semanas en las librerías de España y de todos los países de Hispanoamérica, la prensa escribe reseñas, los lectores saben que existe y lo pueden encontrar fácilmente.
P: La novela presenta una república ficticia donde la represión y la manipulación sostienen un estado totalitario situado en América Latina ¿A qué países se hace referencia?
R: No se hace referencia a ningún país real. Las situaciones que se viven en Miranda se parecen a las que se viven y se han vivido en varios países que conozco. Se parece a la Venezuela reciente, a la Colombia reciente, pero también a la España de los años sesenta o a la Argentina de los setenta.
P: ¿El uso de pseudónimos en el nombre del país o de su presidente busca una mayor libertad para poder desarrollar la ficción?
La república inventada, que el narrador llama Miranda en su texto, es una caricatura y una mezcla de varios países. Lo mismo pasa con el presidente que él llama Del Pito. Crear esos nombres y lugares de ficción me permitió en efecto tener libertad en el proceso de escritura.
P: ¿Es tan mala la situación política de la América Latina a la que se refiere la novela?
R: Si, es tan mala y a veces es peor. En la corrección del borrador final tuve que quitar algunas escenas sacadas de la violencia real: escritas parecían excesivas e inverosímiles.
P: La democracia aparece en el libro secuestrada por el gobierno y su poder represivo, el narcotráfico, los grupos paramilitares, la oposición, los medios de comunicación… ¿todos ellos son, en definitiva, responsables de la debilidad de la democracia?
R: En algunos de nuestros países los políticos más importantes son títeres o representantes de grupos muy poderosos que han adquirido todo su poder por la fuerza. Grandes terratenientes y capos del narcotráfico, por ejemplo, que en el pasado crearon ejércitos privados para defender sus territorios o para conquistar otros nuevos, en las últimas décadas han financiado partidos políticos para legitimizar y mantener lo adquirido. En algunos países, como en Miranda, los partidos ‘independientes’, en teoría responsables de controlar estos excesos, han sido ineficientes o corruptos.
P: En este contexto aparece el carismático protagonista, que pasa de ser un antihéroe a parecerse al líder de la oposición, a quien suplanta ¿Está inspirado en algún personaje real o ficticio?
R: No me inspiré en ningún personaje real o ficticio para construir al protagonista, que se parece físicamente al líder de la oposición (de ahí que le propongan suplantarlo y que se desaten las aventuras que narra la novela).
P: ¿Hacen falta héroes para cambiar la situación de los estados populistas de América Latina, o son las sociedades las que deben evolucionar?
R: Las sociedades evolucionan, pero cuando los poderes han sido construidos y se mantienen por la fuerza, cuando la política es tan corrupta y tiene tan pocas intenciones de mejorar las condiciones generales, puede ser útil que los ciudadanos del común tengan acceso a posiciones de poder, como sucede con el protagonista de esta novela.
P: Pese al contenido trágico del thriller, el tono elegido es irónico y cómico. ¿Cómo elegiste este punto divertido que a la vez es uno de los atractivos del libro?
R: El material del que se sirve el libro es tan violento y tan terrible que la única forma de contarlo es mediante el humor y la ironía. Eso no me lo invento yo, está en la calle en América Latina, es la forma en que mucha gente sobrevive al horror. No me refiero a un humor que solamente hace reír y por lo tanto legitimiza lo que sucede, sino a un humor que cuestiona y busca desentrañar la realidad.
P: Además, optas por usar recursos narrativos muy variados…
R: Tres personajes cuentan la historia: el protagonista, un guardaespaldas, y la novia del protagonista. Uno escribe su parte con el ánimo de que otros la lean, otro escribe un diario y otro cuenta de viva voz. Me pareció que esos tres puntos de vista eran útiles para construir la novela, que no se habría podido contar con un solo narrador.
P: Aunque también tienes experiencia en el periodismo, ¿cuáles crees que son las ventajas de la ficción para hablar de la realidad?
R: Creo que la ficción, el uso de metáforas, permite contar la realidad de formas en que el lenguaje meramente descriptivo no puede. Por eso las dictaduras tienen tanto miedo de los escritores (de los artistas en general) y son los primeros en ser silenciados o incorporados.
P: ¿Ves positivo escribir lejos del lugar de los hechos para disponer de una mayor perspectiva?
R: Sí, me parece que ciertos libros hay que escribirlos lejos del lugar que se cuenta.
P: ¿En qué proyectos trabajas ahora?
R: Estoy escribiendo otra novela, pero prefiero no hablar de ella hasta que esté más avanzada.